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Joaquín Estefanía (Madrid, 1951), escritor y ex director del diario El País, considera que “Mayo de 1968 fue una sinécdoque del 68 en su conjunto, pero hay acontecimientos más relevantes que el propio mayo parisino. Praga es mucho más relevante, y México quizás también lo es”.

En entrevista con EL UNIVERSAL, el periodista español expone las claves de su libro Revoluciones. Cincuenta años de rebeldía: 1968-2018 (Galaxia Gutemberg).

La obra es una reflexión sobre la persistencia histórica del espíritu del 68 y su enfrentamiento con las olas de pensamiento conservador que han surgido en respuesta.

“Si utilizamos la definición de revolución como una toma del poder, las revoluciones de 1968 no triunfaron; pero si admites que una revolución es una explosión popular que consigue cambiar valores dentro del sistema, el 68 entonces sí tuvo resultados e impuso tres grandes puntos de su agenda: ecologismo, derechos humanos e igualdad de oportunidades”, explica.

Para Estefanía, el 68 se explica en su conjunto como una revolución contra los límites impuestos por el autoritarismo. “Allí donde había capitalismo, se intentaba domesticar; donde había comunismo se perseguía un socialismo de rostro humano; y donde había una ‘dictadura perfecta’ se querían las libertades de los estudiantes de París”, resume.

Entre esos movimientos antiautoritarios existían similitudes y complicidad. “Desde Europa se trabó mucha simpatía con México. En ese momento la ideología difusa compartida por los estudiantes del mundo no comunista eran los marxismos heterodoxos: espartaquismo, trostkismo, maoísmo y, con mucha fuerza, el guevarismo. Cuando en México se celebra el asalto al Cuartel Moncada se estableció una gran afinidad ética y estética”.

Por eso, la brutal represión de Tlatelolco creó gran consternación en Europa, “y los movimientos de censura a la prensa internacional generaron todavía más simpatía”, añade Joaquín Estefanía

Otro aspecto que comparten el 68 parisino y el mexicano con movimientos como el de Berkeley en Estados Unidos es que reordenaron las prioridades de la izquierda, abriéndose a nuevas reivindicaciones, como las feministas. Estefanía apunta en su libro que, de forma indirecta, también impulsaron una reorganización de las derechas. Muchos faros conservadoras de las últimas décadas surgieron de las filas soixante-huitards.

“Por un lado están los nuevos filósofos, como Bernard-Henri Lévy, Glucksmann o Finkielkraut; y por otro, los trostkistas que entraron en el gobierno de George W. Bush o en importantes think tanks, con Irving Kristol de referente”.

Estefanía rechaza el intento conservador de banalizar aquellas revoluciones, reduciéndolas a expresiones culturales. “Ha sido oportuno que estalle el movimiento feminista ahora. Ha recuperado el eslogan de que lo personal es política, que viene del 68 y refleja una verdad innegable”.

El autor considera que minimizar el impacto político del 68 imposibilita el análisis de una parte importante de las iniciativas políticas progresistas del siglo XX. “Por ejemplo, el movimiento zapatista toma muchas cosas del 68, a la vez que comparte elementos con otro movimiento de herencia del 68, como el antiglobalización de Seattle”.

Su vigencia se ha hecho especialmente visible en las reivindicaciones de la última década. “Los indignados del 15M en España aprendieron del 68 que no se puede estar permanentemente en la calle porque cansa, y eso dio lugar al partido Podemos: una apuesta por llegar a los centros de poder. En EU, el impulso de Bernie Sanders es también resultado del Occupy, y algo similar vimos con la entrada de estudiantes chilenos en el gobierno de Bachelet”.

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