Una vez más, como hace seis años, el FCE, una de las pocas cartas de nobleza intelectual que México le puede ofrecer al mundo, ha sido tomado como rehén de la transición presidencial. Comenzaba la breve restauración del PRI, cuando a nuestra máxima casa editorial se le quiso usar como caja de resonancia periodística para el nuevo presidente. Hoy, cuando estamos frente a otra cosa, un Orden Nuevo cuya paradoja es borrar todo cuanto sea moderno para devolvernos a lo antiguo, ha sido nombrado para dirigir el FCE un militante ajeno al espíritu de la principal editorial de la lengua.

Desde su nombramiento, frente a las cámaras y con los micrófonos abiertos, cuando el entonces presidente electo lo ultimó a comprometerse con su régimen, habida cuenta del desacuerdo expresado por Paco Ignacio Taibo II con la alianza de Morena con cierta derecha, las cosas empezaron mal. Tras reflexionar algunas horas, quien fuera empresario cultural creador de la Semana Negra de su natal Gijón, aceptó dirigir el FCE.

Semanas más tarde, los inadvertentes vencedores del 1 de julio, cayeron en cuenta que Taibo II era inelegible para el puesto debido a una ley xenófoba, contraria al espíritu de nuestra Constitución, donde se tiene por ciudadanos de segunda clase a quienes eligieron ser mexicanos, lo cual tiene más mérito que serlo gracias al azar. Es una lástima que el Senado se haya apresurado a modificar una ley a la medida de Taibo II, pues ordenanzas de esa naturaleza, en la UNAM, tuvieron como consecuencia que un José Gaos, un Marcos Moshinsky o un Alejandro Rossi, nunca pudieran dirigir, como lo merecían, sus respectivas facultades universitarias, por el pecado original de no haber nacido en México.

Y estando en la sastrería el traje a la medida, Taibo II, en la FIL, demostró su gratitud ufanándose procazmente de su poder e insultando a quienes lo consideramos la persona menos adecuada, por su intemperancia y fanatismo, para dirigir el FCE. En el Senado, algunas senadoras lograron retrasar, durante pocos días, el dictamen que modificaba la ley, pero al final será director, como sea (o con el apoyo de los diputados), quien debería estar en la escuela de formación política de sus camaradas, pero no en una editorial que de dejar de ser ecuménica, lo perderá todo.

La manera como Taibo II se jactó de su victoria no fue un exabrupto. En él, como en sus maestros leninistas, el insulto es el recurso más fácil para ejercer el amedrentamiento: su trayectoria pública es abundante en llamados a emular la violencia revolucionaria de sus héroes. Lo dicho en Guadalajara no tiene perdón. Lo descalifica moralmente para dirigir el FCE y es un escupitajo en el rostro de Daniel Cosío Villegas, Arnaldo Orfila, José Luis Martínez, Jaime García Terrés, Joaquín Díez–Canedo o Consuelo Sáizar. Ésta última, por cierto, se cuenta entre los funcionarios que más obra material han dejado en los últimos sexenios. Todos ellos han sido, como directores del FCE, tributarios de una tradición humanista aborrecida por Taibo II.

Taibo II se quejaba de que en Vuelta y en Letras Libres lo ignorábamos. Tenía razón. En junio de 2011, le dediqué un largo ensayo a Todo Belascoarán, la suma de su saga novelística. Justo o injusto, el mío es quizá el único ensayo profesional que se haya escrito sobre él en México, no exento, por cierto, de alabanzas por la manera en que sus primeras novelas refrescaron nuestra narrativa y refundaron el género policiaco, junto con Manuel Vázquez Montalbán, en el dominio del español. Pero con el antiintelectualista Taibo II no hay diálogo posible. Es una de las personas peor educadas de México —en todos los sentidos de la palabra educación— y su mirada es sólo la del ojo clínico que escudriña al “enemigo de clase”.

En funciones de comisario, Taibo II llegó al FCE a “tomar el control del aparato”, como él se refiere, en su terminología estalinista, a lo que para otros ha sido un honor. Sus campañas por la promoción de la lectura —su único galardón como “editor”— se deben, me temo, a la culpa que sufre por ser el más exitoso, en el extranjero, de los novelistas mexicanos. Vive, meritoriamente, de la mano libre del mercado y es fama que sus regalías le permiten pedir sólo un dólar de adelanto.

En aquel ensayo de Letras Libres —está en línea— concluía yo en que Paco Ignacio Taibo II era un niño “viejo y atrofiado” rogando por el regreso de los tigres malayos de Sandokán para vengar a las víctimas de Díaz Ordaz en el 68. Pero el energúmeno, rebosante en testosterona, que se acabó de adueñar de aquel infante no vacilará en hacer del catálogo del FCE, su alma, un aparato de agitación y propaganda.

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