Hace más de 40 años, mi padre me llevó al futbol. Fue la primera vez. Vi el encuentro entre el Barcelona y el Bilbao. Recuerdo perfectamente el marcador. Un 2-1 a favor del Barça.

Cuando vi cómo jugaban Cruiff y a Neskens, cómo se compenetraban para derribar al plúmbeo Bilbao, fue cuando me hice aficionado del Barcelona. Desde aquel entonces hasta ahora han llovido muchos otoños y siempre he sido fiel al Barça a pesar de que reconozco que el futbol no está entre mis principales aficiones.

Acabo de desayunarme con la noticia de los apoyos que está recibiendo el presidente de la Generalitat Artur Mas para ganar las elecciones catalanas el próximo 27 de septiembre. Son apoyos de personajes públicos catalanes que pretenden coadyuvar en el bloque de partidos nacionalistas de cara a dichos comicios.

Mas y su irresponsabilidad que le adorna ha lanzado una última vencida al gobierno del presidente Mariano Rajoy. Ha asegurado que, si gana estos comicios, impulsará todos los mecanismos a su alcance para proclamar la independencia de Cataluña en un plazo que no supere los 6 meses. En otras palabras, si ganara los comicios de septiembre, Cataluña podría separarse de España sobre febrero o marzo del 2016.

No pueden hacerlo porque no es constitucional pero nada les podría impedir que la proclamaran de manera unilateral. A estas alturas del partido, cuando estamos bien metidos en el siglo XXI ya no veo el anacronismo de unos tanques en la calle patrullando las calles de Barcelona. Afortunadamente esa historia la vivimos hace más de 80 años.

Entre los famosos que ha utilizado Artur Mas —el aventurero a ninguna parte— ha sido nada menos que Pep Guardiola y el propio F.C. Barcelona. Claro, Artur Mas sabe del poder de convocatoria que tiene. Tanto Guardiola como el Barça son referentes mundiales y, por lo tanto, portadores de un mensaje de separación de España envuelto en una aureola romántica de victimismo y opresión.

Eso sí, a Guardiola le importó poco ser catalán cuando se puso la camiseta de la selección española. Tampoco al propio Barça le importó que sus jugadores pertenecieran al equipo español. Y es que el dinero mueve montañas y está por encima de las nacionalidades. Claro, para algunos.

El Barcelona se sabe utilizado y hace gala de ello. Guardiola también y alardea del afán de separarse.

Lo que no sabe y tampoco les importaría es que aquel niño que vivió con intensidad la victoria del Barcelona contra el Bilbao hace más de 40 años, ha dejado de ser seguidor fiel de ellos. Y como aquel niño, muchos más. Por encima del mercadeo, del mercantilismo, hay una idea de nación unida de más de seis siglos.

Mientras todos buscamos un mundo global y unido, tres descerebrados pretenden desunirse. Que lástima que el Barcelona se desangre por el hilo imperceptible de la lealtad.

alberto.pelaezmontejos@gmail.com
Twitter @pelaez_alberto

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