Caso 5. Gwyneth Paltrow tenía 18 años cuando Harvey Weinstein, el productor más poderoso de Hollywood, se alzó del sofá de la estancia de la suite y le pidió que lo disculpara. Que se quedara cómoda entre los mullidos cojines forrados de seda mientras él atendía una urgencia biológica.

Volvió desnudo.

Ella se aterró.

—¿Me ves bañarme? —le pidió él, aumentando su pánico.

Paltrow lo acusa de acoso sexual.

Defensa.

Este es un caso más bien de mala información sobre el género opuesto. ¿Qué hombre seduce a una mujer mostrándose desnudo? Peor si cuenta con 30 kilos de más: un abdomen grande como un globo de helio, dos piernitas de gallo y en medio un pene del tamaño de un dedo gordo.

En todo caso es un caso de terrorismo estético. Hombres de la complexión de Harvey debían bañarse cubiertos por una burca.

Desde otro ángulo, ¿quién le pide a Gwyneth Paltraw que ella lo vea bañarse? Alguien de verdad muy mal cableado eróticamente. Cualquier otro hombre (o mujer), le hubiera pedido a la espigada y rubia actriz que ella se le mostrara bañándose.

Caso 10.

La modelo latina y aspirante a estrella de la actuación, Ambra Gutiérrez, exhibió como prueba de cargo contra Harvey una grabación en que se oye claramente al productor rogándole que se vayan del bar del hotel, donde se encuentran, a la suite de él. (Siempre la misma suite.)

Please, please, let´s go —se oye que Harvey le suplica.

Ella le responde, con denso acento latino:

No, no. Yisterday in the sweet you touched my birds.

Birds: pájaros. O mejor pronunciado: barbas.

El le suplica otra vez, con una voz delgada de niño:

—Soy un hombre famoso, vamos a la suite.

Defensa.

Es claro que Harvey estaba poseído por la idea de que la hermosa y morena joven actriz tiene pájaros o barbas bajo la ropa. Eso lo llenaba de una irresistible curiosidad. Acá la acusación debe ser más bien contra la actriz por difundir mala información corporal.

Caso 62.

La periodista Lauren Sivan narra que Harvey, en una cena en el lujoso restaurante Society de Nueva York, le dijo, luego de escucharla atentamente durante una hora, que era la mujer más inteligente del mundo y respetaba y admiraba su interés por las clases desposeídas.

—¿Te las enseño? —le preguntó y le guiñó un ojo. —Están en la cocina.

Entraron a la cocina, y los cocineros y los pinches mexicanos de pronto se habían esfumado: el lugar estaba vacío y las dos salidas estaban resguardadas por dos guardaespaldas grandes como roperos.

—Bésame —le dijo Harvey con voz de desposeído.

—No quiero —dijo ella aterrada.

—Entonces cállate —le dijo él.

Y se bajó la bragueta y sacó su miembro (del tamaño de un dedo gordo) y se masturbó ante la mirada atónita de ella. Eyaculó sobre una pobre maceta con flores.

Defensa.

De nuevo: cableado erótico trastocado. La periodista era una rubia de tez dorada y ojos azules, un cuerpo talla 6 y redondos y ambiciosos senos. Si ante una mujer así un hombre se saca el pene y se lo muestra, la víctima es él y la victimaria es su mamá.

Las madres responsables les explican a sus hijos varones a muy tierna edad que las mujeres no quieren ver sus penes. Las mujeres, si se enamoran, aceptan, con cierta reluctancia, que sus amados tienen “eso” que ellas no. Y sólo pasados cinco años de amor y placer, se los estiman, incluso grandemente. Se ha sabido de mujeres que les construyen monumentos y de otras que les componen sinfonías.

Pero en un primer encuentro, las mujeres quieren ver la inteligencia de un hombre, no su pene. Su premio Nobel, no su pene. Su algoritmo para la felicidad aplicado a ellas.

Borges sedujo a María Kodama enseñándole, a lo largo de los domingos de todo un año, anglo sajón medieval, no su pene. Schopenhauer ofreció a la amada secreta de toda su vida su “larga y lenta y cada día más abismal melancolía”. Bill Gates sedujo a su esposa Melinda mostrándole su plan para erradicar la poliomelitis del planeta. Albert Einstein seducía a las mujeres recitándoles fórmulas incomprensibles y luego poemas de Rilke igualmente incomprensibles: para que el profesor dejara de hablar, ellas lo besaban en los labios. Y un famoso actor (cuyo nombre no revelaré) me contó que sedujo a su actual compañera enseñándole sin pudor alguno el gusto de que ella le gustara tanto: me llevo a casa este maravilloso espejo, le dijo ella.

Casos 64 al 83.

Los casos de violación.

La defensa descansa.

No hay forma de disculpar la violación. Luego del secuestro y el asesinato, es el crimen más horrendo.

Larga cárcel a Harvey.

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