A quien quisiera aprender la diferencia entre “librería” y “biblioteca”, le pediría que consultara el gran diccionario etimológico de Joan Corominas, pero admito que eso suena pedante. Aquí entre nos, aunque parezca difícil de creer, puedo asegurarle al curioso lector que hojear el lexicón de Corominas (seis tomos considerables, no sé cuántos miles de páginas) resulta, siempre, divertidísimo. Puedo también sugerirle que haga una consulta en línea del académico —suficiente para pesquisas rápidas— Diccionario de la Lengua Española (DLE) pues algo así nunca le ha hecho mal a nadie. Sobre todo, le aconsejaría que se asomara al Quijote.

En el DLE, la cuarta acepción de “librería” (y la quinta) dice “biblioteca”. ¿Qué significa? Que ambas palabras tienen, cómo no, relaciones directas, estrechas, orgánicas. “Librería” tiene un claro sentido comercial: “Tienda donde se venden libros”. Por eso uno se desconcierta un poco cuando ve que el sexto capítulo del Quijote trata del “escrutinio de la librería” del personaje central de la novela, acervo de libros que forma a todas luces lo que llamamos hoy una biblioteca doméstica.

¿En qué quedamos, entonces? Algunos estudiosos llaman a ese capítulo quijotesco “escrutinio de la biblioteca”, lo cual resulta más natural para la moderna manera de entender esas dos palabras. Una librería: allí venden libros; no confundir con una biblioteca, lugar “donde se tiene considerable número de libros ordenados para la lectura” (segunda acepción en el DLE). Pero en la España del siglo XVII, la de Cervantes y sus personajes, los dos términos se confundían y eran intercambiables.

Hay bibliotecas públicas y bibliotecas domésticas, privadas, como la de don Quijote. En la actualidad está mal para un hispanohablante confundir esas dos palabras y su significado. Veamos.

La palabra inglesa library significa “biblioteca”. Si uno lee Library of Congress, debe entender “Biblioteca del Congreso”, no “Librería del Congreso”: los libros que allí se atesoran no están a la venta sino ofrecidos a la consulta. ¿Qué pasa, entonces, con quien confunde esas palabras, su sentido, en inglés y en español? Que no sabe inglés ni español, uno de los “beneficios” de los tratados comerciales (como el fenecido TLC) que ordenan y regulan las relaciones comerciales internacionales.

Esos ignorantes traducen “parientes” cuando leen parents en inglés y “a la gaucha” cuando en francés descubren à gauche; si en inglés leen relatives entienden “relativos”, y si en francés hallan pourtant, deciden que eso quiere decir “por lo tanto”. Y así sucesivamente.

Todo el tiempo uno da la pelea por ser menos ignorante, menos torpe, y no siempre sale bien librado. Otros se conforman con su ignorancia y torpeza y hasta las despliegan con orgullo. No quieren, si son muy “de izquierda”, aprender inglés “porque es la lengua del imperio”. Es una época triste, deprimente.

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