1.—Hace 15 días escribí en esta misma columna las vicisitudes acerca del robo del que fui objeto y que me confirmó que la desgracia duerme a un lado de la puerta donde, supuestamente, nos encontramos a salvo de la rapiña y el encono humano. Sin embargo, las paredes que nos resguardan son de papel y cualquier ventisca o mínima borrasca amenaza con dejarnos desnudos. El rostro opuesto a un acoso semejante fue determinante para que mi pesimismo no hiciera más daño del acostumbrado. El secretario de cultura de la Ciudad de México, Eduardo Vázquez, me ofreció auxilio en caso de que tomara yo la decisión de tomar el camino legal. Un respaldo similar recibí por parte de EL UNIVERSAL, periódico en el que me han soportado ya durante varios años. Se los agradezco con sinceridad, al mismo tiempo que aprecio la actitud de todos mis amigos y desconocidos que se aproximaron a mí para brindarme resguardo. Escribir aquí todos sus nombres excedería varias páginas. El concepto de familia ampliada que Richard Rorty moldeó para referirse a cómo tendríamos que comprender civilmente a nuestros vecinos o contemporáneos tomó, en mi caso, dimensiones certeras e inesperadas. Los vecinos del edificio que habito, todos estimables, se han organizado con el propósito de oponer una mayor resistencia a la violencia y al robo que nos asuela desde los alrededores.

2.—No poseo un conocimiento meticuloso de las formas jurídicas o pactos políticos que edifican la Secretaría de Seguridad Pública de esta ciudad. Sin embargo, mi docta ignorancia al respecto no me impide conocer con claridad cuáles son sus obligaciones. La gobernadora recientemente electa para la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, no ha hecho público aún quién será el nuevo secretario (a) de seguridad en su equipo. Lo comprendo, pues justamente allí se concentra el mayor problema citadino, mas dudo mucho que una persona sea capaz de modificar el defectuoso estado que reina en las cuestiones de protección a los habitantes de la ciudad.

Desde mi perspectiva, lo que debería hacerse para orientar a la policía hacia el mismo horizonte ético de la comunidad pasa por las siguientes consideraciones: A) La seguridad pública en una sociedad en crisis pasa por el activo concurso de la misma sociedad. Sin la complicidad entre institución y comunidad, o policía y ciudadano no será posible obtener ningún progreso en lo relativo al alivio de la penuria. ¿Cómo hacerlo? A partir de la imaginación (comités, redes, entrecruzamientos, información, inteligencia) y de un esfuerzo legislativo sin precedentes. B) La pericia de una persona para ejercer un cargo de tal naturaleza (secretario) no es suficiente. Se requiere de una estrategia creada y representada por una especie de grupo o parlamento civil y consejero cuya sapiencia y empirismo vaya de la mano con la pericia de los especialistas. Todo lo sabemos entre todos. C) Un policía que delinque y que es cómplice de los criminales merece la mayor pena posible, así como su exhibición pública. La diferencia entre quienes hacen el mal y quienes lo combaten tiene que ser determinante. Tenemos derecho a no temer a aquellos cuya obligación es cuidar de la paz pública. Si no se restituye el lazo de confianza entre el policía y el habitante de la ciudad no habrá ningún avance para enfrentar a la delincuencia. D) Todo policía o integrante de cualquier empresa de seguridad (exceptuando quienes desarrollan labores de inteligencia, por supuesto) tiene que ser fácilmente reconocible e identificable por el ciudadano de a pie. Es la única manera de denunciar el afán de soborno y de corrupción que lacra las instituciones policiales. ¿Que ello es una manera de exponerlos ante los criminales? Sí, claro, pero tal es su trabajo y no se trata de una labor sencilla ni cómoda. E) Finalmente, me preguntaría: ¿qué sentido tiene el apabullante progreso y abuso de la tecnología en nuestra época si no es capaz de servir para causas urgentes de supervivencia? Ya desde el siglo XVIII, Montesquieu escribía: “Falta mucho para que el mundo inteligente se halle tan bien gobernado como el mundo físico”. Y hoy, en el siglo XXI, yo haría la misma afirmación: el progreso de la ética, la inteligencia (entendida como comprensión de la circunstancia y entorno que nos cobija) y la concordia civil camina a paso de hormiga mientras que la tecnología lo hace a zancadas. Pero si los avances técnicos no sirven o no funcionan eficazmente para disminuir la criminalidad es que no los saben o no los quieren utilizar.

Son las anteriores apreciaciones de orden general; sin embargo, creo que se orientan en el sentido correcto. En mis antiguas jornadas de política universitaria fui una de las cabezas del CEU en la Facultad de Ingeniería (junto con Julio García y José Luis Romero) y coincidí en un buen número de asambleas con quien será la próxima gobernadora. Que yo tomara después el camino de la disrupción y provocación estética, el arte digresivo y contestatario, y una postura de rebelión constante y fuera de cualquier partido o institución política no me expulsa, ni me invalida como una persona que también ha peleado por el estímulo de la imaginación y la crítica. ¿Estamos en el mismo bando, o no? Ya lo veremos.

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