El Chapo en fuga, muerto de la risa. El gobierno humillado, sufriendo el peor de los castigos políticos: el ridículo. La sociedad, entre estupefacta y aterrada ¿Qué hacer ahora? ¿Cómo recomponer la situación tras la fuga del más buscado de los buscados de la prisión más segura de las seguras?

No hay receta única, pero algunas tareas son indispensables. Va una lista breve:

1. Descubrir a los cómplices: la fuga del sábado es impensable sin la colaboración abierta de algunos y la negligencia criminal de otros. Como primerísimo paso, resulta necesario descubrir y sancionar a unos y otros ¿Quién dio acceso a los planos de la prisión? ¿Quién facilitó información sobre la disposición de las cámaras de seguridad? ¿Quién no estuvo dónde debió de estar y quién no vio lo que debió ver? ¿Por qué no estuvieron y por qué no vieron? ¿Por corrupción? ¿Por intimidación? ¿Por simple incompetencia?

2. Deslindar responsabilidades: la responsabilidad penal probablemente se detenga en algún espacio intermedio del sistema penitenciario federal, pero la responsabilidad política y administrativa llega más arriba. Mucho más arriba. Y se debe de saber quién no hizo lo que debió haber hecho ¿Quién no supervisó? ¿Quién no se hizo cargo de sus subordinados? ¿Quién no puso la alerta cuando empezaron a surgir señales de que todo no iba bien en el Altiplano? Esto no significa que alguna cabeza deba rodar (aunque no estaría mal), pero no pueden quedar sin sanción los funcionarios que, en las palabras del presidente Peña Nieto, permitieron un hecho imperdonable.

3. Cazar al capo: hoy, la capacidad disuasiva del Estado mexicano está por los suelos. No importa cuántos capos se pueda aprehender si no se les puede procesar y retener. Nadie le va a temer a una prisión donde se pueden construir rutas de escape en el subsuelo. Por ese hecho, es crucial cazar y recapturar sin demora a Joaquín Guzmán: mientras más tiempo permanezca libre, más se solidificará el mensaje de que se le puede sacar la lengua impunemente a las instituciones del Estado. Y muchos lo intentarán.

4. Rediseñar el control de las instituciones. Va pronóstico temerario: en los próximos días descubriremos que muchos de los involucrados en la fuga de Guzmán pasaron, sin asomo de duda, las pruebas de control de confianza. Eso nos debería llevar a hacernos una pregunta fundamental: ¿cómo podemos asegurar la integridad de las instituciones y la lealtad de su personal? Una batería de cinco pruebas no basta. Se requiere, por una parte, fortalecer los mecanismos de control interno y supervisión externa de los organismos de seguridad y justicia. Por la otra, es indispensable dar a sus integrantes una carrera y un proyecto de vida que incluya, entre otras cosas, protección para ellos y sus familias. Sólo así se les puede pedir lealtad y compromiso.

5. Repensar la prisión. Tras la fuga del sábado, hay que reconocer lo evidente: no tenemos un solo penal inviolable, digno de ser considerado de máxima seguridad. Y no lo tenemos porque usamos los penales, aún los federales, para muchas cosas que no ameritan encierro y menos aislamiento. Valga recordar que el doctor José Manuel Mireles ocupa hoy una celda en una prisión federal y que los recursos que se utilizan para mantenerlo allí son recursos que no estaban disponibles para vigilar y retener al Chapo. En vez de tener unas cuantas prisiones muy seguras que sirvan para efectivamente disuadir e incapacitar delincuentes, tenemos muchos penales que no son sino refugios de criminales.

En resumen, lo sucedido el sábado es una vergüenza nacional. Pero, a veces, la vergüenza puede impeler a la acción. Ojalá así sea en este caso.

Analista de seguridad.

@ahope71

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