El jueves 28 de abril de 2016 hubo una sencilla ceremonia universitaria en la que tomé la palabra en mi calidad de participante en un seminario de estudios y de variadas lecturas, del que allí hablé. Lo que dije no fue, propiamente hablando, un discurso sino más bien una declaración de amistad, un refrendo de mi confianza en el trabajo y en la convivialidad. El encabezado que he puesto aquí apenas expresa en cifra lo que hemos hecho en ese grupo: no nada más leer y comentar, sino visitar mundos, a veces muy vastos, de conocimientos y sabidurías. Aquí reproduzco esas palabras mías de fines de abril:

“En el año 2005, cuando en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) comenzaron los trabajos del grupo de estudios llamado ‘Cervantes y el conocimiento literario’, nadie imaginó que llegaríamos tan lejos. Ha sido posible, lo digo con emoción y gratitud, gracias a la presencia y la voz de decenas de alumnos que han asistido a sus sesiones: estudiantes universitarios, vecinos de las inmediaciones del plantel Del Valle, curiosos con algún interés literario o libresco, ciudadanos de a pie que estuvieron con nosotros una o dos clases, nada más.

“Nadie como los tres compañeros que hoy celebramos por una década de asistencia ininterrumpida al seminario. Son ellos un ejemplo para la comunidad de la UACM: su amor por el conocimiento, su jovialidad y su lucidez, su inmensa curiosidad ante los textos los han transformado en modelos de lectores y compañeros.

“Marna Vázquez, Enriqueta Sanromán y Jorge Aceituno reciben hoy un hermoso diploma de manos del rector de la UACM, doctor Hugo Aboites, y lo hacen con el mismo ánimo con el que vienen todos los jueves a nuestras reuniones de estudio: con una sonrisa de auténtico gusto. Estoy seguro de que lo agradecen sinceramente.

“Yo, como su compañero más constante en el seminario, quiero decirles aquí, ahora, públicamente, el lugar inmenso que ocupan en mi corazón y el diálogo continuo que sostengo con ellos, más allá de los jueves de los encuentros semanales. Si leo un pasaje donde se habla de la teoría de los humores, pienso en Jorge Aceituno y en el doctor Juan Huarte de San Juan; si reviso algún momento significativo de la Revolución Mexicana, pienso en Queta Sanromán y su pasión villista; si voy a una librería de viejo y una edición antigua me llama la atención, me pregunto si Marna Vázquez ya la habrá conseguido. Todo ello alude apenas a una porción microscópica de los temas que hemos recorrido juntos, estudiado y examinado a lo largo de dos horas, cada semana, durante tantos años.

“Con los tres y con muchos otros compañeros, hemos aprendido a ejercer en un grupo de estudio y discusión un arte modesto y profundo, enseñanza perpetua para el espíritu y la mente, conversación con los difuntos —como dice Francisco de Quevedo—: el viejo arte de la lectura atenta. Nada más. Pero también, debo decirlo, nada menos.”

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