En marzo de 1885, un incidente sin importancia propició la fuga de los apaches chiricahua de la reservación de San Carlos, en la que habían pasado dos años confinados en condiciones humillantes, pero en paz. Las crónicas de esa fuga, contada en los periódicos del periodo y los partes militares de la caballería del Suroeste de los Estados Unidos, pero sobre todo gracias a los recuerdos que los niños que participaron en ella vertieron cuando ya eran adultos, debería formar parte de los anales de la historia militar universal: es una pequeña epopeya.

El oficial encargado de vigilar a los apaches de la reservación de San Carlos era un hombre incompetente, corrupto y notablemente pasado de peso llamado Britton Davis, a quien las cosas se le salieron de cuajo cuando trató de castigar a los chiricahua tras una borrachera en la que habían participado los jefes que estaban ahí en ese momento: Naiche, Nana, Mangus, Chihuahua y Loco. Un par de buscadores llamados Chato y Mickey Free habían acusado a Gerónimo de haber empezado la borrachera, y Gerónimo, que ya estaba desesperado por recuperar la vida en libertad que su banda sólo podía disfrutar en los altos de la sierra Madre en México, habló con los jefes para convencerlos de que se fueran con él. Salvo Mangus y Naiche, los jefes eran gente mayor, mayores incluso que Gerónimo, que para entonces tenía 70 años.

Le dijeron que no, un poco a sabiendas de que con ello lo estaban condenando si era cierto que Chato y Micky Free lo habían denunciado: Gerónimo no era jefe, no tenía una banda, si se escapaba sólo con su familia, no iba a poder sobrevivir en la Sierra Madre, donde la mayor parte de la comida se obtenía mediante asaltos a los ranchos de Sinaloa. A la mañana siguiente del lío de los jefes con Davis, Gerónimo notó en el horizonte que un grupo de soldados se acercaba —se acercaban por cualquier cosa— y juntó a los jefes de nuevo para decirles que venían a detenerlos a todos por que él mismo había matado la noche anterior a Chato y Micky Free. Todos volaron menos Loco, que era un jefe de paz.

El escape de marzo de 1885 es uno de los momentos cumbre de la historia militar de Gerónimo. Aunque los soldados que iban hacia Turkey Creek no iban en plan de guerra, cuando llegaron a San Carlos, Davies ya tenía órdenes de utilizarlos para perseguir en caliente a los indios fugados. Se hizo inmediatamente al camino. Los chiricahua, un poco delante de él, iban a pie porque huir se consideraba una acción de guerra y los cuerpos militares apaches demandaban una movilidad para la que incluso los caballos estaban poco dotados. Todos los chiricahua huyeron juntos a la legendaria velocidad a la que eran capaces de correr, con todo y mujeres, viejos y niños.

Una vez en la sierra de los Mogollones, con Davis y sus hombres encima y a la vista, los jefes apache se separaron en pequeñas bandas de guerreros. Chihuahua le encomendó a Gerónimo, tal vez a manera de castigo, que él se llevara a los niños e hiciera con ellos una maniobra de distracción. La orden de Chihuahua demandaba, claramente, un sacrificio: Gerónimo tenía que ganar un par de días para los guerreros en fuga. Cuando lo atraparan y vieran que no llevaba hombres, lo regresarían a la reservación y la tropa en libertad quedaría intacta.

En una operación sin precedentes por su virtuosismo, Gerónimo consiguió que fuera su rastro el que siguieran los soldados, y los tuvo dando vueltas de norte a sur y de este a oeste por los peladeros de Arizona, no durante las horas que hubieran bastado para que los demás jefes se perdieran en los montes, sino durante 24 días —el tiempo que le tomaba a un grupo de guerreros apaches alcanzar a pie las zonas más altas y remotas de la Sierra Madre del lado de Sonora.

Cuando estaba seguro de que el resto de los guerreros ya estaría a salvo en México, tomó rumbo al sur por una ruta de roca sólida por la que no había modo de dejar rastro. Los militares gringos, que estaban convencidos de estar persiguiendo a un comando letal de guerreros y no a tres o cuatro decenas de mujeres y niños, tuvo que reconciliarse con la idea de que sus enemigos habían ganado otra vez.

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