La historia moderna de la literatura mexicana abunda en comisarios: autoungidos a los que se les mete entre ceja y ceja que la patria los convoca a luchar con valor para que la literatura vaya hacia donde debe, y no hacia donde va. Son las mismas pataletas de hace un siglo, las mismas pasiones trabucadas de ideología, la misma exaltación de unas letras subordinadas a cierta idea de nación (siempre basada en “el orgullo herido y la idea de la humillación”, como dice Isaiah Berlin).

Los paradigmas del comisario cultural posrevolucionario fueron Ermilo Abreu Gómez y Héctor Pérez Martínez, escritores medianos para quienes era obligatoria una literatura alimentada por su idea de la realidad, lo popular, lo accesible y lo nacional. (Escribí un libro sobre esto, México en 1932. La polémica nacionalista, FCE, 1999). Los malos entonces eran los escritores de la revista Contemporáneos, acusados de estar alejados de México, de ser indiferentes al sufrimiento del pueblo, de hacer antologías engañosas y de “poco varoniles” (el comisario petardo de hoy es más sincero: eran “escritores putetes”).

Como en los treintas, los comisarios hodiernos urgen una literatura que “organice al pueblo” y proyecte el espíritu colectivo hacia una linda marcha “popular” que culmine en el paraíso justiciero. De nuevo monopolizan la primera del plural y pregonan nuestra tarea, pues se asumen los portavoces de todos. (Jorge Cuesta respondía: “Los mediocres se conceden el derecho de someter al artista a que satisfaga el ansia de su pequeñez, la cual, con el fin de dignificarse y justificarse, se ofrece como una ansia colectiva, como el ansia nuestra”.)

El intensamente gris Pérez Martínez —luego secretario de Gobernación de Miguel Alemán, amigo del pueblo— se lanzó en 1932 contra Alfonso Reyes, quien, a su parecer, lideraba esas conductas literarias ajenas al “dolor” de México. “Usted”, le escribió Pérez con dedo flamígero, se pierde “en rutas extrañas que nada agregan a lo nuestro”; usted ha caído “en una evidente desvinculación de lo mexicano”; usted se opone a propiciar “la asimilación de nuestro espíritu aborigen”.

El pesaroso Reyes contestó con un folleto, A vuelta de correo. Más allá de insistir en lo obvio —es decir, que hasta estudiar la Grecia clásica era útil para México—, le parecía que en cosa de literatura “la calle es suficientemente ancha para todos”. Pero nunca lo es para el comisario que se otorga, sin concurso de oposición y sin más filtro que su hormonal voluntarismo, el monopolio de un trazo urbano que mide la justicia social, el alma de México y el activismo político adecuado para otorgar licencias de construcción en la infaltable “hora decisiva” (los comisarios siempre están en la “hora decisiva”).

“Erigirse en censor es tarea muy delicada y seria”, juzgaba Reyes. Quien asume ese rol vive “demasiado preocupado con lo que de momento lo afecta, y cree que los demás faltan a su deber si no comparten su estado de ánimo”: sucinta definición del comisario cultural. Pues si ese “estado de ánimo” único se convierte en política, no tardará en propiciar la persecución y la censura y, peor aún, en buscar el poder del Estado para vigilar y castigar a sus “adversarios”, como lo supieron los “reos” Cuesta, Villaurrutia y Samuel Ramos, consignados ante un juez ese mismo 1932 y, en 1937, otros escritores perseguidos por los revolucionarios Comités de Salud Pública. Y bueno, no es infrecuente que los comisarios de 2016 llamen a “destruir” a los escritores “corruptos”…

“Deje cada uno vivir al otro y, por su parte, procure hacer bien lo que tiene entre manos”, recomienda Reyes. Y además, “¿qué influencia pueden ejercer personas que usted mismo pinta como alejadas de toda realidad actual, y aun poco varoniles y poco dispuestas a entrarle a la vida?” Si “ellos, los malos” hacen revistas tan elitistas y nocivas y engañabobos, ¿no denigra usted a quienes las leen, y a quienes usted mismo quiere como público? Y si la revista de ellos es tan pérfida y mala, ¿qué le impide a usted crear su propia revista y ganarse a pulso un público más listo?

Cabe mucho en México dice Reyes, una y otra vez, desde 1932. En vano: es otro “reaccionario”…

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses