Sergio Pitol fue una gente extraodinariamente alegre, se enfrentó al sufrimiento y a los dolores de la vida con una alegría rebelde y desafiante”, asegura Juan Villoro de su amigo y maestro de la vida y de las letras. “Una de las cosas más importantes en la literatura de Pitol es esa pasión carnavalesca por la vida y creo que debemos recordarlo así, no en clave dramática sino en la clave festiva que siempre quiso impregnarle a sus libros”.

Villoro conoció a Pitol cuando tenía 20 años y desde el principio, dice, lo trató como si fueran cómplices del mismo oficio y hubieran vivido muchas cosas juntos. “Se convirtió en un maestro vital para mí no solamente como escritor, sino con esta actitud poco frecuente entre los artistas y los escritores de entender que la alegría y la dicha son formas de la rebeldía, de la disidencia. Fue una persona llena de sentido del humor, con gran gusto por los viajes, por los animales, la música, la comida, una persona extraodinariamente vital”.

Juan vio a Sergio por última vez en noviembre del año pasado. Lo visitó en su casa de Xalapa donde hoy falleció a los 85 años. “Lo encontré escuchando música y pude estar otra vez ante su sonrisa. No hablaba pero todavía se comunicaba con el signo que definió su vida que fue la alegría y su actitud sonriente y desafiante incluso en los momentos más duros y difíciles”.

Villoro celebra esa característica gestual en Pitol que era su permanente sonrisa. Dice que a pesar de que algunas de sus historias son tristes y desde luego tenía una visión crítica del mundo, recuerda que siempre antepuso el afecto hacia los demás y la empatía para entenderse con ellos.

“Fue un maestro de vida que yo he tratado de seguir, por supuesto un maestro inalcanzable... Quienes eran más jóvenes que él nos beneficiamos de una extraordinaria generosidad, yo recuerdo la pasión con que descubría a nuevos autores, a Mario Bellatin o a Álvaro Enrigue y de inmediato buscaba conocerlos para volverse su amigo”.

Como narrador, Villoro, dice que Pitol renovó nuestra literatura ejerciendo una mezcla de géneros muy interesantes que sólo a él le estaba concedida, libros como El desfile del amor , El arte de la fuga o El mago de Viena , se benefician de una mezcla de ensayos, narrativa y autobiografía.

Dice que como traductor se dedicó durante mucho tiempo en cuerpo y alma a la traducción. “Yo fui jurado del Premio Cervantes que el ganó en 2005 y una de las cosas que más se valoró en su trayectoria fueron los cerca de 100 libros que tradujo al español de unas cinco lenguas diferentes… A quienes tratábamos de traducir nos estimulaba, él consideraba que no hay mejor escuela para un escritor que la traducción porque es la única oportunidad de meterse auténticamente en las tripas de otro autor”.

A pesar de la noticia triste, Villoro dice que su legado, su imaginación, su alegría, su gusto por la vida, su visión crítica e irónica de la realidad está en todos sus libros.

nrv

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