Nunca es fácil, al menos para quien esto escribe, decidirse por un tema a la hora de enfrentar la proverbial hoja blanca o, más realistamente, la vacía pantalla del procesador de textos, queridos lectores. A veces abundan, a veces escasean, pero invariablemente lo dejan a uno con la persistente duda de que la elección no fue la correcta.

Hoy, por razones que explicaré en un momento, ha sido especialmente difícil la decisión. Como siempre hay un poco de todo en la viña del señor, y después de tantos años en el ejercicio me queda claro que con frecuencia los temas que uno cree que serán más atractivos no siempre lo son y que a veces divagaciones como esta son las que más gustan. Para adivinador no nací, y tampoco se trata solo de buscar lo más taquillero, sino lo que a uno más lo mueve, o lo conmueve.

Lo internacional nos interesa demasiado poco, pero eso no es de lamentarse, sino asumirse como parte de nuestra realidad, de la naturaleza humana que no gusta de ver más lejos de los arbustos. Salvo en pocos países, los más avanzados por cierto, lo que acontece en el resto del mundo es un misterio, un enigma, un mito. En la lógica del círculo vicioso, mientras menos leemos o escuchamos al respecto menos entendemos, menos puntos de referencia y de comparación tenemos, más espacio para la ignorancia, la propaganda, la charlatanería.

Vivimos en nuestro ombligo, cierto, pero tampoco me quejo por ello: tenemos un centro de gravedad suficientemente complejo y barroco como para entretenernos con él ad eternum, o ad nauseaum, según sea el caso. Desde lo fundamental hasta lo trivial, los mexicanos sabemos bien cómo hacer de cualquier asunto o bien una tragedia nacional o bien un diagnóstico de nuestras psiques, de nuestras almas. Y así vamos por la vida, encontrando sustitutos para lo que como individuos, como sociedad somos incapaces de lograr. Y claro, es mucho más fácil indignarse por el Lord o la Lady tal o cual que reconocernos en ellos, que ver en su conducta la de nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo. O, peor aun, de nuestros padres, de nuestros hijos.

En este espacio he abordado de todo un poco o un mucho. Me he encontrado a lectores, a corresponsales, que tienen visiones diametralmente opuestas a las mías, y eso hace que mi respeto por ellos crezca. En la vida hay que buscar siempre aquellas opiniones que difieren de las nuestras, hay que deliberadamente leer y escuchar el otro, los otros, puntos de vista. Porque nos abre el panorama, porque nos obliga a repensar, porque nos hace ver que los rivales, los contrincantes, no están tan lejos de nosotros.

Es ahí, en la aceptación del otro, del diferente, donde radica el potencial de nuestro crecimiento, de nuestra grandeza. El generoso, el tolerante, el rico en ideas y en palabras lo es, entre otras cosas, porque sabe el valor de lo distinto, de la diversidad, del arcoíris que es cada persona, cada familia, cada comunidad.

Y es con eso, querido lectores, con lo que quiero dejarlos. Cierro hoy, con este texto, una etapa como articulista de opinión en EL UNIVERSAL. En estos años, que no menciono porque son muchos, solo he recibido de sus directivos y de la familia Ealy atenciones, cortesía, generosidad y plena libertad. Agradezco especialmente al licenciado Juan Francisco Ealy Ortiz la invitación original para ocupar este espacio.

A ustedes, mis lectores, les agradezco su paciencia, su tolerancia, su tiempo y sus opiniones. Todas las he leído, todas me las llevo conmigo.

Analista político y comunicador.
@gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos
www. gabrielguerracastellanos.com

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