Esa mañana, en su caminata matinal por los jardines de la mansión presidencial, el Presidente Peña tuvo una gran idea.

Luego se le olvidó, y tuvo una mediana.

Al final del paseo tuvo una pequeña idea, mezquina la condenada, y esa sí la pudo recordar.

Quería quedarse en el Poder, aunque su periodo declinaba, por interpósita persona: otro priísta, que fuese Presidente y lo salvara a él y al país de un mal gobernante.

Además, aspiraba a terminar de convertir a México en Toluca, su Patria chica.

(No quiero acá hablar mal de Toluca (pero es horrible: no tiene una sola plaza pública bella, un solo teatro hermoso, un solo camión que no esté destartalado, los perros públicos rondan famélicos, no hay Ley ni Orden, cada policía es un pequeño truhán, su gobernador fue impuesto por un fraude colosal y es detestado por la gente, la única gran obra de infraestructura inaugurada en la última década es un distribuidor vial que le costó a Toluca lo que una carretera de mil kilómetros)).

El Presidente llamó a su tiradora de tarot y la gorda mujer en su túnica de arcoíris tiró sobre el escritorio del despacho presidencial las barajas, todas con el envés a la vista.

Fue volteándolas y fue alarmándose.

—Diosito nos libre —murmuró al ver las cartas destapadas.

La torre que se desploma.

La Muerte que viene con su guadaña a cortar cabezas.

Los muertos que salen de sus tumbas a protestar en el Juicio Final.

El Diablo rojo que se sienta en el trono de gobierno.

La quinta baraja que volvió la hizo persignarse.

Era la Rueda de la Fortuna, pero vuelta de cabeza.

—Habrán disturbios —murmuró la lectora del futuro con los ojos cerrados. —Los jóvenes del país saldrán de sus casas y de sus escuelas a tomar las plazas, al grito: Es nuestro país. Sus padres y sus maestros saldrán tras ellos, al grito: Queremos ser Francia, no Toluca. Toda apariencia de unión entre tú y la población se esfumará. Al final, derrocarán a tu gobierno y al candidato diablo que intentas sentar en el trono del Poder.

Abrió los párpados, y miró al Presidente directo a los ojos:

—Señor, hasta yo me admiro de haber visto tan claro el futuro.

Y agregó:

—Son pésimos augurios. El país se llenará de enojo y al final tú de vergüenza.

Tranquilo, el Presidente le llamó al secretario de Hacienda y le ordenó:

—Liquida a la lectora de tarot. Se pasó a la oposición.

El secretario Maid tragó saliva antes de responder:

—La liquidaré, Presidente.

La lectora amaneció muerta y flotando en las aguas verdes de Xochimilco, la carta de la Ahogada pegada en la frente, señal de inminente peligro.

Entonces, el Presidente llamó a su secretario de Educación, y cuando ambos caminaban por los jardines de la mansión presidencial, le contó lo que se proponía.

—Es usted un visionario —le replicó Niño.

—Háblame en español, ya te dije que el latín culto no lo hablo.

—Está padre lo que quieres, Quique —dijo Niño mirando los cuatro zapatos avanzar sobre la grava. —Y muy probable. Otro sexenio bajo tu proyecto político y México entero será Toluca.

El Presidente sonrió satisfecho:

—¿Qué harías tú para lograr ganar otra vez la Presidencia?

—Adelantar las obras de la destrucción —contestó Niño. —Es decir, destruir de inmediato lo poco que queda de Sistema de Justicia. Destruir lo poco que queda del Sistema Electoral. Asesinar a los otros candidatos a la Presidencia, o comprarlos, lo que sea menos oneroso. Perdón: menos caro. Destruir lo poco que queda de libertad de expresión. En fin, destruir rápido y seguro todo estorbo para reelegirte por interpósita persona.

El Presidente miró su reloj para saber cuánto tiempo le quedaba de mandato para destruirlo todo.

Eran quince para las doce. Se quedó pensando qué podía hacer en quince minutos.

Luego se acordó de que un reloj no marca días ni meses, y calculó, al puro vuelo, que tenía todavía un año, es decir: ocho meses, para destruir a la Patria y volverla Toluca, su Patria chica.

No hay mayor alegría que un hombre que tiene un propósito noble y claro para sus días y sus noches. Alegre y relajado, el Presidente se recostó en el sillón presidencial y se dispuso a ensoñar su magno legado para el país.

Pero se quedó dormido.

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