Entre Mr. Meade y el micrófono, instalado al centro y al borde de la plaza de mármol blanco, cinco metros por encima de la multitud silenciosa que esperaba sus palabras, mediaban 30 pasos.

Mr. Meade iba vestido como su Maestra de actuación le había indicado que debía ir.

—Fuera corbata —le había dicho la mujer delgada y de ojos negros y grandes. Y le sacó la corbata del cuello. —Abierto el botón del cuello, que respire tu garganta —le había desabotonado el botón con una familiaridad de esposa. —Ahora hincha el pecho, Pepe Toño —le había ordenado dando tres pasos hacia atrás. —Y ahora habla. ¡Habla!

Mr. Meade habló:

—Mexicanos —empezó con su vocecita temperada.

—¡No, no, no, no! —dijo la maestra de actuación. —Con enjundia, con el corazón.

Mr. Meade gritó:

—¡Mexicanos!

—¡No, no, no! Dije con el corazón, no a todo pulmón. Suenas hueco, Pepe Toño. ¡Habla con el corazón! ¿Por qué no hablas desde tu corazón?

Mr. Meade sabía por qué no podía hablar desde el corazón, pero no pudo decirlo.

Varios meses atrás, el presidente Peña lo había llamado a su despacho y había puesto las encuestas sobre el escritorio.

—Ocho de cada diez mexicanos no votarán por el PRI, porque están convencidos de que somos el partido de los tramposos. Los ladrones, mentirosos y cínicos. Y los otros dos mexicanos que sí votarán por nosotros, son peores: uno es un priísta cínico y el otro un idiota. Es decir, —dijo el Presidente Peña y tomó asiento en un sillón de cuero rojo—, ningún priísta puede ganar la Presidencia de este país ingrato. Por eso tú, que no eres priísta, pero has sido nuestro contador y nuestro arreglador de trampas, serás el candidato del PRI.

El último refinamiento en fingimientos: elegir de candidato del PRI a un no priísta, pensó Mr. Meade. Y forzó una sonrisa feliz.

—Gracias, Presidente —dijo. —Me conmueve el nombramiento.

El Presidente Peña siguió:

—Escúchame ahora con cuidado, Mr. Meade. Tú puedes decir y hacer lo que desees en la campaña, excepto una cosa. No puedes hablar mal del PRI. ¿Entiendes eso?

Lo entendía y por eso era que Mr. Meade no podía hablar con la verdad al hablar frente a los mexicanos. Ocho de cada diez mexicanos querían que les dijera la verdad del PRI y de cómo él sería distinto a ellos en la Presidencia, pero él se había comprometido a no decir nada malo del PRI.

Mr. Meade echó a andar hacia el micrófono que lo esperaba al borde de la explanada de mármol blanco, por encima de las mil cabezas de los mexicanos que guardaban silencio esperando sus palabras.

—Que hables desde el corazón —le insistió la Maestra de actuación. —Atrévete a ser sincero. ¿Hay alguien mejor que tú para decir qué hay de malo en el país y cómo corregirlo? Tú conoces las cuentas de este país mejor que nadie. Tú conoces personalmente a sus bandoleros de cuello blanco. Tú conoces los métodos del robo. Y eso quiere la gente. Ni más ni menos. Que les digas esa verdad y digas cómo le pondrás remedio. Toma aire, profundo, exhala, largo. Toma aire, profundo…

Por supuesto conocía el pillaje del sistema con precisión milimétrica. Lo pensó mientras avanzaba hacia el micrófono con pasos lentos como el terror de acercarse al momento definitorio de su vida.

¿Cómo no habría de saberlo?, pensó. He sido el eunuco en el burdel de la corrupción. Mientras los ministros del PRI fornicaban indecentemente con prostitutas, yo miraba y tomaba nota en mi pequeña libreta negra Moleskine. Mientras les enviaba a los ministros desde la Secretaría de Hacienda presupuestos exorbitados, y los desviaban a cuentas personales y del partido, yo tomaba notas en mi pequeña libreta negra Moleskine.

Pasó pensando eso al frente de los ocho operadores principales del partido. Todos sin corbata y con el primer botón de la camisa desabrochado. Y por un momento los imaginó con las manos al frente esposadas. Ladrones de la Patria, pensó, y se admiró de la poesía de sus palabras.

Pero se mordió el labio inferior con los dientes caninos.

—Que no te muerdas el labio, Pepe Toño —le espetó la Maestra de Actuación. —Te ves como un conejo arrepentido y lampareado. No, sonríe, muestra toda la dentadura. Hincha el pecho. Sé sincero. Es ahora o nunca.

Tres días después de su nombramiento como candidato, Mr. Meade recibió a los operadores del partido. Se acomodaron en la sala de su departamento y uno de ellos, un bigotón con el rostro cacarizo, el brujo mayor de las trampas, desplegó ante él y en el tapete persa un pliego que iba de pared a pared. El plan detallado de tres meses para embaucar a dos mexicanos más de cada diez.

—Con eso nos basta —dijo el Brujo de las Trampas—. Dos mexicanos embaucados de cada diez y ganamos.

A la mitad del camino hasta el micrófono, Mr. Meade se llevó la diestra al corazón. Entre su corazón y su palma estaba en la bolsa de su camisa blanca la libretita negra en que había apuntado los desfalcos del gobierno priísta con letras minúsculas del tamaño de un piojo.

—Tócate el corazón antes de empezar a hablar —le había dicho la Maestra de Actuación. —Y no abras la boca hasta sentir que la energía de tu corazón llega a tu garganta y desemboca en tus labios.

Mentir o no mentir. Seguir siendo el eunuco del burdel o limpiar el burdel. Ganar a la buena la elección o ganarla gracias al plan del fraude más osado de la historia del país. Ser honesto sin reservas o ser honesto falsamente.

Mr. Meade pasó ante sus operadores priístas y se asombró: en verdad llevaban las manos al frente, solo faltaba que él les pusiera las esposas en las muñecas. Tomó el micrófono con ambas manos. Su corazón latía como un tambor. Como una bomba de tiempo.

—Elige un solo mexicano del público y háblale a él o a ella —le dijo al oído su Maestra de Actuación.

—Creí que me enseñarías a fingir —murmuró él.

—No. Te enseño a ser tú completo —le sopló ella al oído.

Entre la multitud que lo esperaba, cinco metros abajo, eligió un par de ojos. Los ojos negros de una joven, el pelo negro, los labios carnosos. Seguramente una joven que trabajaba para alguna instancia gubernamental y había sido traída al mitin priísta por fuerza. Una de los ocho mexicanos que en la breve soledad de la casilla de voto, votarían contra él.

—Y si nos traicionas —dijo el Presidente Peña—, acuérdate de Colosio…

Colosio, se acordó Mr. Mead: el candidato priísta que se atrevió a hablar ante un micrófono en contra de los pecados del PRI…

La diestra sobre la libretita de los desfalcos, los ojos en los ojos negros de la joven, Mr. Meade oyó a su espalda, en la zona de sus operadores principales, un chasquido, y separó los labios ante el micrófono…

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