En los meses y años que vienen, la mayoría de los paisanos que regresen a México lo harán por la vía de la autodeportación. La fuerza pública con la que cuenta el gobierno de Estados Unidos les alcanza, entre la Policía Fronteriza y el ICE, para deportar a unos 400 mil indocumentados al año. Si a esto le sumamos los 300 mil nacionales que se encuentran en cárceles estadounidenses, el primer año del trumpismo podríamos ver de vuelta a un número récord de nacionales. Será materialmente imposible que en un sólo año, mucho menos en los primeros cien días de su gobierno, el nuevo presidente logre expulsar a los dos millones de migrantes que ha prometido. En cualquiera de los casos, el reto que se avecina para México y los países de Centroamérica es enorme.

Tengo la impresión de que Trump va a esforzarse por cumplir con la mayoría de sus promesas de campaña y, dentro de ellas, pondrá un acento especial en las cuestiones migratorias. Basta ver al elenco de personalidades con las que está conformando su equipo, sobre todo en las áreas de seguridad y aplicación de la ley. Uno de los personajes al que ha entrevistado con mayor frecuencia y que suena fuerte para ocupar la Secretaría de Seguridad Interior, es el ex secretario de Estado de Kansas, Kris Kobach, padre de la idea de la autodeportación.

La tesis de Kobach parte del reconocimiento de que Estados Unidos no tiene la suficiente fuerza pública para expulsar a los más de once millones de documentados que viven en ese país. O, en caso de intentarlo, la distracción de la policía de otras tareas de seguridad sería demasiado alta. Tampoco es plausible obligar a todos los empleadores de Estados Unidos a que se conviertan en socios o coadyuvantes de la autoridad migratoria para revisar los papeles de sus empleados y denunciarlos. De hecho, muchos de estos empleadores no quieren siquiera que se vayan, mucho menos tendrán intenciones de provocar su deportación.

A la luz de lo anterior, el abogado Kobach ha ideado una medida mucho más drástica. Su estrategia consiste en hacer tan miserable la vida de los paisanos en Estados Unidos que ellos mismos tomen la decisión de empacar sus pertenencias y regresarse a México. El objetivo es lograr la autodeportación en masa de los migrantes indocumentados. Si Trump lo selecciona como miembro de su gabinete, podemos tener la certeza de que esta será la vía que busque aplicarse. Kobach fue el autor intelectual de las leyes antimigratorias y de perfilamiento racial en Arizona y Alabama.

El desafío para México será mayor que la “simple” recepción de miles de paisanos. Antes de que se inicie el éxodo de vuelta a nuestro país, nuestro cuerpo consular deberá hacer frente a las vejaciones, los actos hostiles y las violaciones de derechos humanos y laborales de que sean objeto los connacionales. Todavía no inicia la administración Trump y ya hemos visto multiplicarse el bullying en las escuelas en contra de niños mexicanos, los cartelones que exigen que los migrantes se larguen a su país, que les anuncian que tienen los días contados.

Al temor natural y la incertidumbre que crea la presidencia de Trump sobre los paisanos se sumarán condiciones sociales y de convivencia insoportables. No faltará quien se niegue a rentarles una vivienda, a darles servicio en un restaurante o a subirlos en un taxi. Su vida será miserable y retornarán a México. Se me quedó grabada la frase que me confió un colega en Estados Unidos: “ahora los mexicanos son los nuevos judíos”.

Los actos de discriminación abierta en contra de los mexicanos tienen el potencial de desatar reacciones incontroladas para ambos gobiernos. Lo más práctico y sensato sería detenerlas a tiempo. Pero si, por el contrario, se alientan como política del gobierno, México y Estados Unidos entrarán inevitablemente en una ruta de colisión.

Internacionalista

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