Ya a punto de jubilarse de Columbia Pictures , donde trabajó viajando de un lado para el otro del continente, Álvaro Mutis emprendió la realización de una anhelada obra narrativa postergada por las peripecias de su vida, sacudida por los cambios bruscos del destino, como ocurre en las furiosas corrientes de los ríos tropicales que pueblan su poesía o en los ciclones que cruzó tantas veces como empleado de empresas petroleras, aéreas o cinematográficas.

Después de la publicación en 1953 en Argentina de “Los elementos del desastre”, en la editorial Losada, y de la aparición de la “Summa de Maqroll el Gaviero”, en Seix Barral en 1973, Mutis (1923-2013) ya gozaba de un sólido prestigio en el panorama de la poesía latinoamericana. Ya era un escritor consagrado, el secreto mejor guardado de la literatura hispanoamericana, un objeto volante no identificado, rebelde como pocos y fiel a la literatura y a los bandazos de la historia, como lo atestigua su magnífica biblioteca llena de incunables que conserva Carmen Miracle en su casa de Ciudad de México, donde recibía a amigos y admiradores del mundo.

Ese era el Mutis de aquellos primeros años de la década de los 80, antes y después del terrible terremoto, que "comenzaba de cero", como le ocurría a su personaje Maqroll con las empresas iniciadas en lugares improbables de Europa o América, con Ilona o las hermanas Vacaresco, o le sucedía al retornar a la posada de Flor Estévez en el alto de la Línea, picado por alguna araña o golpeado por el fracaso de algún negocio.

Con el mismo impulso, alegría y energía de un joven narrador, Mutis golpeaba su Smith Corona o tomaba nota con su letra de vampiro que escribe con pluma de ganso en la oscuridad del castillo para dar vida a los espacios del personaje emblemático de su obra, presente desde el inicio, cuando escribía sus primeros poemas en Bogotá quitándole tiempo al bachillerato o al billar, o escapándose de sus múltiples empleos, entre ellos el de locutor o relacionista público.

Ante la sorpresa e incredulidad de sus amigos, incluso del nobel Gabriel García Márquez, Mutis imaginaba en su guarida, o en aviones, hoteles y aeropuertos, los espacios donde Maqroll habría de existir para siempre en una saga narrativa que circuló por el mundo y conquistó lectores en Francia, Italia, España o Portugal, granjeándole premios como el Médicis y el Cervantes. “La nieve del almirante”, “Ilona llega con la lluvia”, “Un bel morir”, “La última escala del Tramp Steamer”, “Amirbar”, “Abdul Bashur, soñador de navíos” y “Tríptico de mar y tierra” dotaron al personaje de un mundo donde podía viajar a sus anchas en la clandestinidad y al margen de la riqueza, el poder y la gloria.

Lector como pocos, Mutis se había preparado para esa tarea leyendo con pasión las obras de Giacomo Casanova, Balzac, Dickens, Tolstoi, Proust y Conrad, entre otros. Ya antes el Gaviero vivía en su obra poética y en prosas dispersas como “Cocora”, “La nieve del almirante”, “El cañón de Aracuriare”, “La visita del Gaviero”, mientras los ámbitos estaban como presagios escondidos en “La mansión de Araucaíma”.

Maqroll el Gaviero no tiene rostro ni nacionalidad, no se sabe de dónde viene ni quiénes son sus ancestros, anda siempre al margen embarcado en las empresas más inverosímiles, como un burdel de azafatas ficticias en Panamá, tráficos de mercancías, maderas y alfombras por ríos impracticables como el Xurandó o en el Mediterráneo o el Caribe, y va de puerto en puerto en barcos destartalados y oxidados, los famosos Tramp Steamers, hospedándose en pensiones de paso o en hoteles cosmopolitas donde encuentra siempre la complicidad de figuras femeninas, centrales en su obra, pues ellas “no mienten jamás”.

La recia tendera Flor Estévez que para él es un pilar fundamental, la triestina Ilona, que adora al “Gaviero loco”, Larissa, las hermanas Maruna y Lena Vacaresco, la joven Amparo María, doña Empera, son protagonistas de la saga y contrastan con los despiadados y fríos aventureros, militares, policías, capitanes, mecánicos, delatores, asesinos, burócratas y ministros que pueblan esos mundos fuera de la ley del universo maqrolliano, marcado por la “franca vocación marginal”.

El Gaviero viste ropas amplias y usadas y en una bolsa lleva algunos libros que lee de noche a la luz de una lámpara Coleman, entre la niebla de las montañas de la cordillera o bajo el sopor del trópico fluvial o marítimo. Entre ellos está la “Vida de San Francisco”, del danés Johannes Jörgensen, las cartas y memorias del príncipe de Ligne o las “Memorias de ultratumba”, de Chateaubriand. Él va siempre solitario y desconfiado de los listos, esos “que tratan de ganarle el paso” a la vida y “creen saberlo todo”. Tiene como principio fundamental no juzgar nunca las acciones humanas.

La derrota es la brújula que rige los pasos de esta saga magnífica que llegó para quedarse entre los clásicos de la narrativa colombiana, latinoamericana y mundial. “Me intriga sobremanera la forma como se repiten en mi vida estas caídas, estas decisiones erróneas desde su inicio, estos callejones sin salida cuya suma vendría a ser la historia de mi existencia”, nos dice Maqroll.

Él está poseído por “una fervorosa vocación de felicidad constantemente traicionada”. Por eso se pregunta: “¿Qué hago aquí? ¿Qué diablos me ha traído aquí?”. Ese es el maravilloso mensaje de esta obra esculpida contra viento y marea. Es hora de descubrir este universo. O de releerlo. Después de viajar con Maqroll por el mundo, ningún lector queda inmune y el virus de la literatura lo visitará para siempre.

Grupo de Diarios América - GDA/El Tiempo/Colombia

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