Me enteré de que la mensual Revista de la Universidad de México, que dirige Ignacio Solares, está en línea. No sólo eso, la página web incluye un “acervo histórico” muy bien puesto y funcional que permite leer los muchos números de esa revista que —como todas las institucionales— es tan longeva como desigual (nació en 1930).

Caí de inmediato en la huerta espinosa del recuerdo, pues a partir de 1975 publiqué en esa revista una buena cantidad de artículos, traducciones, entrevistas y reseñas. Como tenía 25 años —y las dosis normales de ingenuidad y arrogancia— el paseo me causó algo de rubor, bastante risa, una mesurada ufanía y, si se me permite el oxímoron, no poca pena ajena de mí mismo.

Ignoro por qué el entonces director de Difusión Cultural, Lic. Diego Valadés, nombró jefe de redacción a mi profesor de lingüística, Antonio Millán Orozco, que no tenía idea de lo que era una revista. Supongo que porque así lo dispuso Rubén Bonifaz Nuño —mandamás de la cultura unamita— cuando se fue el anterior jefe, su protegido Carlos Montemayor (poeta mediano). No importaba gran cosa, pues la revista llevaba buen rato en estado de catatonia y llenando bodegas, aunque era carísima.

Millán Orozco nos puso de ayudantes, sin cargo ni crédito pero con un chequecito mensual, a Armando Pereira y a mí. Publiqué una entrevista extensa con Álvaro Mutis, y otra que, al alimón con Armando, le hicimos a García Márquez cuando publicó El otoño del patriarca. Una vez me buscó Octavio Paz porque le gustó una reseña que hice de El mono gramático, y Alejandro Rossi me escribió otra para felicitarme por un largo ensayo sobre Borges. Y eso era sueldo adecuado.

En febrero de 1977, el rector Soberón puso a Hugo Gutiérrez Vega (poeta mediano) como director de Difusión Cultural. Y Gutiérrez Vega procedió a encargarle la revista a Carlos Monsiváis, quien puso como jefe de redacción a José Joaquín Blanco. Gutiérrez Vega (a quien Monsiváis le pidió que no me corriera), me ordenó entonces que se me ocurriera algo e inventé una colección llamada “Material de lectura” para divulgar poesía entre los estudiantes. Hoy veo que “Material de lectura” tiene seis empleados, entre ellos una señora Ana Cecilia Lazcano que figura como su “Editora fundadora” (y a quien yo no recuerdo haber visto).

Monsiváis y sus cuates renunciaron a los cinco meses. Gutiérrez Vega asumió la dirección de la revista y me trajo de regreso, ya como jefe de redacción pero de nuevo sin plaza. Durante un año hice la revista sin más ayuda editorial que la de mi amigo Rafael Vargas. No son pocos los escritores y artistas que luego adquirirían prestigio a los que publicamos entonces. Una vez logramos algo inaudito, un número que no se quedó en las antesalas sino que se agotó en los puestos de la Ciudad Universitaria (que eran los únicos vendedores entonces): un número doble y monográfico dedicado al tema “Literatura y pornografía” y que ameritó un regañó de su director.

Luego, en octubre de 1978, Gutiérrez Vega (que solía ufanarse de sus años como director de la revista) tuvo que poner como director a Arturo Azuela (un narrador mediano), quien exigió dirigir la revista como consolación por haber perdido en alguna grilla universitaria. No sé cuánto cobraría Azuela por hacer lo que yo llevaba años haciendo, pero sospecho que bastante más. Lo primero que hizo Azuela fue crear el cargo “jefe editorial” y nombrar a Cristina Pacheco, que se convirtió en jefa del “jefe de redacción”.

Azuela metía artículos elocuentes de Eduardo Galeano. Por ejemplo, uno que decía “escritor es el que escribe libros, dice el pensamiento burgués, que descuartiza lo que toca. La compartimentación de la actividad creadora tiene ideólogos especializados en levantar murallas y cavar fosas”.

Y yo, ahí juntito, metía uno sobre Borges…

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