La enfermedad, uno de los principales infortunios de la humanidad, catástrofe que cuando alcanza niveles de propagación epidémicos nos hace reflexionar acerca de nuestra propia finitud, de la fragilidad de la vida. Y aunque el ébola está de moda —sólo en el occidente de África ha cegado más de 10 mil almas— aquí nos sigue pareciendo un asunto lejano. La influenza por otro lado, en particular la AH1N1, se plantó en nuestras conciencias desde los albores de la primavera de 2009, al grado que ha modificado algunos hábitos en nuestra sociedad. Aun así, tan sólo el año pasado la influenza enfermó a poco más de 4 mil personas en este país. Han pasado más de seis años desde aquellos primeros casos en Veracruz y que después de las primeras muertes provocara en el colectivo nacional una paranoia pocas veces vista —y mire que aquí somos expertos—.

México, con 120 millones de personas, es un país que está en constante riesgo de experimentar una y otra vez situaciones, mínimo, como la de hace seis años. Dadas las terribles condiciones económicas y de acceso a la salud de una muy buena parte de la población y, por otro lado, el flujo de gente que se mueve todos los días a través y entre las principales ciudades hacen factible que, de estar ante una enfermedad altamente contagiosa, pudieran enfermar en poco tiempo entre 10 mil y 100 mil personas. Uno de los grandes retrasos en la contención de la epidemia en 2009 —por desconocimiento de las características del virus— fue por carencias tecnológicas, en particular por una.

México es el único país, del grupo de las 15 economías principales en el mundo, que no cuenta con un sincrotrón —acelerador de partículas que genera una luz mucho más brillante que la emitida por el Sol y que permite explorar la materia a niveles subatómicos—, aparato al que se tenía que recurrir para las investigaciones. La diferencia entre tener o no tener uno de estos es, según los expertos, la misma que pretender explorar una habitación con la luz de una vela o con lámparas de halógeno. El número de investigadores mexicanos que tienen que recurrir a un sincrotrón, obvio en el extranjero, equivale al número de investigadores que lo usan en España, país que no tiene problemas con el acceso a más de uno; Brasil ya va por el segundo.

Esta desventaja fue más que evidente en aquella emergencia y un grupo de connacionales ha insistido en que el Estado debe invertir de manera urgente en este tipo de tecnología, inversión que sería de unos 6 mill 500 millones de pesos —0.004% del PIB— y que se cree podría fabricarse a mediano plazo con apenas un aumento de 5% al presupuesto de ciencia y tecnología.

A esto habría que agregar que más allá de los beneficios obtenidos por la investigación biológica y farmacéutica, el sincrotrón tiene aplicaciones en la investigación de casi cualquier área, desde la petrolera o la automotriz hasta la cultural —en algunos países se usa para analizar la composición de los materiales de algunas obras de arte en pos de mejorar su conservación—, el sincrotrón es, por lo anterior, incluso redituable.

@Lacevos

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