Si bien el PRD dista mucho de estar desahuciado, sí está en una situación crítica. Pero más que la merma en su votación y en su bancada en la Cámara de Diputados —explicable por la escisión que llevó a la formación de Morena—, el principal síntoma de esa crisis es que la cantidad de votos que obtuvo en las pasadas elecciones es más o menos equivalente a la cantidad de afiliados en su padrón. Es decir, todo indica que muy pocos electores no perredistas votaron por el PRD. Es un problema identitario. La identidad del partido se ha desdibujado por actos de corrupción y por la salida de personalidades muy importantes. Conserva una gran militancia en términos cualitativos y cuantitativos, pero la gente que no porta la camiseta amarilla no tiene claro qué representa hoy el PRD. Este es su desafío: forjar su renacimiento, erigirse en una organización cercana y abierta a la sociedad —a las y los jóvenes primordialmente— y demostrarle que representa a la izquierda democrática, que es un partido de oposición inequívoca a este gobierno priísta corrupto e inepto, que es una fuerza progresista respetuosa del Estado de derecho y de las instituciones pero opositora firme y contundente. Mostrar un claro compromiso de renovación ética y, sin abandonar su agenda del derecho a la diferencia, de los temas de género y de las drogas como asunto de salud pública, comunicar bien su prioridad ideológica: combatir la pobreza y la desigualdad.

Yo he propuesto la creación de un consejo consultivo ciudadano, integrado por personas representativas de la sociedad civil (sin afiliarse, por supuesto). Se trataría de un órgano deliberativo cuyas posturas tengan incidencia en las decisiones de la dirección perredista. También he manifestado que la discusión sobre las corrientes está atrojada en una falsa disyuntiva: o continúan como están o desaparecen. Los partidos monolíticos no existen en ninguna parte del mundo; todos tienen grupos, alas, tendencias. Lo que le ha hecho daño al PRD es el hecho de que las “tribus” han dejado de ser lo que estatutariamente son, corrientes de opinión, y se han convertido en corrientes de presión. La solución no es eliminarlas por decreto —sería una quimera que se desvanecería al primer contacto con la realidad— sino acotarlas. Todos los perredistas deben ser primero leales a México, después al partido y finalmente a su corriente. Y para lograr que así sea es necesario hacer cambios al Estatuto y propiciar que quienes dirijan al partido se sitúen por encima de facciones. Es cuestión de proveer los incentivos correctos.

Por otra parte, es obvio que deben privilegiarse las alianzas que reunifiquen a la izquierda, pero para eso se requieren cuatro voluntades. El PRD ha invitado a Morena, a Movimiento Ciudadano y al Partido del Trabajo —más allá del resultado de sus legítimas gestiones para conservar el registro— a conformar un frente opositor al PRI. Ellos tienen la palabra. La pregunta es qué hacer si corroboran formalmente la negativa que algunos de sus dirigentes han manifestado a los medios. ¿Se debería quedar solo el PRD aun si las encuestas lo condenaran a ser actor testimonial? ¿Debería allanarle el camino a la continuidad de la restauración autoritaria priísta, con todo lo que eso implica en contra de los avances de nuestra transición democrática, de por sí inconclusa? Yo pienso que no.

He aquí mi posición respecto de algunos de los muchos puntos de la agenda perredista. La presento porque me he afiliado a PRD, aspiro a presidirlo si el Congreso Nacional tiene a bien hacer el ajuste al Estatuto que me volvería elegible (la antigüedad) y creo en la transparencia y la discusión de las ideas. Hay muchos temas más que rebasan este espacio y que en su momento abordaré. Por lo demás, la decisión final será del Consejo Nacional y a ella me atendré. Si el Congreso decide mantener los mismos requisitos o si el Consejo opta por alguien más, quien llegue a la Presidencia tendrá mi apoyo crítico.

Diputado federal por el PRD.
@abasave

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