En medio de la pandemia por el Covid-19, las bibliotecas del mundo se han tenido que adaptar a los nuevos tiempos e incluso se han reinventado. Los ejemplos de espacios bibliotecarios que han atendido a sus usuarios con novedosas iniciativas abundan, varias de ellas han ideado estrategias para liberar el estrés producido por el confinamiento. Sin embargo, en México, la Dirección General de Bibliotecas de la Secretaría de Cultura optó “invitar” a sus bibliotecarios y estudiantes normalistas a subir videos donde recomiendan sus lecturas, al parecer sin mayor estrategia que compartir, y sin mayor medición que los retuits y likes; o ¿será que hoy que el director Marx Arriaga dicte la conferencia “Manifiesto de Bibliotecas Públicas Mexicano” desentrañe los logros de esa campaña que pretende viralizar la lectura o se quedará en la suma de las decenas y decenas de participantes? Incluso nos preguntamos ¿cuál será su manifiesto?

¿Qué cosa tienen que hacer los monumentos artísticos en una subasta?

Hizo bien la Casa de Subastas Morton en retirar los dos lotes de 15 manuscritos de los siglos XVIII y XIX que iban a ser ofertados el 21 de julio, por lo cual el Instituto Nacional de Antropología e Historia interpuso una denuncia ante la Fiscalía, dado que son Monumentos Históricos, de acuerdo con la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos. Sin embargo, es un hecho que este tipo de bienes con declaratoria, pertenecientes a una colección o bien público —el Sagrario Metropolitano de la Catedral— y que se desaparecieron de sus fondos de una forma poco clara, no tiene por qué llegar a un catálogo de subasta puesto que no son bienes para comerciar. Y aunque la casa diga que gracias a los catálogos que publica los especialistas o interesados pueden manifestarse al respecto, lo cierto es que los catálogos están hechos para la venta, y la investigación sobre el origen y procedencia de las piezas debe hacerse antes de que se promueva una venta. Sí es responsabilidad de una subastadora investigar el origen de esos bienes, aunque ésta sólo sea un intermediario entre particulares y no dueña de las piezas. Es verdad, eso sí, que esto vuelve a alertar sobre la falta de catálogos de los bienes muebles religiosos que las instituciones públicas —con información que tienen que entregar las iglesias— llevan décadas planeando, algo que también se ha pospuesto y que lejos está de hacerse en el futuro inmediato.

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