Escritora, académica, traductora, mujer de televisión y radio e inefable invitada a una multitud de actividades relacionadas con la lectura. Inatrapable casi, querida siempre, española y también mexicana desde hace una década, rescató el 19 de septiembre pasado el proyecto de vida que estuvo a punto de quedar bajo los escombros, Fuderelele, su nuevo libro pronto a la venta en el que celebra al lenguaje y con el que retorna a la vida, hoy con nuevos votos.

La mujer dentro de la sonrisa de Laura García es tan luminosa como la que podemos ver cada sábado en Canal 22, pero también es otra, es varias mujeres, muy otras.

Sobre la mesa de trabajo hay seis fotografías que la definen. Sólo ella puede armar ese rompecabezas y en eso consiste la propuesta periodística.

—Mira, en esta imagen donde te ves sonriente, llegas a México. Era un lance muy serio.

—Es el 8 de julio del año 2000. Sábado. Tenía 24 años y mucha ilusión por emprender una aventura. Tenía ganas de cambios y novedades en mi vida y me ofrecieron un proyecto en otro país, una forma de trabajo que ya habíamos probado tres años en España y que me encantaba. Dije que sí, de inmediato. Los días previos al viaje me puse nerviosa, las despedidas fueron duras. Cuando desperté en el avión, a 20 minutos del aterrizaje, me entró terror: “¿Qué hice?” No conocía a nadie, no sabía dónde vivir, no tenía amigos, mi familia estaría a miles de kilómetros, la ciudad era enorme. Esa noche dormí en un hotel de Reforma, el ruido al otro lado de la ventana me hacía percibir un monstruo que no descansaba ni un minuto. Me levanté dispuesta a demostrarle a él y a todos los que me encontrara que no se habían equivocado al mandarme a mí, que podía con el proyecto y lograría la meta. Trabajé más que nunca. Aprendí más que nunca. Me divertí y lloré. Extraño un poco la valentía de esa Laura, aunque algo de ella sigue en mí.

—Aquí estás, varios años después, con una cerveza, un radio, descalza, sentada feliz en una terraza a punto de oír un partido de futbol.

—El primer golpe llegó cuando me divorcié. Me quedaba “sola” en una ciudad que siete años después volvía a ser nueva. Reivindiqué mi decisión de estar aquí. Pasé de ser una pasajera a ser una habitante. Me convertí en madrilanga. Tuve dos años duros, muy duros, de enfrentar prejuicios e inseguridades pero me vi arropada por el cariño de amistades verdaderas, recibí mucha ayuda y descubrí un México fascinante, con mis propios ojos, sentido por todos los poros. Conocí a un grupo de actores cuyas fiestas duraban hasta el amanecer, bailábamos sin fin y la vida parecía ser una sonrisa permanente. Recuerdo esas madrugadas de regreso a casa, en el coche, sin prisa, sin problemas, cansada pero con toda la pila del planeta, con una sensación de libertad, de conseguir lo que fuera y de sentir cómplice a la vida.

—En otro momento, existe esta peculiarísima imagen en la que el cabello te genera líneas de sombra en la cara, y la expresión es ciertamente de oscuridad. Es una Laura García contraria a la siempre sonriente.

—Lo que se ve, es lo que soy. Desde luego tengo mis facetas oscuras, mis momentos de tristeza, enojo o desesperación. Trato de pasar sola esos ratos hasta que vuelve la calma, porque se recompone rápido. Cuando me incomodo, soy poco sociable y necesito soledad. Se me pasa rápido y regreso a convivir, a reír y a planear aventuras.

—En esta otra toma vas a salir de un hospital, luego de una lesión muscular. Todavía no has mencionado al dolor físico.

—Soy cobarde ante él. Pero confío en la alimentación como forma de combate y defensa. Llevo una vida sana, trato de hacer deporte y no me privo de comer y beber lo que me gusta. Cuando me enfermo me siento frágil, rompible, busco escuchar la voz de mi madre, que me da paz y alivio. En general tengo buena salud y me preocupa la enfermedad, la mía y la de los míos. Aunque suelo ser empática y eficaz animando a quienes se sienten mal.

—El principio fue otro, sin embargo. Aquí estás justamente con tus padres, cuando niña.

—La niña Laura se comía el mundo. Era pura dinamita. No paraba de moverse, de reírse, de inventar cosas. Disfrutaba la escuela, donde sacaba buenas notas y tenía de amigos a los que peor se portaban. Su mejor amigo era su hermano, al que seguía en todas sus aventuras. Su mejor amiga apareció en el kínder, y 40 años después, siguen siendo amigas. Sus padres fueron, y son, los grandes motivadores: le contagiaron su amor por la lectura, la curiosidad por conocer cosas nuevas, por viajar, por hacer deporte, por tomarse la vida a sorbos, llena de burbujas. Fue una base fundamental para ser una adulta alegre y con ganas de hacer de todo.

—Y, mira, al fin aquí estás firmando un ejemplar de tu libro Enredados. Y viene ya tu nueva obra, Funderelele.

—Funderelele fue una experiencia singular, lo empecé a escribir en un espacio que preparé y construí de manera muy personal, dedicada e ilusionada. A mitad de ese proyecto de escritura, ese espacio desapareció, se desplomó en segundos ante mis ojos, justo mientras escribía uno de sus párrafos y fue durísimo. Tardé muchas semanas en volver a escribir. Lo retomé en un hogar distinto y lo terminé en casa de mis padres, lo que consideré zona segura. Esa segunda parte fue mucho más íntima, más autobiográfica y sirvió hasta de terapia, de alguna forma. Es un poco lo que soy, con el lenguaje de trasfondo, mi relación con él y cómo me ha ido acompañando en diferentes momentos. Ver ese libro en la calle va a suponer un logro enorme de vida, va a significar un retorno a la vida y un cómplice de un camino muy difícil, de esos que tienen final feliz. Así que cada ejemplar que vea en manos de otra persona será un guiño a este renacer y a esta fortaleza que me ha permitido seguir caminando.

—Vendrán más imágenes de otras Lauras.

—Soy una y soy muchas. Y todas me conforman y me completan. Me caen bien la mayoría de las Lauras que soy.

@cesarguemes

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