¿Por qué nos es tan sencillo obedecer? Y esta pregunta no va orientada a ninguna situación en particular, sino que intenta ser un cuestionamiento de orden general. ¿Por qué nos domina la inclinación a obedecer órdenes y ser sumisos o dóciles ante mandatos, tiranías, tradiciones, leyes que nos hacen mal y que incluso llegan a reducir al individuo a una condición animal o de esclavitud disfrazada de aparente libertad? Tal disposición al amansamiento y a la obediencia ¿de dónde proviene? ¿Es una condición innata que conviene a la supervivencia? ¿Es el triunfo de los poderosos sobre los débiles? ¿Prudencia? ¿Resignación? ¿Placer inclusive? Es evidente que la respuesta es compleja y que aquí ni siquiera podré plantear la pregunta a profundidad. Digamos que es simple curiosidad (no aislada de un íntimo coraje) saber por qué el amansamiento es una constante en las sociedades humanas. Al menos yo no dejo de sorprenderme por el grado de sumisión de los seres humanos con quienes comparto una vecindad o una comunidad. El llamado a la rebelión de H.D. Thoreau que cito a menudo en esta columna (“Transformemos nuestra vida en una fricción que detenga la maquinaria”) y que, en pocas palabras, alude a esa mínima rebelión que un individuo tiene derecho u obligación a desatar con tal de no permitir que la maquinaria del poder totalitario lo entierre como a un gusano, lo someta y le impida ayudar a construir una ética en que la libertad individual y social sean sustrato y horizonte.

Las preguntas anteriores volvieron a mi mesa luego de leer el libro del joven filósofo francés, Frédéric Gros, titulado Desobedecer (Taurus, 2019). En sus páginas el escritor ensaya acerca de la cruel obediencia a la que estamos dispuestos los seres humanos, aunque el mundo que nos rodee o gobierne resulte hostil a nuestra felicidad, economía o bienestar social. El libro defiende la idea de una democracia crítica y pondera la desobediencia y la insumisión como formas críticas para paliar la vida de corral, tontería y encierro que domina a la mayoría de los seres humanos supuestamente libres. Hay aquí una invitación a poner en entredicho, a disminuir y a mermar la inclinación y el placer a la obediencia que afecta casi todos los aspectos de nuestra vida. Gros clama por una desobediencia responsable, es decir, una rebelión e insumisión que justamente den forma y sustento a la libertad individual y que tarde o temprano se extiendan hacia una vecindad menos ominosa y más agradable, menos inequitativa y más generosa. Las palabras de Étienne de La Boétie (1530-1563) se imponen y perturban: “Es tal la naturalidad y el gusto con que el pueblo se sujeta a la servidumbre, que se diría que no ha perdido su libertad, sino ganado su esclavitud”. Es la desobediencia la que funda una política de gravedad y no el teatro o el sainete de los poderosos y ofendidos que cumplen con puntualidad y exactitud su función o aburrido papel. Los que mandan y los que obedecen se parecen tanto que se hermanan, se confunden y se convierten en la misma cosa.

Las tres preguntas que despiertan el contenido del libro citado son sencillas de expresar (y por lo tanto son cuestionamientos importantes y bien pensados): ¿Cómo puede ser que se acepte lo inaceptable y nadie se subleve ante: 1)—“La agudización de las injusticias sociales, de las desigualdades económicas”. 2)—“La degradación progresiva de nuestro entorno. El aire, el suelo y sus productos, la vegetación: todo está contaminado, ensuciado hasta la asfixia”. 3)—“El proceso contemporáneo de creación de riqueza. El enriquecimiento se hace en prejuicio de la humanidad futura”. (Si alguien deseara ampliar esta afirmación le sugeriría leer El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty; FCE, 2014). Sobre estas dudas fundamentales se levanta el libro de Gros. Tras la arenga del filósofo francés a practicar una desobediencia fundadora de crítica, se encuentra el pensamiento de filósofos y escritores de todos los tiempos, desde Sócrates hasta La Boétie, Thoreau, Dostoiewski y Foucault (incluidas las consideraciones de Maquiavelo, Hobbes y Kant acerca de la libertad y la relación entre el poder y sus súbditos); sin embargo, lo que me importa resaltar aquí no son las citas a pensadores, ni siquiera la sencillez y la honestidad de los planteamientos del libro. Lo que me parece crucial es hacerme la más sencilla de todas las preguntas que hoy atañen a la sociedad dizque globalizada: ¿Por qué obedezco y soy sumiso cuando tal obediencia me empobrece y disminuye al grado de convertirme en una cosa? Yo he tratado este asunto en varios libros de ensayo y en múltiples columnas, pero no soy un filósofo francés o estadounidense, ni un pensador prominente: soy un escritor mexicano y debido a ello sólo me queda resignarme y obedecer. ¿Es así? Veremos.

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