Este fin de semana se vivió uno de los episodios más vergonzosos en la historia moderna del futbol. En las inmediaciones del estadio Monumental de Buenos Aires, casa del River Plate, los aficionados, fans, fanáticos, barras, inadaptados, delincuentes que simpatizan con ese club, lanzaron bombas lacrimógenas al autobús en donde era trasladado el Boca Juniors, hiriendo a un par de jugadores del conjunto xeneize y causando lesiones en vías respiratorias a varios más.

La Conmebol, pensando en su negocio, insistía en que se jugara, pero sabiamente los clubes se pusieron de acuerdo y se decidió suspenderlo. Los dos entrenadores, como personas civilizadas, platicaron y acordaron que lo primero es la integridad de las personas, jugadores, aficionados, y todos los involucrados en dicho “espectáculo”.

En otros territorios también se han vivido experiencias similares. Recuerdo que, cuando era niño, saliendo del Estadio Azteca, algunos aficionados del América, del cual —por cierto— soy seguidor recalcitrante, golpearon a un aficionado del Cruz Azul. También tengo en la memoria cuando mi padre me decía que era peligroso ir a CU. Tenía 12 años de edad; hoy, 30 después, el discurso sigue siendo el mismo.

Hace no mucho, en las gradas del estadio Luis de la Fuente de Veracruz, también hubo una bronca monumental entre Tiburones y Tigres. En Monterrey, delincuentes disfrazados de aficionados casi matan a un seguidor de Tigres, sólo por la “pasión” que se vive en esta ciudad.

Recuerdo cuando en el estadio Jalisco un niño fue víctima de un proyectil o cohete encendido y se le incrustó una rondana en el cerebro, dejándolo ciego y con secuelas irremediables para toda la vida. En Argentina han entrado a los estadios con pistolas, navajas, puñales; han herido y matado gente. En su momento, también la violencia se ha hecho presente en Alemania, Inglaterra, Italia, Holanda. Y así podríamos mencionar un sinfín de situaciones que nos han dejado una marca negativa en la historia del futbol mexicano y mundial.

Dejemos de culpar a las federaciones de estos actos. Hoy, los culpables son los clubes y, más que culpables, son responsables de hacer todo para prevenir estas situaciones. Debemos poner más atención en los programas sociales, de convivencia, de compromiso, de ayuda a la sociedad. Cuánto cuesta una portada negativa de ocho columnas en un periódico de circulación nacional.

La sociedad se ha vuelto más violenta y, por ende, se refleja en el futbol. Hay que trabajar en la prevención, concientización, tener como objetivos cambiar comportamientos desde la cultura de la paz. Las marcas no quieren estar en la playera de un equipo en el que sus aficionados son delincuentes, matones, golpeadores, agitadores. Creo que no les deja ningún buen sabor de boca, todo lo contrario.

No hay que tardarse porque puede ser irremediable el daño. Todo esto es un buen pretexto para reflexionar y ponernos a trabajar en pro del futbol y de la paz.

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