Carlos Martínez Assad publicó recientemente un libro-catálogo, con bellas fotos en blanco y negro, donde hace un recuento de actores, directores, productores, fotógrafos y músicos de origen libanés que han dejado o siguen dejando huella en el cine mexicano. Los mexicanos que crecimos con esa pareja de cómicos que alegró nuestros años niños no teníamos entonces idea de que Capulina, con aquel sombrero desfondado, en realidad se llamaba Gaspar Henaine y su procedencia era libanesa, como la de El Güero Gil o Chucho Martínez Gil, nada más y nada menos, integrantes de tríos icónicos de los años 50 como Los Panchos y Los Hermanos Martínez Gil. El historiador y escritor Martínez Assad, que ha dedicado gran parte de su investigación a la Ciudad de México y sus espacios emblemáticos, así como al cine, pone el acento en una reflexión que pocas veces hacemos: México da muy poco reconocimiento a sus inmigrantes. “Seguimos esperando los trabajos de investigación sobre las aportaciones que hicieron al cine mexicano los diferentes extranjeros que se adaptaron a México (…) Todos los públicos de diferentes épocas los han identificado: españoles, argentinos, cubanos, estadounidenses, y un largo etcétera.” Un ejemplo es la importante participación libanesa en muchas esferas del desarrollo del país; nos son familiares nombres de empresarios que se hicieron desde abajo y que les importa México como Carlos Slim y Alfredo Harp Helú. Pero fuera de ese ámbito con relumbrón en los medios, nuestra miopía para reconocer la veta de enriquecimiento cultural que los sueños de otras culturas importadas a México produjo es clara.

Quizá lo que más asombra frente a los personajes que enumera Martínez Assad, además de sus méritos, es que sean tan mexicanos, quiero decir que son parte fundamental de nuestra cultura y raíz, la inmigración libanesa claramente no sólo forma parte del mestizaje social sino que nutrió nuestros referentes. Desde Miguel Zacarías, director de películas de la época de oro del cine mexicano, que lanzó a María Felix (El Peñón de las Ánimas), hasta Salma Hayek o un joven actor como José María Yázpik, el catálogo de herencias y marcas es basto e interesantísimo. ¿Ustedes sabían que María Sorté, rubia y guapa, es de Chihuahua y de origen libanés? ¿O que Joaquín Pardavé, que emuló al inmigrante libanés en El baisano Jalil hablando con esas “bes” en lugar de otras consonantes, creó un personaje simpático y un reconocimiento a esa inmigración en nuestra sociedad pero que él no lo era? Subraya Martínez Assad lo paradójico que resulta que el cine nacional le haya dedicado tan poco de sus historias a la presencia de sus diversos inmigrantes.

Un anecdotario jugoso, simpático, de estrellas permanentes o fugaces que aparecieron en la pantalla y se bajaron del estrado, de Arieles que tardaron mucho en caer en manos de estos “extranjeros” como Zacarías que fue homenajeado, nos cuenta el autor, hasta 1993, además de un preciso listado de la filmografía en que participaron nutre el contenido del libro. Allí han estado y están, como muchas otras raíces de procedencias lejanas que han tejido el sustrato cultural y han acompañado nuestra educación sentimental. Porque el cine, más que ningún arte, nos ha permitido soñar en colectivo, ha abonado a nuestra identidad de mexicanos que bien mirada es ese crisol de nacionalidades que ha dado riqueza a nuestra concepción del mundo y de nosotros mismos. Tal vez un libro como este, que además de ilustrativo es bello, contribuya a nuestro orgullo y reconocimiento por la multiculturalidad, por quienes en busca de una mejor vida u orillados por guerras, han dejado su huella y amor por el México al que llegaron ellos o sus padres o abuelos. Carlos Martínez Assad, él mismo de origen libanés, ha recreado en su novela La casa de las once puertas la historia de su propia familia en la Huasteca hidalguense, donde personajes singulares y atrevidos se asentaron para heredarle esa doble entraña: la del origen familiar y la del lugar de nacimiento y formación. Martínez Assad permite en Libaneses en el Cine Mexicano (publicado por el Festival Internacional de Cine de Guanajauto en edición bilingüe) que nos asombremos por la nutrida presencia de los libaneses que han hecho y siguen haciendo el cine que nos nombra, nos arropa y nos exhibe.

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