Se despertó con un dilema moral, el diputado. El día anterior, en su oficina, revisaba los costos de la renovación del edificio del Congreso, hojas y hojas en Excel en la pantalla de la computadora, nombres de compañías desconocidas para él, números y más números en sus propuestas, cuando recibió una llamada en su celular, en la pantalla del teléfono apareció Número desconocido, y tal vez por distraerse de los arduos números contestó; una voz desconocida le dijo:

—¿Sabes cuánto cobraban los priistas de comisión a cada proveedor?

—¿Quién habla? —preguntó el diputado.

—30%.

—De nuevo, ¿quién habla?

—El ciudadano menos 15.

—Buenas tardes, voy a colgar.

—Tú cobra 10%. Eso es ser moral. Ya cobrabas 10% antes, como delegado.

—Por última vez, ¿quién habla?

—Si no lo cobras, publicaré tus fechorías anteriores. No, no te creas, pero mejor créelo. Escucha, ¿eres un monje católico como tu tío abuelo?

—¿Cómo sabe que mi tío abuelo era monje?

—¿Entonces por qué respetarías esa cosa antigua y religiosa llamada moral?

Colgaron.

¿Por qué hoy despertaba el diputado con un dilema moral? El líder de su partido y presidente del país, a quién le debía su asiento en el Congreso, lo había dicho alto y claro y en suficientes ocasiones como para aprendérselo de memoria: No robar, no mentir, no traicionar —esa era la moral del nuevo gobierno, una moral civil difícil de descartar con sofismas. Si él había robado un tantito como delegado, por supuesto no lo haría ahora.

El ingeniero Gerardo Bermúdez recibió la llamada en el asiento posterior de su automóvil, rumbo a su fábrica de muebles.

—10% es barato, Bermúdez —dijo la voz.

—¿Quién habla? —preguntó Bermúdez— ¿Eres tú, José Antonio?

—¿Sabes cuánto cobraban los priistas a los proveedores?

—¿José Antonio, eres tú?— preguntó otra vez Bermúdez. —¿Vamos al billar o le sacas a que te arrase otra vez?

—Que no, Gerardo, no soy José Antonio. Escucha. Págalo y cállate. Mira, todo exceso se vuelve fanatismo o idiotez. O ambas. Si tú no provees los muebles al Congreso, pagando la mordida, lo hará tu competidor.

—Es que ellos dicen que son el cambio moral.

La risa se escuchó por la línea. Y luego el clic: le habían colgado.

Esa noche era Noche Buena y como siempre que había vino al alcance de su mano, Gerardo tomó tres copas de más y habló demasiado. Contó a su familia y sus amigos lo del 10% del soborno y también narró la misteriosa llamada. Se metía a la cama a dormir a un lado de su esposa, cuando su celular sonó. Una voz le dijo:

—Bermúdez, acá habla el ciudadano menos 15, otra vez. Te has sentenciado. En esa cena habíamos varios de éste lado.

—¿De qué lado? Sí eres José Antonio,
¿verdad?

—Escucha: esta es la única forma de salvarte. Te envío por texto el celular de la Secretaria de la Función Pública. Escríbele tú un texto y cuéntale todo. Ahora el juego se ha convertido en esto: es la cabeza del diputado o la tuya: tú lo delatas o él te embarga tu fábrica de muebles.

Bermúdez compró un celular desechable. Desde ahí le escribió a la Secretaria. Mientras recibía respuesta, si es que la recibía algún día, firmó el cheque en el que le daba al diputado el soborno del 10% y le llamó para decírselo:

—No hombre, ya no me des nada —respondió el diputado.

—Insisto —insistió Bermúdez.

—Que no, ingeniero. No me des nada.

—Te lo dejo en tu oficina mañana. Es una gratificación, nada más. Vaya, es como si te mandara flores.

Al día siguiente, el secretario particular del diputado lo recibió en la puerta principal del Congreso. Bermúdez le entregó el cheque.

La Secretaria de la Función Pública leyó la delación sentada a su escritorio, cerca de un mes después. Se acusaba a uno de los cuadros más notables del partido de corrupción. En ese momento sonó su celular y en su pantalla leyó Ciudadano menos 15. En un arrebato, tomó la llamada.

—Hola Irma Eréndira —se oyó la voz. —No te creas superior. Nadie lo está siendo. Te ves muy arrogante con esos aires de superioridad.

—¿Quién es? —dijo ella.

—Algo más. Si no dejas pasar esta, te pasaremos nosotros encima.

En el Estadio Azteca, las butacas repletas, se oyeron pequeñas risas cuando la secretaria dijo al teléfono:

—Voy a localizar quién es usted y voy a levantarle cargos por amenazas.

Luego colgó.

La vieron en la gigantesca pantalla de dos vistas, colocada a lo largo del campo de futbol, marcar un número y ordenar:

—Alberto. Tenemos un caso delicado de corrupción. Te pido extrema discreción.

Los 90 mil espectadores del estadio soltaron la carcajada. Y en la otra mitad de la inmensa pantalla apareció Alberto Quiroga, de la Unidad de Investigación de Servidores Públicos Federales.

—Tú dime qué hacemos, secretaria —dijo el detective.

—Te paso la información en papel hoy y en donde siempre.

Colgaron.

La llamada le entró de inmediato a Alberto Quiroga en su celular. Contestó.

—¿Sí?

—Habla el ciudadano menos 15.

Alberto se quedó quieto y sin aliento, reconocía el seudónimo, y las carcajadas llenaron el cine cuando se imprimió en la pantalla la palabra:

Continuará...

El maestro de ceremonias se apersonó ante la pantalla y dijo al micrófono que sostenía en la diestra:

—Se abren las quinielas, señores. En el juego de esta semana están el Diputado, el Proveedor, la Secretaria y el Detective. Para ganar deben acertar quién sí se corrompe y quién no. Quiénes acierten en los 4, se reparten toda la bolsa. Por favor apunten en las hojas que les hemos entregado sus pronósticos y apunten el tamaño de su apuesta.

Los 90 mil presentes apuntaron en las hojas sus quinielas y el monto de sus apuestas. Cifras de 8 dígitos. Después de todo eran los inmorales de gobiernos ya pasados, aquellos que habían gozado del privilegio de acumular fortunas con la corrupción.

Mientras lo hacían, se pasó en la pantalla un corto titulado La Moral natural. Un documental del National Geographic sobre changos bonobos y sus costumbres morales. Un chango se acercaba a la cueva donde estaban almacenadas las pencas de plátanos de la tribu. Se robaba una penca y cargándola al lomo huía por la selva. Pero la tribu lo había visto y lo perseguía, saltando de rama en rama, corriendo por el piso de tierra, gritando. Caían encima al ladrón. Su castigo: a jalones y mordiscos lo descuartizaban: trozos de carne sangrienta se repartían entre la tribu.

—Gracias a Dios no somos animales —sonrió un ex gobernador y entregó su hoja de quinielas a la edecán de faldita escocesa.

1, 500 edecanes de faldita escocesa recorrían las filas del estadio recogiéndolas. Entonces en la pantalla gigantesca apareció el presidente López Obrador y todos se inmovilizaron. El sistema de espionaje colocado en los celulares y en las oficinas de los funcionarios y los proveedores del nuevo gobierno detectaba una llamada inesperada y en tiempo real en la cadena de corrupción que los ocupaba.

—Señor, ¿puedo ir a verlo ahora mismo?— se oyó la voz de la mujer. —No quiero hablar por el celular. Hay indicios de que están intervenidos. Estoy afuera de Palacio Nacional en un uber.

—Acá te espero. Sube, Eréndira.

El presidente colgó. Y de inmediato sonó otra llamada. Miró extrañado en la pantalla del celular Número desconocido. La tomó. Y al tiempo que un seguidor de luz localizaba en un palco a un hombre de traje gris, camisa rosa, sin corbata, con un celular a la oreja, los 90 mil inmorales del estadio y el presidente en su despacho oyeron su voz:

—Hola, presidente. 10% de funcionarios corruptos no es nada. Es solo tantito. ¿Y qué tantito es un tantito?

—¿Quién habla? –preguntó el presidente.

—Es un poco de aceite para que los engranajes del sistema se muevan —dijo el Intelectual, iluminado en el círculo de luz. —¿O qué vas a hacer? ¿Meter a la cárcel al 10% de tu gente, solo porque fueron educados en este país y por tanto no creen humanamente posible eso del no robarás, no mentirás y bla bla bla bla?

Los 90 mil presentes en el estadio asintieron y murmuraron:

—Exacto. Eso. Es la cultura. Bla bla bla bla.

—Paz y amor, presidente López— dijo el Intelectual, —no seas un fascista de la moral, así mueren las democracias, la tiranía del bien es un peligro, Venezuela, Cuba, etcétera y etcétera.

El presidente apagó el celular. Lo dejó a un lado en el escritorio. Se quedó pensando. En el estadio, un ex presidente se inclinó para hablarle al oído a un periodista:

—Acá se juega nuestro destino, Paco.

—¿Nuestro?

—Tuyo y mío y de estos amiguitos y tantitos más. Si López sí enjuicia a su diputado, nosotros pasamos a los libros de texto gratuito muy mal. Como viles traidores, ladrones y mentirosos. Los malos de la Historia.

Entonces se abrió la puerta del despacho, los 90 mil contuvieron el aliento en el estadio, la secretaria de la Función Pública caminó hacia el escritorio del presidente y tomó asiento ante él.

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