Durante décadas, México y Estados Unidos nos hemos acusado mutuamente: ellos son permisivos respecto al tráfico de armas y al envío de “dinero caliente” del narcotráfico hacia el sur, mientras que nosotros permitimos el cruce de personas indocumentadas y de drogas hacia el norte.

¿Cómo transitar entonces de los reclamos recíprocos hacia un manejo de la relación bilateral y de la gestión fronteriza sustentados en la responsabilidad compartida?

El 11 de octubre visitó México Jeh Johnson, secretario de Seguridad Nacional del gobierno de Obama.

Cabalísticamente, Johnson nació un 11 de septiembre. Bajo su mando están los servicios de ciudadanía y de control fronterizo, el cuidado de la infraestructura hidráulica, eléctrica, financiera y de telecomunicaciones, la seguridad cibernética, la prevención y combate del terrorismo, la migra y las aduanas.

Johnson fue el abogado en jefe del Pentágono. Él redactó la legislación que permite a las Fuerzas Armadas estadounidenses el uso de los drones, aviones no tripulados que atacan territorios que, a decir de Washington, albergan amenazas a su seguridad.

Para él, la seguridad de su país empieza más allá de sus fronteras, con cualquier avión, barco o vehículo que se dirige a territorio estadounidense.

Le pregunté en un foro con los secretarios mexicanos de Gobernación y de Relaciones Exteriores: ¿cómo puede el guardián del país más poderoso del mundo reconciliar la definición unilateral de su perímetro de seguridad con la cooperación entre vecinos?

Me contestó así: la asociación entre Estados Unidos y México busca el beneficio de los ciudadanos de nuestros países en un contexto de creciente interdependencia económica y de seguridad, y por ello resulta vital que este trabajo conjunto continúe al concluir el gobierno del presidente Obama.

El secretario Osorio Chong aseguró que la cooperación no significa que México sea un mero receptor pasivo de la política estadounidense. La secretaria Ruiz Massieu afirmó que una frontera eficiente y moderna no está peleada con una frontera segura en las mega-regiones Cali/Baja, Arizona/Sonora, El Paso/Juárez, Coahuila-Nuevo León-Tamaulipas/Texas.

Sin embargo, en los hechos, la frontera sur de Estados Unidos y su perímetro de seguridad se están externalizando hacia los límites entre México y Centroamérica, e incluso podría decirse que abarca desde el Ártico hasta el Darién.

Violencias de todo tipo, como las maras, la sequía, y el extractivismo depredador, expulsan ya no a migrantes, sino a miles y miles de desarraigados guatemaltecos, salvadoreños y hondureños de todas las edades.

En 1980, un estudiante llamado Tim Kaine pasó un año enseñando carpintería y soldadura a jóvenes hondureños; hoy es el candidato demócrata a vicepresidente.

En 2016, el año que vivimos en peligro con Donald Trump, gana el premio Nobel de literatura Bob Dylan, una piedra rodante que representa la antípoda del extremista que predica el odio y que quiere cerrar fronteras.

La seguridad de Centroamérica y de Norteamérica pasa por su estabilidad. Objetivos como la competitividad y la prosperidad compartida suenan hoy inasequibles para millones de habitantes de nuestra región.

México y Estados Unidos debemos invertir de manera conjunta en mejores oportunidades de educación como profesionales técnicos para los jóvenes centroamericanos, en centros educativos mexicanos.

No podemos quedarnos en cambios que sólo se quedan en el papel mientras la realidad en el terreno sigue siendo terrible. Necesitamos respuestas conjuntas a desafíos comunes. Los testimonios de Dylan y Kaine, que derriban barreras mentales y fortalecen comunidades, son una buena inspiración.

Profesor asociado en el CIDE

@Carlos_Tampico

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