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Hoy en día el precandidato puntero para Presidente de Estados Unidos en el Partido Republicano es un empresario de entretenimiento que ha logrado insultar a medio mundo, incluyendo a los inmigrantes, los veteranos de guerra y las mujeres, además de media docena de otros grupos. Mientras tanto, en el Partido Demócrata un político que se autodenomina socialista está pisando los talones a Hillary Clinton y lleva la delantera en las encuestas en Iowa, donde iniciarán las votaciones de la precampaña en febrero. ¿Qué está pasando al norte del Río Bravo que está generando estos resultados tan poco usuales?
Claramente hay un malestar entre los estadounidenses que los incentiva a buscar a candidatos fuera de los parámetros normales. Si bien la economía ha repuntado desde la crisis financiera de 2008-9, se han estancado los salarios de la mayoría de los trabajadores estadounidenses desde entonces. Como ha argumentado Thomas Piketty en su libro Capital, la desigualdad, no sólo en salarios sino en bienes y activos, ha incrementado constantemente desde los años 80 en Estados Unidos (y en menor grado en Europa también), generando una brecha entre los más pudientes y el resto de la sociedad, y limitando el incremento de salarios y capital, que fue mucho más generalizado y democrático en las tres o cuatro décadas previas. Desde 2008 la mayoría de estadounidenses experimentan una economía estable pero no creciente por primera vez en su memoria.
En medio del descontento ciudadano que este estancamiento provoca, hay un caldo de cultivo fértil para populistas tanto de derecha como de izquierda, que venden soluciones fáciles y se presentan como figuras novedosas en el terreno político. Desde luego, en este caso, la receta de uno es más preocupante que la del otro. Bernie Sanders, un senador independiente, que se considera un socialista, presenta una serie de propuestas de corte estatista que son difíciles de ver efectivas en una sociedad tan individualista como la estadounidense, pero son dignas de consideración en el debate nacional y por lo menos no minan la unidad nacional. Tampoco ha logrado crear una base sólida de izquierda en el Partido Demócrata —casi no tiene seguidores ni afroamericanos ni latinos, grupos que serán decisivos en la precampaña—, pero está montando un desafío intelectual a Clinton desde el ala izquierda del partido.
En cambio, Donald Trump, el precandidato republicano, ha montado su campaña sobre la idea de regresar a un pasado imaginario del país en que hay menos migrantes, las mujeres son sumisas y hay una mano firme y caciquil en el poder. Es una visión preocupante y divisoria, a la cual se han opuesto casi todos sus contrincantes en el partido, quienes proponen visiones mucho más incluyentes de la sociedad y que se merecen poner en debate con las propuestas de los precandidatos demócratas.
Trump se ha beneficiado de sus grandes habilidades mediáticas en medio de un periodo de descontento generalizado, pero ya hay signos de que su estrella está empezando a caer. Su falta de conocimiento específico de temas de política pública e internacional y sus ataques constantes contra grupos sociales está empezando a generar anticuerpos en el electorado republicano, sobre todo cuando se acercan las elecciones primarias para elegir al candidato que irá a la contienda por la Casa Blanca. Si bien Trump no se va a desplomar de la noche a la mañana, sospecho que ya llegó a su máximo punto de popularidad y todo indica que ya se empieza a desvanecer parte de su apoyo.
Las fases iniciales de la precampaña siempre sirven para que la sociedad se desahogue con los políticos —y más aún en este clima de desánimo y frustración—, pero también hay raíces fuertes en la sociedad estadounidense que promueven la inclusión y el progreso y regresarán el debate a un cauce más institucional y mesurado antes de que empiecen las votaciones en el año próximo. Por lo menos eso esperamos.
Vicepresidente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson
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