Bill Shankly, el mítico entrenador del Liverpool, equipo que adopté como mío cuando niño creciendo en Gran Bretaña, acotó que si bien para muchas personas el futbol era un tema de vida o muerte, éste era en realidad mucho más importante que eso. La bienvenida acción del Departamento de Justicia de Estados Unidos al encausar a altos directivos de FIFA por corrupción y soborno esta semana —detenidos algunos en Ginebra por las autoridades suizas— es a su vez mucho más que futbol. Se trata, en la antesala de lo que fue una lamentable quinta reelección de Sepp Blatter al frente de esa organización, de una decisión que deviene en un asunto de envergadura para las relaciones internacionales.

No hay duda de que el hábito de la justicia estadounidense de buscar aplicar extraterritorialmente su legislación irrita mucho y a muchos, y en ocasiones ha generado severos conflictos diplomáticos o violaciones al derecho internacional y a tratados bilaterales, como en el pasado fue el caso por ejemplo con México, con el secuestro de Alvarez Machain o el operativo ‘Casablanca’. Y también es un hecho que si EU lanza una piedra en contra de la corrupción internacional lo hace desde una casa de cristal, ya sea por el posible involucramiento de empresas de ese país en el caso FIFA, o zarandeado nuevamente como ahora lo está Washington por revelaciones de corrupción en el Congreso. Pero me parece que la procuradora general Loretta Lynch ha actuado correctamente con respecto a FIFA. Los delitos se cometieron en suelo estadounidense (en la sede de Concacaf en Miami) e involucran tanto a estadounidenses como transferencias de dinero desde EU. La decisión además abona al paradigma de un sistema internacional de siglo XXI basado en reglas y bienes globales comunes donde la soberanía nacional no debe ser óbice para perseguir internacionalmente desde delitos de cuello blanco hasta crímenes de lesa humanidad. Y allí sobresale el tema de la corrupción internacional, que afecta no sólo a organizaciones como FIFA y sus prácticas sino que se yergue también como un flagelo endémico para muchas naciones, particularmente en Latinoamérica y el Caribe. No es coincidencia que el instrumento legal utilizado por EU en este caso sea la ‘Foreign Corrupt Practices Act’ que prohíbe que una empresa de EU o en este caso, una empresa con operaciones en EU, soborne. Y tampoco lo es el hecho de que la mayoría de los directivos acusados son de naciones del continente americano, abonando con ello a las percepciones negativas que ya de por sí existen en torno a casos relevantes de corrupción a lo largo y ancho de nuestra región. Pero las acciones estadounidenses tampoco se dan en un vacío geopolítico y podrían tener secuelas. No escapa a nadie que las acusaciones en contra de FIFA reabren el debate en torno a los Mundiales otorgados a Rusia y Qatar. Por un lado, la relación de Washington con Moscú se encuentra en su nadir desde el fin de la Guerra Fría. Por el otro, muchos en la capital estadounidense sospechan que desde Qatar hay fundaciones e individuos que están apoyando y financiando a Hamas en Gaza o que ven con creciente preocupación el abuso a trabajadores migrantes; ONG internacionales estiman que más de 900 de ellos han muerto en Qatar desde 2012 en la construcción de la infraestructura para el Mundial 2022. Finalmente, uno de los efectos colaterales de la decisión estadounidense podría acabar siendo un golpe de timón —y de suerte— para la diplomacia pública y la imagen de EU en el mundo. Esta no ha sido estelar en los últimos años y ciertamente quedó magullada después de las revelaciones en torno a cómo espió Washington a otros gobiernos. La decisión de confrontar a FIFA le ha ganado aplausos a EU no sólo en los medios internacionales sino también entre millones de aficionados al futbol en todo el mundo.

La gobernanza del futbol mundial importa y no es cosa trivial. Es un fenómeno social global, un negocio multibillonario que afecta la política y los negocios, y, como ahora se advierte, también al sistema internacional. FIFA ha operado a lo largo de décadas con impunidad y opacidad y la podredumbre a su interior lleva años gestándose. No deja de ser una paradoja que fue el país benjamín del futbol mundial, EU, el que puso en evidencia que el emperador Blatter no tiene ropa. Pero esas acciones no serán suficientes. Patrocinadores, federaciones nacionales y la UEFA en particular, por el peso que tiene en el futbol mundial, deben pugnar por que FIFA ponga en orden su gestión interna. Javier Marías memorablemente apuntó que “el futbol es la recuperación semanal de la infancia”. Hoy hay una oportunidad para recuperar al futbol organizado. Si FIFA no se refunda y reforma, hay que sacarle la tarjeta roja y expulsarla del juego.

Embajador de México.
@Arturo_ Sarukhan

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