Quedaron de verse en la zona mexamericana, en la fonda El Gallito de Oro.

Primero llegó el robusto Canciller de México, a quien el dueño condujo a través de la cocina hasta un cuartito trasero con una sola mesa cuadrada, cubierta con un mantel de plástico de cuadros rojos y blancos.

Luego el Canciller vio llegar a la líder del Partido Demócrata, Nancy Pelosi, que tomó asiento del otro lado de la mesa. Sin cruzar saludos ni cordialidades, Nancy puso una hoja blanca entre ellos. Con un lápiz escribió una cifra.

77,000.

—Estos son los votos por los que ganó Trump la pasada elección –dijo en inglés. —Distribuidos en tres estados. Pensilvania, Wisconsin y Michigan. Trump, como sabes, perdió el voto popular por 3 millones de votos, pero ganó el Colegio Electoral por estos 77 mil miserables votos.

Ebrard entonces apuntó en la hoja los números que fue nombrando:

—Hay 36 millones de mexicanos en los Estados Unidos de América. 26 millones nacidos en México y 10 millones nacidos acá, pero que en el censo reconocieron su origen mexicano. Si uno descuenta a los que no tienen documentos, son 29 millones los que podrían votar en la próxima elección.

—El problema –replicó Nancy— es que en la pasada elección votaron menos de la mitad de los mexamericanos. ¿Cómo hacemos para que voten estos 77 mil en estos tres estados y que voten contra Trump?

—Estamos en la misma página –dijo Ebrard. Y en la página circuló con lápiz la primera cifra: 77,000. —En español hay un dicho —añadió. —El enemigo de mi enemigo es mi amigo.

Nancy asintió:

—Acá tenemos el mismo dicho. Lo fraseamos así. Hundamos al hijo de puta de Trump.

El Canciller tomó el lápiz otra vez y escribió en la página blanca otro número: 55.

—Ese es el número de los consulados mexicanos en los Estados Unidos. Más consulados que los que tiene acá ningún otro país del mundo. Los consulados van a llamar por teléfono a nuestros paisanos. Vamos a ayudarles a registrarse para votar y el día de la elección vamos a llevarlos a las urnas.

Nancy susurró:

—Está prohibido por la ley que un país extranjero participe en una elección interna. Nada más lo comento por si alguien le pregunta. En la práctica, la pasada elección la ganó Trump con ayuda de Rusia. Esta la ganaremos los demócratas, sea quién sea nuestro candidato, gracias a México.

Se miraron a los ojos y ella agregó:

—That would be nice.

Don Ignacio entró a la trastienda con una charola. Bajó al mantel de plástico los platos de guacamole y de chicharrones. Luego sacó de sendas bolsas de su mandil dos botellas oscuras y escarchadas. Las puso sobre la mesa. Las destapó con un destapador. Y volvió a la cocina.

—Ahora bien –dijo Nancy—, el voto es individual y secreto. ¿Cómo garantizamos que los mexamericanos que voten votarán contra Trump?

—Tenemos el cálculo de cuántos votarán por Trump –respondió Ebrard, y apuntó en la hoja otro número.

1

—Algún sordo, ciego, necio, masoquista y loco. Que de seguro lo hay.

Nancy se llevó a los labios la botella de cerveza. Bebió. La bajó al mantel de plástico.

—Qué buena cerveza —dijo.

—Sí, muy buena –asintió Ebrard—. Se llama Victoria.

El Canciller sacó un encendedor de su saco, alzó con la otra mano la hoja repleta de números. Le prendió fuego.

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