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Los jóvenes y el mundo digital son el reto a que se enfrenta Artes de México. ¿Cómo llegar a los primeros, y cómo conservar la calidad y profundidad de sus textos, a la par de la calidad estética que identifica a la revista, todo esto en un mundo donde la lectura se concentra en los celulares, y el libro y el papel parecen obsoletos?

Esas preguntas están en la cotidianidad de la historiadora Margarita de Orellana y el escritor Alberto Ruy Sánchez, directores generales de la revista que está cumpliendo 30 años, y son parte de debates en la casa de la colonia Roma donde hace 14 años tiene su sede la publicación y editorial.

Este mes la revista festeja tres décadas tras haber tomado el nombre y concepto de una revista que también marcó una época. Al tomarla, De Orellana y Ruy Sánchez consolidaron Artes de México como un espacio único, una ventana para la cultura mexicana —en su sentido más amplio—, con la presencia de grandes investigadores sociales, escritores, especialistas en cultura popular, fotógrafos, diseñadores y pintores lo que ha derivado en la publicación de 130 números, además de una editorial que tiene seis colecciones generadoras a su vez de alrededor de 250 libros.

“Treinta años que se fueron como agua”, dice Margarita de Orellana y recuerda cómo conoció la primera revista: “Me gustaba mucho; yo estaba en una escuela extranjera y cuando me castigaban iba a la dirección y ahí la veía, y decía: ‘Qué maravilla, México es riquísimo’. Nos abrieron la posibilidad de hacerla nuevamente. Colocarla fue muy difícil, pero a los cinco años estaba completamente en el mercado y, más o menos, cuando había mucha publicidad impresa no nos iba mal. Habíamos hecho una lista de 200 temas que nos gustaría explorar. Esa lista, casi, está vigente porque un tema te lleva a otro. Fuimos enriqueciendo la revista con una gama muy amplia, y aprendiendo mucho”.

Artes de México ha abierto caminos. Retomó algunos temas de la revista en su primera época e introdujo otros, miradas nuevas o la visita a asuntos muy mexicanos, pero ajenos al público. De Orellana acude a un ejemplo para explicarlo, el del número dedicado al arte ritual de la muerte niña: “Era muy desconocido, y no es que se llamara así un tipo de arte, sino que lo sacamos de un poema de Gorostiza. Nos pareció que era perfecto para este ritual. Cada número ha sido como un tema que tienes que hacer crecer y, además, pensar en el significado, por qué es importante. Todo eso cada vez; y ya van 130 números”.

Plantas sagradas, el chile, el Centro Histórico, el arte de Gabriel Figueroa, Palacios de la Nueva España, Cerámica de Tonalá, el tequila, Zapopan, el maíz, la lista es amplia. Abarca la diversidad de México en sus regiones y expresiones pasadas y presentes.

La voz de los investigadores. De Orellana destaca el hecho de que en los últimos años han trabajado con una generación de antropólogos que ha vivido en las comunidades indígenas y cuyos conocimientos son novedosos para la gente de la ciudad: “Traen ese conocimiento, la revista les da la forma estética para que ellos puedan llegar a otros lectores, y se conozca una cantidad de cosas del país que desconocemos”.

El arte popular los ha llevado de un tema a otro, y a nuevos proyectos, como el de libros bilingües, en lenguas indígenas y español, que publican hace 18 años. Esto, sin dejar fuera nombres y expresiones plásticas, como arquitectura y cine. “Si no abrimos esa brecha tan grande, seguimos desconociendo nuestro propio país”.

La historiadora, quien escribe los editoriales de cada número y es autora de los libros La mirada circular y La mano artesanal, celebra la larga tradición de arte y cultura mexicanas: “Nosotros nada más vemos el producto final, y no sabemos qué hay atrás. Pero una vez que vamos, entrevistamos a los artesanos, ellos nos cuentan por qué hacen las cosas; los antropólogos les preguntan por el significado de algunos huipiles, consiguen historias que son absolutamente deslumbrantes... Te das cuenta de que la pieza tiene un aspecto estético que a todos nos apasiona, pero que tiene un significado profundo en el pueblo que el que llega no conoce”.

En la casa de Artes de México trabaja un equipo de ocho personas; pero en la realización de cada número pueden llegar a participar hasta 40 creadores. Hacer uno es cada vez más complicado —este año fueron tres—; el costo —dice De Orellana— es de más o menos tres millones de pesos, y este es un problema porque la publicidad ha caído junto con la venta de la revista y, en muchos casos, las ediciones se hacen con patrocinio.

¿Qué desafío les plantea este tiempo?

—Uno de los desafíos son precisamente estos cambios tecnológicos, aunque nosotros pasamos muy pronto de entregar cartones a la imprenta a trabajar con computadoras. Pero el tema de las redes sociales nos ha rebasado y más a mí. Trabajo un poco como antes. Lo que hemos hecho es contratar gente joven, preguntar, meternos, aprender, invitar a grupos de jóvenes a transformar contenidos. El reto es grande porque la gente no se anuncia en impresos. Y eso nos hace pensar que no vamos a poder seguir como estamos, que tenemos que renacer de otra manera. Para eso necesitamos sangre muy joven que de veras entienda el sentido de la revista; editores jóvenes que nos digan por dónde ir; si vamos a seguir con impresos, necesitamos transformar la revista; o hacerla digital, pero pensándola como una composición específica porque cuando pasas del impreso a digital el lenguaje cambia.

¿Qué han implicaría la transformación de Artes de México?

—Eso es lo que nos está costando bastante trabajo. Necesitamos llevar a cabo esta transformación; la verdad es muy difícil pensarlo en digital; lo vamos a hacer, lo tenemos que hacer aunque ahorita eso no es negocio, y lo que he visto es que todo baja de calidad, de precio, de tiempo.

No es una situación aislada, le pasa a todos los impresos...

—La industria editorial está con muchas dificultades. El público que lee en México es pequeño pero sí es muy lector; la idea es que no desaparezcan las librerías, que haya muchas más, que Educal no desaparezca porque llega a lugares donde no llega ninguna librería. Sí hay público para los libros pero hay que ofrecerlos, hay que hacerlos más visibles; el libro necesita estar en la cabeza de la gente, en frente, para que te invite a leerlo. Para mí un libro implica un placer más completo, un placer más fetichista donde agarras las páginas, donde las puedes doblar, es otra historia.

¿Se dejará de publicar Artes de México impresa?

—No nos gustaría, pero no sabemos. La verdad es que sí es un enigma.

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