Alguna vez Riccardo Muti , el director de orquesta, dijo que detrás de cada nota habita el infinito y es ahí en donde está Dios y nosotros, todos, somos muy pequeños frente a Dios. Si eso es verdad hay músicos que, cada tanto, nos ayudan a cruzar el río para estar un poco más cerca del infinito. Y ayer, en una noche fría, con el viento calando hasta los huesos, Yo-Yo Ma hizo eso y un poco más.

El ganador de múltiples premios, entre ellos numerosos Grammy, se sentó en una modesta silla negra frente a más de 19 mil personas en el Monumento a la Revolución. El viento meneaba sus cabellos. Y comenzó a tocar notas que sonaron familiares, era el preludio de la Suite número 1 de Bach. La memoria colectiva hurgó para ubicar en dónde había escuchado ese grandioso solo, acaso en una coreografía, en un comercial para celulares o autos, o en un video del mismo chelista franco estadounidense de ascendencia china, una de las máximas figuras de la escena internacional.

La estampa citadina fue memorable.

Un chelista en la Plaza de la República, un martes cualquiera, solo, realizando su Proyecto Bach , iniciativa en la que el músico se propone un viaje alrededor del mundo para interpretar las seis suites de Bach para violonchelo, en 36 lugares alrededor del mundo.

Los organizadores calcularon una asistencia de 7 mil, pero llegó el doble a la cita de chelista franco estadounidense, miles de jóvenes y adultos construyendo una sola masa para buscar calor humano, viajando por las emociones del chelo y del músico alemán nacido en el siglo XVII.

Detrás del músico podía percibirse el trajín de una ciudad del siglo XXI, luces de automóviles buscando una salida ante el congestionamiento vial, los colores rojo y azul de las torretas de patrullas. A un costado del escenario edificios con bares en la azoteas tocando música de reguetón. Bocinas tan pequeñas y a un volumen tan bajo que impedía que el sonido llegara a casa rincón de la plaza.

Todo estaba hecho para que el memorable concierto perdiera ante la fuerza de la cotidianidad citadina que puede ser tan incapaz de rendirse ante la belleza. Pero Yo-Yo Ma ganó la batalla. Suite a suite, el chelista como un guía dantesco lideró a las miles del almas hacia la música.

Dos horas de viaje habían transcurrido cuando Yo-Yo Ma anunció en español que la Suite número 5 estaba dedicada a los valientes, a los desaparecidos, a los que han sufrido violencia, a los sobrevivientes. Y entonces el grito estremecedor de quienes se niegan a olvidar una de las infamias que han marcado a toda una generación: 1, 2, 3, 4, comenzaron a contar hasta llegar al 43, el número de los normalistas de Ayotzinapa . "¡Justicia!", retumbó en el Monumento. Yo-Yo Ma contempló la escena, cerró los ojos y comenzó a tocar. Y ahí estaba otra vez el infinito.

Las suite de Bach concluyeron y el músico regaló un encore a la mexicana. Invitó a Lila Downs para tocar "La llorana" porque el que no sabe de amores, llorona, no sabe lo que es el martirio.

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