Se nos olvida que la Ciudad de México está asentada sobre una zona volcánica de alta sismicidad. Los temblores que a cada rato nos ponen al borde del infarto se han agudizado en ciertas áreas ya muy definidas en el Atlas de Riesgos de la Ciudad de México.

Otro fenómeno que va en aumento es la aparición de grandes grietas y la formación de socavones, sobre todo en las alcaldías de Iztapalapa y Tláhuac, así como en los municipios de Chalco y Solidaridad.

Estos fenómenos se deben a la sobreextracción de agua de los acuíferos, situación que provoca otros dos fenómenos críticos y de muy alto riesgo para la metrópoli: 1) el riesgo de quedarnos sin agua, lo cual, resultaría en un colapso inimaginable; 2) el fenómeno de subsidencia de los suelos, considerado como uno de los más graves a nivel mundial, que afecta a toda la infraestructura y mobiliario urbanos.

Además están las grietas y socavones que muchas veces las autoridades no alcanzan a explicar. Estamos sobre miles de fallas geológicas que se pueden reflejar hasta la última capa superficial, que está formada principalmente por arcillas de espesor variable entre los 20 y hasta 300 metros de profundidad. La arcilla es un material impermeable, por lo que en el Valle de México se formaba una gran región lacustre que se conoció como el Anáhuac (lugar junto al agua).

La presencia de agua en las arcillas forma una “liga hidráulica” que le proporciona una consistencia maleable o “plástica”, que la convierte en un amortiguador ante los fenómenos sísmicos que además disminuye el “reflejo” de las fallas geológicas localizadas a mayor profundidad.

Pero si las arcillas pierden su “liga hidráulica” se convierten en un material muy frágil y con gran pérdida de volumen, que produce grietas de gran magnitud.

La sobreexplotación de los acuíferos de la es un asunto muy grave y que debiera considerarse de seguridad nacional. El riesgo de quedarnos sin agua es real y de corto plazo, además el nivel de tratamiento de las aguas negras que genera la CDMX apenas alcanza 6% del volumen total generado y su reúso es muy limitado. Las redes primarias y secun darias de tuberías, tanto para el abastecimiento de agua potable como para la conducción de los drenajes, necesitan de inversiones de miles de millones de pesos.

Si no queremos quedarnos sin agua y reducir los efectos de hundimientos y grietas, hay que cambiar las políticas públicas hídricas. Urge reducir la sobreexplotación de los acuíferos, pero es imposible cuando la demanda sube y la eficiencia del uso baja.

Un acierto del nuevo Gobierno y del Sistema de Aguas de la Ciudad de México (Sacmex) fue incrementar su presupuesto de manera muy importante. Se requieren grandes obras e inversiones para modernizar la red de distribución y la sectorización del sistema, que consiste en redes y circuitos más pequeños y controlables. Es imprescindible la instalación de macro y de micromedidores para tener balances reales de los consumos y las pérdidas. Se necesita la participación de todos los ciudadanos en el cumplimiento de su contribución con el pago del servicio. También urge contar con nuevas fuentes de abastecimiento de agua.

Para ello se deben utilizar esquemas de financiamiento a largo plazo que permitan construir las instalaciones y equipamientos necesarios. No es suficiente haber aumentado el presupuesto, se requiere más inversión, para lo que el Gobierno de la capital puede apoyarse en las asociaciones público–privadas (APP), aprobadas en una ley vigente a nivel nacional como local y de gran utilidad para los retos que enfrentamos. La Ciudad no puede esperar un minuto más.

@JL_Luege

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