Como a otros colegas de mi ya muy antigua generación, me tocó solicitar la inscripción en la Preparatoria Nacional Número Uno del Centro Histórico de la hoy Ciudad de México, formándome en cola de madrugada y sin examen de admisión. Era época del Bachillerato único que permitía, al concluirlo, ingresar en automático al estudio de cualquier carrera sin importar qué materias se habían cursado en la “prepa”. Dubitando sobre qué carrera seleccionar, tal bachillerato me permitió cursar materias idóneas para estudiar Ingeniería y luego Economía (Física y Matemáticas, vgr.), sin impedir que al final optara por la carrera de Derecho, siguiendo el consejo y pasos de mi padre, quien por cierto se doctoró también en Filosofía en la propia UNAM después de graduarse de la entonces Escuela Nacional de Jurisprudencia.

Así como tuve excelentes maestros en la Preparatoria (don Luis de la Borbolla en Matemáticas y Pedro Vázquez Colmenares en Sociología, por ejemplo), en la Facultad de Derecho de la flamante Ciudad Universitaria me tocó la fortuna de estudiar con la guía de extraordinarios profesores de decenas de generaciones; muchos de ellos autores de libros sobre los temas de su cátedra. A la sazón, dirigía la Facultad el Dr. César Sepúlveda; los cursos y muchos exámenes eran anuales. Recuerdo a algunos de esos magníficos maestros y mentores QPD, la mayoría doctorados, aunque omito involuntariamente a muchos otros de igual mérito: Mario de la Cueva, Guillermo Floris Margadant, Ignacio Burgoa Orihuela, Luis Recasens Siches, Fausto Vallado Berrón, Raúl Cervantes Ahumada y Roberto Mantilla Molina, cuyo hijo Roberto (excelente abogado y artista plástico), sempiterno amigo de la misma generación, hace ya más de 10 años organiza las comidas mensuales y la anual de la misma; comidas que con tino ambienta el profesor Ignacio Otero Muñoz, cronista de la Facultad. También tuve la suerte de acudir de “oyente” a algunas clases en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, donde pude escuchar a profesores de la talla de Pablo González Casanova, a instancias de mi entrañable amigo Antonio Delhumeau Arrecillas, quien fuese después muy apreciado profesor y director de dicha Facultad.

Tanto en la preparatoria como en la Facultad, el destino nos llevó a varios compañeros a participar en la promoción de organizaciones estudiantiles para la difusión cultural y la articulación de la representación estudiantil, así como en la convivencia semanal que se armaba en el llamado “cuarto árabe” (inspirado por el mobiliario) en la casa de Alejandro Carrillo Castro (entonces aún no doctorado y singular amigo de siempre), quien incitaba la camaradería entonando a guitarra las canciones populares de moda (notoriamente recuerdo “Cleto”, jocosa canción de Chava Flores); fueron actividades y convivios que complementaron la experiencia formativa vivida durante esos años de estudio en la UNAM.

Entre mis maestros y mentores destaco el honor de que mi propio padre, Juan Manuel Terán Mata, QPD, fuese mi profesor de Filosofía del Derecho en clase de 7 a 8 am; obvio que, no obstante la temprana hora, fue la única materia en la que nunca falté a clase. De hecho fue profesor de la materia en la Facultad por más de medio siglo; es muy gratificante para mí el encuentro y recuerdo, todavía frecuente, con colegas de profesión que, como yo, fueron sus alumnos en la licenciatura o el doctorado. También fue secretario de la Junta de Gobierno de la Universidad Nacional, cuando en el 68 se tuvo que defender con valor y gallardía la autonomía universitaria.

La formación profesional que generosamente me aportó la Universidad Nacional significó una vida de oportunidades invaluables de servicio en funciones de carácter académico y jurídico tanto en la propia Universidad, como en la administración pública y en la jurisdicción. Muy joven aún, pude servir a la UNAM siendo rector el Dr. Pablo González Casanova, bajo la dirección del Dr. Roger Díaz de Cossío, en tareas de planeación educativa, como el diseño del Colegio de Ciencias y Humanidades. También fui invitado en los 70, por el director de la Facultad, Dr. Raúl Ortiz Urquidi, mi maestro de Derecho Civil en la licenciatura, a impartir clases en el Doctorado y, años después, tuve la distinción de impartir la materia de Régimen Legal de los Medios de Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas. En la Universidad Autónoma Metropolitana, gestada con la participación entusiasta de egresados de la UNAM, fue muy honroso para mí contribuir desde el embrión al diseño de la carrera de Derecho y volver a la cátedra e investigación en la misma hace ya un buen número de años. Cumplidos los 30 años, la edad mínima entonces requerida para ser magistrado, asumí la responsabilidad en el entonces Tribunal Fiscal de la Federación, donde retorné después de varios años de desempeñar diversas funciones jurídico-administrativas en dependencias de la administración pública federal, a instancias del entonces presidente del Tribunal y profesor de la Facultad, Luis Carballo Balvanera.

Mi gratitud a la Universidad Nacional es inexpresable. Mi adorada hija Susannah María Terán Brock estudió en la Facultad de Veterinaria y Zootecnia. Se graduó ahí hace casi 15 años como Médica Veterinaria Zootecnista, con Mención Honorífica y primer lugar de su generación, y fue premiada con la Medalla Gabino Barreda al Mérito Universitario. Recién graduada asumió con éxito la encomienda de coordinar la instalación y arranque, en el campus de Ciudad Universitaria, del Hospital Veterinario UNAM-Banfield. En el árbol familiar son ya tres generaciones orgullosa y estrechamente vinculadas desde el origen profesional con la UNAM.

La Fundación UNAM, promotora de la permanencia y expansión del vínculo de sus hijos ex alumnos con la Universidad Nacional, cumple 25 años desarrollando con éxito tan valioso e importante cometido. Lo revela el apoyo anual a casi 100 mil becarios, así como la realización de un creciente número de concursos de investigación pertinente para la problemática nacional y de notables eventos de difusión cultural; logros cumplidos mediante la obtención y movilización de un volumen de recursos que ya alcanza casi 700 millones de pesos. Con seguridad también un creciente número de ex alumnos seguirá contribuyendo a fortalecer tan relevante misión en beneficio de nuestros jóvenes y de nuestra identidad como nación. “Por mi Raza hablará el Espíritu”.

Ex Magistrado del Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administrativa

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