Nunca han sido más exactas las palabras del poeta e. e. cummings que cuando se citan, como ahora, para describir a Betsy Pecanins: “El poder de tu intensa fragilidad”. En la palabra “intensidad” debemos entender, ante la existencia y el arte de Betsy, fuerza delicada, voluntad cristalina y afirmativa, gozo de estar presente, deseos de darle al mundo algo bello. A todo eso llamo las lecciones de Betsy Pecanins. La muerte de esta mujer extraordinaria deja una herida irrestañable en quienes la conocimos, la admiramos siempre y la quisimos con todo el corazón.

La vi por vez primera hace cuatro décadas en los edificios Condesa, en el departamento de su madre, Ana María. Desde entonces fuimos grandes amigos y del inmenso cariño que nutría esa amistad apenas puedo hablar, pues ha sido una de las experiencias más plenas de mi vida. Era una amiga impecable.

Hicimos juntos algunos trabajos poético-musicales, y me apena no haber podido nunca acercarme, siquiera, con mis versos, a la resonancia profunda e irradiante de su voz. Su última obra de arte fue hermosa y potente: Ave Fénix. El espectáculo de voces amigas y de su presencia formidable llenó el Teatro de la Ciudad como en pocas ocasiones.

En 1993 preparamos y presentamos el espectáculo multidisciplinario “Babel”. En medio de esos cuadros o escenas inspiradas libremente en el mito de Nemrod y su ambicioso desafío a la divinidad, cantaba Betsy algunas canciones que compusimos, o mejor dicho: que ella hizo con un puñado de líneas poéticas que le entregué. Recuerdo con emoción una de esas piezas: “Trenes”, que Betsy entonaba con brío desde una construcción ideada por Gabriel Macotela, como todo lo demás que podía verse en el escenario, en forma de grandes maquetas. Otros amigos estuvieron allí como coautores y como intérpretes: Armando Contreras, Vicente Rojo Cama, Marco Antonio Silva, Arturo Ríos, Álvaro Guerrero, Nina Galindo. Nos dirigía Walter Doehner.

Siempre estarán conmigo sus grandes ojos frescos. Una vez la sorprendí dolida por un malestar de los muchos que la aquejaron y no la derrotaron nunca. La mirada que me echó era levemente feroz: “Aléjate, no quiero que me veas así”, me dijo en silencio desde lo más hondo de sus pupilas.

No me apena decir que con frecuencia, cuando la oía cantar, se me hacía un nudo en la garganta.

Una palabra aparecía todo el tiempo en los mensajes, condolencias y comentarios en torno de la muerte de Betsy Pecanins: la palabra valiente. Todos los que la tratamos sabemos qué significa: su actitud ante los continuos quebrantos de salud y su determinación férrea de no dejarse abatir por ellos. Nunca se doblegó ante los amagos del desánimo y siguió adelante aun cuando la vida le arrebató uno de sus dones más valiosos, el más notorio para su público y para sus admiradores: la voz.

Hay muchas personas a quienes dar el pésame. Solamente dejaré aquí tres nombres: Tesa, Yani, Walter.

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