Que no, con una y con dos, que el narcocorrido no genera ni consumidores, ni distribuidores, ni cárteles, ni matanzas. El narcocorrido es una de las formas del corrido mexicano que expresa aquello que bien dijeron Los Tigres del Norte y que es un realidad desde la fecha que usted guste en el pasado: “A mí me gustan los corridos por que ahí se canta la pura verdad”.

No entremos en la discusión bizarra de lo que hemos de entender por “verdad” y dejemos el término en algo tan amablemente común para todos como “hecho corroborable por cualquiera que tenga ojos y oídos”.

El corrido, desde antes que llevara ese nombre maravilloso, contaba y cantaba los hechos sucedidos en lugares que no tenían una comunicación directa, y llevaba entreverado en su letra estas noticias que resultaban de interés regional.

En términos sintéticos vemos en la musicografía mexicana que si nos atenemos a la idea de corrido lo que encontraremos es que “hablaban”, daban cuenta, pues, de hechos de valor en los que en numerosos casos estaba presente la violencia, en mayor o menor escala, con armamento o sin él. No eran invenciones, sino recreaciones de un acontecimiento. O sea, como lo definió don Vicente T. Mendoza, el corrido es “épico, lírico y narrativo”.

Esas mismas recreaciones tomaron luego una especialidad: la del complicado mundo de las personas que se metían en el negocio de pasar entre México y Estados Unidos mercancías de las más variopintas. Así fue como nació el corrido del contrabando: ríase si quiere, porque entre lo que se contrabandeaba en aquel entonces era, por ejemplo, la canela. Y en otro momento fueron enseres que no se conseguían del Río Bravo para abajo. Y desde luego alcohol, que no se conseguía del Río Bravo para arriba. Y, finalmente, sustancias que no siempre estuvieron prohibidas y que allá la gente del norte se metía (y se mete) no sólo con singular enjundia, sino en algunos estados hasta con la ley en la mano.

El narcocorrido, entonces, existe porque en efecto da cuenta de un hecho real. No se compone primero la pieza musical y su letra para que ambas provoquen el efecto de que una cierta comunidad consuma tal o cual sustancia. Tan sólo refleja que esa sustancia es consumida y que no es tan fácil ni generarla, ni transportarla, ni pasarla del otro lado.

Ahora que se lleva a cabo la edición anual del Festival de Mazatlán, a la señora Verónica Bátiz Acosta, quien forma parte de la administración local del sitio, se le ocurrió la locuaz idea de prohibir la ejecución en público de piezas que puedan ser consideradas narcocorridos, porque —es la creencia absolutamente equivocada— el narcocorrido genera lo mismo que un mercado —falso, el mercado de los paraísos artificiales ya estaba arraigado en la cultura desde los egipcios y los romanos—, que un tipo de comportamiento que iría —aquí el condicional es por lo menos necesario— en contra de los buenos usos y costumbres de una sociedad.

Que no, coño, que no: que si algo tan bobo fuera cierto, escuchar públicamente un concierto masivo de canto gregoriano provocaría que los miles de asistentes empezaran a elevarse a los altares celestes sin avión presidencial y ni siquiera alas para alcanzar la sustentabilidad. Ni el narcocorrido ni música alguna tiene propiedades mágicas que modifiquen el comportamiento social.

Pero, después de todo, hay mucha plata de por medio, y fue así como el secretario general de músicos que rige en esa área geográfica, Marco Antonio García Obeso, aceptó acatar las reglas. Cierto, tampoco le quedaba para dónde hacerse: o se modificaban los repertorios o el Reglamento de Espectáculos y Diversiones Públicas de la entidad les iba a meter una sanción que calificaría como impresionante.

Lector querido, cantador y quizá hasta bailador de esa música que alegra y hace renacer el deseo de estar vivo, para establecer jurisprudencia se requiere de varios fallos iguales respecto de la interpretación de una norma. De otro modo, en muchos casos, la ley se aplicaría a capricho y conveniencia de las partes cuando la materia en disputa está llena de requiebros y rebordes, como ha sido históricamente el caso de los narcocorridos. Y tal jurisprudencia no existe o ni usted ni aquí su escribidor con sombrero 100x, podríamos oír a gusto deje usted a Los Tigres, más contemporáneos, sino ni siquiera a Los Cadetes de Linares, señorones batos sagrados y llenos de gloria en el norteño cielo donde se encuentren.

Salir con la tarugada de que el narcocorrido hace a la realidad y no al revés, es contradecir a la 1ª Ley de Newton: “Todo cuerpo continúa en su estado de reposo, o de movimiento uniforme en una línea recta, a menos que sea obligado a cambiar ese estado por fuerzas aplicadas sobre él”. O sea que quien es malandro, malandro crece y así se muere, aunque lo hayan criado con pura música de Cri-Crí.

La dicha, el júbilo, la alegría de escuchar tal o cual género musical, es un derecho inalienable de todo ciudadano. Aquí, usted y yo somos los dueños del Corridómetro —de mi humilde invención, pero que con gusto comparto—. Y si alguien osa a arrebatárnos- lo, manitas le van a faltar, oiga.



@cesarguemes

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