En 1952, en el Templo de las Inscripciones, de Palenque, Chiapas, el arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier encontró una escalinata oculta que partía desde el templo superior y descendía hasta una cripta funeraria que luego de varios años de trabajo y desmonte se alcanzó uno de los hallazgos más importantes del mundo maya: la cámara funeraria de Pakal el Grande; una de las historias más enigmáticas de la arqueología mexicana que ha llegado a la novela “La máscara del Rey Maya”, de la escritora española Raquel Martínez-Gómez.

La historia del hallazgo de la tumba de Pakal, es contada en dos líneas temporales, arranca en los instantes en que Ruz Lhuillier sufre el infarto que le quita la vida, en un hotel de Canadá, donde pasa unas vacaciones con su esposa y su hijo Claudio Ruz, quien será esencial para el relato de la novela sobre su padre, que es la segunda historia que acompaña al hallazgo arqueológico.

“Alberto Ruz fue fundamental en su labor científica, no sólo hizo una tesis doctoral sobre las costumbres de los mayas, sino que además hizo el gran descubrimiento que revolucionó la arqueología mexicana en ese momento y mundial, que fue llegar hasta la tumba de Pakal”, asegura Martínez-Gómez en entrevista.

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La escritora y periodista que entabló amistad con Claudio Ruz y visitó con él varias zonas que estudió y exploró Ruz Lhuillier asegura en esta novela publicada por Planeta, ella se agarró a jugar un poco a partir del hallazgo en el Templo de las Inscripciones, de los elementos allí encontrados, del jade y la máscara, de todos esos elementos que tienen símbolo sobre la vida.

“Voy jugando con esa sepultura todo el rato, juego también con la historia real y la historia científica, el tránsito de Alberto Ruz por la vida y todo lo que eso simboliza y cómo sus descubrimientos, al ir de la mano de su historia personal la propia escritora va conociendo mucho más del mundo maya y se va nutriendo de esa civilización extraordinaria”, señala Martínez-Gómez.

Dice además que en la novela utiliza toda esa simbología de lo que él descubre al bajar una pirámide, de lo que es el acto arqueológico de descubrir, del científico que hasta que no encontraba el tepalcate no formulaba una hipótesis.

“Él se aferraba a las pruebas, pues a mí me pasa un poco igual, es la escritora en un proceso de arqueología de la memoria que tenía que ir encontrando las piezas que iban a reconstruir la historia del arqueólogo y de sus hallazgos; creo que llegó un momento en que la metáfora me absorbe y esa otra historia que va corriendo en paralelo, es esta historia que es la historia de Alberto Ruz que tiene una narración en tercera persona y omnisciente”, afirma.

Raquel reconoce que escribe esta novela porque dio con Claudio, el hijo de Alberto Ruz, quien tenía muchas ganas de hacer una historia de su padre y porque en un momento dado sabe transmitir la pasión por una historia de Alberto Ruz, el arqueólogo y el revolucionario.

“Fue clave que yo entendiera la sensibilidad que a mí me generó la muerte de su padre cuando él era un niño y que eso lo ligara a la propia pérdida de mi padre no hace tanto tiempo. Tenía ganas de escribir sobre estos eslabones de la vida porque acababa de perder a mi padre, y me encuentro a alguien que me transmite un amor por su padre, pero además es mucho más duro cuando pierdes a tu padre a los nueve años estando de vacaciones. Él buscaba los tepalcates para construir la historia de su padre y de él mismo”, dice también autora de “Sombras de unicornio” y “Los huecos de la memoria”.

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Raquel Martínez-Gómez reconoce que en Alberto Ruz, el protagonista de “La máscara del Rey Maya”, están las diferentes capas históricas, sociológicas, políticas de búsqueda de justicia social, porque así era Alberto Ruz, el arqueólogo que llegaba a un país y en ese país donde vivía iba buscando el amor por la cultura, las manifestaciones artísticas, el poner en valor los pueblos originarios.

“Todo eso, está, pero hay otra parte que es menos racional, es más emocional, la parte de vida, por eso en esta novela fui más cuidadosa con las fuentes. Utilizo todos los nombres reales e intento ser lo más respetuosa posible con los hechos. Su vida familiar estaba muy marcada por los exilios, por vivir en los años 20 el régimen de Machado, en Cuba, donde también enfrentó esa lucha política. En realidad, sea en París o en Cuba, o cuando llega a México, su lucha sigue siendo eso”, afirma la autora.

La doctora en Relaciones Internacionales y máster en literatura Moderna, asegura que desde luego Alberto Ruz fue una persona que tenía sus contradicciones, “no he hecho una idealización de Alberto Ruz, igual que él no quiso hacer una idealización del mundo maya, para nada, pero tampoco quería desdeñar la mirada emocional del hijo”, concluye la narradora.

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melc

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