En breve: dejar de vivir en un Patriarcado. Más explícito: dejar de vivir en la organización social vigente, que somete a las mujeres a una condición subalterna a los hombres. Un sistema que a diario nos agrede y reprime, en lo pequeño y en lo grande, de forma invisible o directa, en el lenguaje, lo simbólico y en los hechos, de forma sutil o brutal.

¿Cuándo podremos lograrlo? La respuesta es que la ardiente paciencia de las mujeres del mundo se ha desbordado en un incendio impaciente de los corazones: ahora y acá, en donde cada cual vive, la gran mayoría de las mujeres estamos dispuestas a desmantelar el Patriarcado. ¿Qué significa en la práctica desmantelar el Patriarcado?

Acabar con la violencia contra nuestros cuerpos de mujeres

Una violencia que va desde el acoso sexual hasta el feminicidio (hoy 10 mujeres serán asesinadas en México por ser mujeres) y que pasa por la criminalización del derecho a decidir sobre nuestra propia maternidad (hoy el aborto es un crimen en más de la mitad de los estados de la República).

Acabar con la discriminación salarial

Queremos la paridad salarial. Pago igual por igual trabajo.

Queremos que las leyes que castigan la discriminación salarial sean aplicadas y queremos mayores medidas para cerrar la brecha salarial entre hombres y mujeres.

El reconocimiento del trabajo que se llama tradicionalmente femenino

El cuidado y la alimentación de los más débiles en la sociedad —los niños y las niñas, las enfermas y los enfermos, las personas de la tercera edad—, ese trabajo de compasión, que sostiene a la sociedad de pie, queremos que deje de ser invisible y se valore —y mucho más, queremos que se comparta con los hombres y sobre todo con el Estado.

Las trabajadoras del hogar deben de ser remuneradas dignamente y deben gozar de derechos laborales. Las esposas que realizan el trabajo hogareño deben ser igualmente remuneradas. Las estancias infantiles, donde el 30% de las madres dejan a sus hijos para ir ellas a trabajar, deben multiplicarse y ser sostenidas por el Estado, sin regateos.

Queremos además aparecer en lo extra hogareño en paridad

Basta ya de gobiernos de hombres para hombres. Basta de consejos de la empresa privada o de sindicatos o de organizaciones campesinas con solo hombres y una mujer —la mujer simbólica—. Basta de instituciones culturales sostenidas con nuestros impuestos, como el Colegio Nacional o la Academia Mexicana de la Lengua, con solo 10% de mujeres. Basta de esa misma cuota del 10% en las mesas de debate de los asuntos públicos. Basta del 10% de mujeres en la Rotonda de las Personas Ilustres.

Somos el 50% de la población: somos la mitad de la población y somos la mitad de los universitarios de este país. Hemos esperado con paciencia un siglo de feminismo para contagiar a nuestros amigos varones del espíritu de la igualdad y en su inmensa mayoría lo que han hecho ellos a cambio es capotear ese toro, insistir que nuestros asuntos de mujeres son secundarios a luchas “más universales”, o declararse verbalmente feministas y cambiar de tema, cualquier cosa para seguir abrazando en secreto su privilegio arcaico. Es tiempo de cambiar de estrategia, tiempo de imponer la igualdad aquí y allá, y donde no aparezca naturalmente.

Donde aparezca la disparidad, las mujeres debemos nombrarla en voz alta, y donde sea posible debemos imponer la paridad. Basta de nuestra cordial y paciente y “femenina” anuencia a la violencia de la exclusión. Exhibámosla. Remediémosla. Cambiemos el mismo sentido del adjetivo “femenina”: que signifique una fortaleza tranquila y segura de la bondad de su meta, la igualdad.

Y por fin, y esto es clave, queremos que nuestra desigualdad actual sea un asunto central del Estado

Hace tres meses, por primera vez en un acto de gobierno, sea un gobierno latino o anglosajón o galo, la vicepresidenta de España, Carmen Calvo, lo dijo: “Los problemas de las mujeres son problemas centrales del Estado”. Nuestra secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, le hizo eco este 8 de marzo recién pasado, en la conmemoración del Día de la Mujer en el patio del Palacio Nacional: “Los asuntos de mujeres son centrales al Estado”, dijo al micrófono.

¿Es necesaria una justificación? Lo son por el mero hecho de que una de cada dos ciudadan@s es mujer. Una democracia que permite que la mitad de su población no tenga iguales derechos que la otra mitad, no es una democracia.

Ha llegado el tiempo para la igualdad. Hoy contamos para lograrla con un instrumento incomparable, un gobierno donde la mitad de los ministr@s son mujeres, y son —y lo afirmo luego de habérselos preguntado en entrevista a cada una de ellas— feministas. Contamos también con un Congreso federal y congresos locales con mitad de mujeres —no todas, por cierto, feministas, pero sí una mayoría—. De las ciudadanas depende aprovechar esta oportunidad inédita, debemos exigir que la paridad política se traduzca en igualdad social.

Y otra vez, retiremos nuestra anuencia cordial y paciente y “femenina” ante las formas del Patriarcado. En lo pequeño y en lo grande, en lo simbólico y en los hechos, en lo lingüístico y en las acciones, desmantelemos ese sistema que nos violenta y reprime a las mujeres. Se lo debemos a nuestras madres y abuelas, las mujeres que nos preceden en esta lucha social; se lo debemos a nuestras hijas y nietas, las mujeres que tal vez —ojalá— ya no tendrán que luchar contra el Patriarcado.

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