“Bienvenidos a la realidad”, así me dijo, ayer, el vocero de seguridad en Nuevo León, Aldo Fasci, ante la pregunta expresa de lo que vendría con las manifestaciones de organizaciones pro derechos humanos que, evidentemente, protestarían ante el uso de fuerza letal para el control del motín en el penal de Cadereyta que dejó al menos 16 reos muertos.

En la azotea del penal hay varios hombres enmascarados, no percibo bien si portan un arma o un tubo en sus manos, lo que sí es que levantan la cosa como en un símbolo de lucha, de rebeldía; frente a ellos, de rodillas, desarmados y golpeados, se perciben con pánico, hay al menos dos custodios con la mirada que roza la muerte, están amenazados: si no cumplen las demandas de los rebeldes serán lanzados cual despojo por la borda y terminarán impactados, hechos pedazos, en el patio de la cárcel que, apenas unas horas atrás, cuidaban.

Alguien cercano a los temas de seguridad nacional me contó lo que le pasó a un tipo hace tiempo en la riña de Topo Chico, la más sanguinaria registrada en la historia contemporánea de Nuevo León, al pobre, literal, lo terminaron despedazando vivo y luego echaron lo que quedaba de su cuerpo, sus despojos, al fuego que consumió áreas enteras del penal. El hombre no era un gran enemigo y se trataba, más bien, de mandar un mensaje.

Así funcionan los Zetas y los de Noreste y los del Golfo y muchos más. Mandan mensajes con la agonía de algunos hombres que apenas cometieron una bicoca de errores, porque por lo regular los grandes enemigos mueren de un balazo, o de varios sin sufrir demasiado, pero los de abajo en la cadena, los cuasi lumpen del narco, se convierten en mensajes.

Quizá los custodios eran un canal ideal para mandar un mensaje, el de que el control de la cárcel no estaba en el gobierno sino en ellos, un mensaje de poder absoluto: en Cadereyta ellos, los reos, lo controlan todo, hasta la vida, de todos, de quien quieran.

No sé si hubo violaciones a los derechos humanos de los reos de Cadereyta, si las hubo ojalá que las castiguen con todo el peso de la ley, sin embargo, casi estoy seguro de que si los reos hubiesen arrojado a los custodios por la azotea y, así, los hubieran asesinado de la manera más indecible, ninguna ONG, o casi ninguna, habría saltado a defenderlos, como si fueran seres humanos de segunda por el solo hecho de ser autoridades.

Cuesta decirlo, pero Fasci, en lo que pudiera leerse como un mensaje envalentonado, tiene razón ante la evidente falta de protocolos que priva en el país en materia de uso de la fuerza. Hago la pregunta políticamente incorrecta: ¿cuándo se debe matar a una persona con la fuerza letal del Estado?, ¿cuando está a punto de matar a un elemento?, ¿cuando está a “nada” de arrojar a un custodio por la azotea?, ¿qué califica esa “nada” de manera más objetiva?

Mientras el país opte por considerar tabú cualquier legislación en torno al uso legítimo de la fuerza, incluida la letal, por el Estado, seguro que se repetirán una y otra vez muchos Cadereytas y Topo Chicos más.

DE COLOFÓN.— Nadie vio el rancho, nadie vio la solicitud de Interpol, nadie vio nada. Jamás ven algo.

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