Supongamos, sin conceder, como decimos los abogados, que López Obrador ganara las elecciones del 1 de julio, objetivo en el que, desde luego, fracasará por tercera ocasión. Una vez expuesto lo anterior, me apresuro a anticiparme a las suspicacias reflejadas en el rostro sonriente del lector que pase su mirada distraída por estas breves líneas.

Por supuesto que conozco las encuestas en las que López Obrador aparece como virtual triunfador con porcentajes que van desde 70 al 35% de las preferencias electorales, por encima, claro está, de Ricardo Anaya y de José Antonio Meade. Sin embargo, me llama poderosamente la atención que en dichos estudios demoscópicos invariablemente existe un 40% o más de mexicanos cuestionados en torno a su candidato a ganar las elecciones que rehúyen responder las preguntas de los encuestadores. Por si fuera poco, un porcentaje importante, pero difícil de medir, se localiza entre el público que miente en su respuesta o no confiesa sus inclinaciones políticas por pudor, por escepticismo o por la razón que sea. Estas realidades evidentes confunden profundamente al electorado sin ocultar que algunas casas encuestadoras —a saber cuáles— bien pueden estar recibiendo sobornos de parte de los diferentes partidos políticos para mostrar una tendencia conveniente a sus propios intereses.

Así las cosas: ¿en dónde subyace la verdad en torno a las preferencias electorales de casi 90 millones de mexicanos que integran el padrón electoral? No perdamos de vista que unos días antes de las elecciones en los Estados Unidos, la señora Clinton parecía ganar abiertamente la contienda con un 85% de votantes, según las propias encuestas levantadas en los estados de la Unión Americana y, sin embargo, todos conocemos, para nuestra desgracia, los resultados finales. No debo dejar en el tintero el atentado cometido en Atocha, la principal estación trenes en Madrid, España, cuando detonó una bomba privando de la vida a más de 200 personas. Quien parecía ser en términos definitivos el triunfador en dicha contienda era Mariano Rajoy, pero ese atentado terrorista mal administrado por el presidente Aznar a tres días de las elecciones produjo una sorprendente volcadura en contra del Partido Popular y a favor de Rodríguez Zapatero, el candidato del PSOE.

¿A dónde voy con estos argumentos y con el recuerdo de estos sucesos electorales acaecidos fuera de nuestras fronteras? Muy simple: de acuerdo a las encuestas publicadas en los medios de difusión masiva, así como en las redes sociales, el incuestionable ganador de las elecciones sería López Obrador. Los hechos son tercos, la supuesta verdad estaría a la vista. Bien, pero supongamos, tal y como comienza la presente columna, esta vez a la inversa, que López Obrador solamente obtuviera, para nuestra buena fortuna, tan solo un 20% de votos y, en cambio, ganara Anaya o, bien, Meade. Solo supongamos que esto pudiera acontecer. ¿Quién se va a creer semejante resultado a pesar de que la voluntad popular estaría consignada en las urnas vigiladas por más de 1 millón de mexicanos, ciudadanos de pie, apostados en las casillas electorales para contar uno a uno los votos para evitar los fraudes electorales? ¿Cuántos mexicanos iban a admitir que AMLO habría perdido legítimamente la contienda cuando las encuestas habían reflejado su triunfo avasallador en todos y cada uno de los momentos previos a los sufragios?

Por esta y única razón intitulé esta columna La verdad inútil, porque si López Obrador, después de la encuestas, fuera derrotado, por el bien de la nación, en las urnas, la auténtica verdad sería muy difícil de deglutir.

Si AMLO llegara a ganar de manera transparente y auténtica en las elecciones vigiladas por más de un millón de mexicanos, se diría que pudo vencer muy a pesar de los fraudes electorales ejecutados en su contra. Y si fuera derrotado, dirían, simple y sencillamente, que perdió en razón del fraude electoral. No hay manera de aceptar la verdad.

De acuerdo a lo anterior, estamos frente a una verdad inútil. O bien porque muchos mexicanos consultados y cuestionados se negaron a confesar sus preferencias electorales, o equivocaron al encuestador con respuestas falsas, o bien porque algunas encuestadoras o medios de difusión fueron sobornados; el hecho es que el resultado de las elecciones sobre la base de que AMLO llegue a perder, como sin duda perderá, la comunidad nacional quedará sepultada en el escepticismo. Y peor aún, el daño sería todavía más severo aun si la contienda tuviera que dirimirse en los tribunales, cuyos jueces, en su mayoría, han perdido toda credibilidad después de la sentencia a favor de El Bronco y de Gómez Urrutia. ¿A dónde vamos en un partido de futbol en donde los árbitros ya son cuestionados antes del juego porque sus decisiones inatacables e inapelables se supone han sido enajenadas al mejor postor?

No puedo alegar que elevo mis plegarias para que López Obrador salga derrotado en las urnas por la sencilla razón de que no creo en Dios ni en ninguna inteligencia superior a la humana, pero sí apelo a la inteligencia nacional para que la verdad no sea inútil y que aceptemos civilizadamente cualquier resultado que se produzca en las sumatorias de las boletas electorales contabilizadas por más de un millón de mexicanos. No escogeremos un nuevo presidente, sino un nuevo destino que debemos aceptar por los errores cometidos por todos nosotros a lo largo de nuestra historia…

Twitter: @fmartinmoreno

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