México tiene que verse en el espejo centroamericano. En este verano de 2015 se ha agudizado de nuevo la salida masiva de niños migrantes centroamericanos que buscan llegar a suelo estadounidense.

El debate sobre el éxodo forzado de niños no acompañados se ha enfocado en sus consecuencias y no en sus causas. Esta crisis tiene su raíz en un modelo económico brutalmente extractivo y en el secuestro del Estado por parte de poderes fácticos.

La estructura económica en Guatemala, Honduras y El Salvador, el triángulo del norte centroamericano, se caracteriza por la acumulación de riquezas y de recursos en pocas manos. En El Salvador, un gobierno con arraigo en sectores populares encabeza formalmente las instituciones del Estado, pero la oligarquía detenta el poder real.

Los tres países están entre los más pobres de América Latina, y al mismo tiempo generan centenas de millonarios. Según cifras de la consultora Wealth-X, en Guatemala, Honduras y El Salvador hay 610 ultra-ricos con 80 mil millones de dólares.

Los pobres están inmersos en el círculo vicioso desempleo-violencia-emigración-remesas-economía rentista-menor productividad-desempleo. Envían remesas desde Estados Unidos, que los ricos absorben en sus centros comerciales para luego comprar residencias en Estados Unidos y enviar el dinero a paraísos fiscales. Exportar pobres se ha convertido en el más lucrativo negocio de los oligarcas locales.

Al mismo tiempo estos países están asolados por una devastadora sequía, por enfermedades como el chinkungunya, y por nuevos escándalos de corrupción que emergen en Guatemala y Honduras cada semana.

La violencia no existe por sí misma. El sacerdote jesuita Ismael Moreno Coto explica claramente quién la provoca, la dirige y la sostiene:

1. El primer rasgo es la acumulación y concentración de recursos y riquezas en pocas familias. Las oligarquías locales, bajo el amparo del capital multinacional, han logrado el control del capital comercial, del especulativo, del agroindustrial, de la energía, las comunicaciones, la minería, el turismo y el transporte.

2. Un segundo rasgo es que los conflictos no resueltos se han expandido. Son conflictos por la tierra, en torno a la recaudación de impuestos, por la violencia e inseguridad, y por sistemas públicos de educación y salud deficientes.

3. El tercer rasgo es la subordinación de toda la institucionalidad del Estado a los partidos, dominados por la corrupción, el verticalismo y el cinismo, y que salvo excepciones, son controlados por los mismos apellidos de las oligarquías.

Los miles de manifestantes en Tegucigalpa y ciudad de Guatemala piden un Estado que trabaje para las mayorías y no para un puñado de personas detonadoras de corrupción, violencia e inestabilidad.

La sociedad mexicana comparte con los países mesoamericanos este modelo económico que genera exclusión y pobreza intergeneracional; 46.5 por ciento de los mexicanos vive en la pobreza, mientras que 1 por ciento acapara 21 por ciento de la riqueza.

Washington apuesta 3,700 millones de dólares a la Alianza para la Prosperidad en el Triángulo del Norte, y México invierte en el proyecto Mesoamérica sin hambre junto con la FAO.

Es en nuestro interés invertir en el desarrollo mesoamericano, pero evitemos echarle dinero bueno al malo. Construyamos una alianza por la seguridad humana, que haga de nuestros niños y jóvenes en la pobreza becarios en vez de sicarios. Un modelo para el desarrollo local, que atienda las causas de la migración forzada, que no apunte a paliar carencias, sino a desarrollar capacidades; es decir, a construir ciudadanía.

Profesor Asociado en el CIDE.
@Carlos_Tampico

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