En México hemos logrado que los problemas se agranden hasta alcanzar la categoría cinco: el huracán retroalimentado. Por desgracia, esta categoría es la de los peores problemas posibles: los problemas medalla de oro. Más abajo de los problemas retroalimentados queda poco en el medallero del desastre. Nuestros círculos, dijo un clásico olvidado, no sólo son viciosos: son adictos y, peor aún, adictivos.

Querría referirme al conflicto entre la CNTE y el gobierno, pero detecté que ya lo había hecho hace años en estas mismas páginas. Me percato así de que yo mismo me encuentro condenado a un inescapable eterno retorno: como buena parte del estrato productor de comentarios, soy un círculo vicioso más.

Propuse entonces que a los mexicanos nos da por paralizarnos en un singular tipo de predicamento: asumimos que no hay problema sin solución, pero nos las arreglamos para que la solución se convierta en parte del problema y colabore a imposibilitarla. Como lo pone en evidencia el actual gobierno, en la medida en que la política se atarea en encontrarle solución al problema, más profundo y complejo consigue hacerlo. Pocas cosas, en efecto, nos salen tan bien como los círculos viciosos.

En México siempre ha sido mucho mejor negocio postergar una solución que lograr una solución. Es decir, nos gustan las soluciones pero con la condición de que solucionen poco o, mejor aún, nada (el ideal inconfesado, sugerirían las evidencias, es que mejor empeoren). Ante los problemas preferimos crear una inminencia de solución más que una solución en sí. Diferirlas resulta mucho más acogedor y, desde luego, más productivo.

El negocio, pues, consiste esencialmente en dilatar las soluciones en la industria de la inminencia. La (al parecer ya frustrada) reforma que privilegió a la educación de los niños sobre los intereses políticos de una ideología, fortalecida por una militancia casi miltar, reinstala el uso y costumbre de la inminencia diferida. Desde tiempos de Calles, la revolución mexicana sabe que es más negocio fingir que los problemas se están arreglando que arreglarlos en la realidad. Mientras se arreglan, producen réditos más concretos e inmediatos que los beneficios, sólo conjeturables, de arreglarlos en los hechos.

Hay consenso en el sentido de que la educación pública es un desastre en los estados más marginados del país. Consenso en que ese desastre es responsable de una incompetencia que anula el desarrollo y aún propicia el desdesarrollo (si se me permite el neologismo circular-vicioso). Consenso en que tal desdesarrollo cancela de entrada las alternativas para romper el círculo vicioso y, por tanto, que la crisis resultante dejará de ser crisis para convertirse en una normalidad, una normalidad anómala, pero normalidad al fin.

Tratar de desmontar esa anomalía normalizada termina por reforzarla. En lo inmediato, la CNTE busca, obviamente, recompensas inmediatas de orden práctico: que se siga pagando a los líderes y a sus séquitos de comisionados; que se mantengan las plazas (por más ineptos que sean sus detentadores) y que se abran más para negociarlas con más subordinados que pagarán más cuotas sindicales y aportarán más cuerpos a las manifestaciones del año siguiente que, claro, exigirán más plazas y más cuotas. Que los niños aprendan algo es lo de menos: aprenderán, si acaso, que todo es cosa de venerar a los líderes y esperar el momento de comprar o heredar una plaza de maestros para, un día, fingir que educan niños que…

Todos ganan, menos los niños.

(Porque no deja de ser circular y vicioso que la autoridad que, en las aguas heladas del cálculo egoísta, la CNTE impone a sus subordinados un curioso autoritarismo feudal que se ostenta crítico y libertario pero hace de sus militantes seres sumisos, callados y obedientes. Un adversario del capital que convierte a la educación pública gratuita en un pingüe negocio capitalista; un tianguis privado cuya excusa es el combate a la privatización educativa, ese mantra instantáneo e improbable de las inabarcables izquierdas.)

Arreglar el problema, pues, consiste en diferirlo y agrandarlo para que una y otra vez, año con año, carezca de solución... hasta que México sea bolivariano, los líderes de la CNTE se gradúen a senadores y gobernadores, el neoliberalismo cruel sea vencido, el imperialismo lanzado a los apretados infiernos y el reino de la bondad cubra a la Tierra.

Ya llegará.

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