A fines de noviembre pasado publiqué en estas páginas un comentario rápido —una reacción de bote pronto— del día en que José Antonio Meade fue destapado por el presidente Peña como candidato priísta. Mi comentario se tituló “Meade puede competirle a AMLO”. El argumento era: el Frente Ciudadano por México está cada vez más desdibujado y no entusiasma a nadie. Sobre los independientes escribía que tanto Margarita Zavala como Jaime Rodríguez Calderón lograrían, seguramente, juntar las firmas necesarias para aparecer en la boleta, pero que si el ejercicio de juntar las firmas había sido difícil, una campaña contra partidos políticos con base y presupuesto se antojaba complicadísima. El 2018, argumentaba, no será la elección de los independientes.

Sin el Frente y sin independientes con posibilidades reales de dar la pelea, decía en noviembre, Meade puede competirle a Andrés Manuel con base en una estrategia ya probada por el PRI: virar a la derecha para atraer al voto conservador a sus filas. Ir por esos electores que piensan que es mejor cualquier cosa —y cuando digo “cualquier cosa”, me refiero al PRI actual— salvo esa pesadilla ruso-venezolana que representa López Obrador en la mente de muchos de sus detractores.

Al final, concluía, nada estaba escrito: “Ya veremos, falta una campaña”. Y sí. Hoy nadie podría decir que la elección está cantada. Lo que sí es un hecho es que las cosas para Meade y su coalición se ven más complicadas que hace unas semanas, cuando escribí ese texto. La precampaña, a punto de terminar, ha sido un triunfo rotundo para Andrés Manuel: las encuestas lo siguen manteniendo en un cómodo primer lugar (aun después de semanas de actividad y “golpes” de sus adversarios), y eso para él ya es ganancia. Además, el show de la cargada —todos con el puntero— está en su prime time.

En estas primeras semanas, Meade ha sido incapaz de convencer a nadie de que es el candidato ciudadano que presentaba el PRI, ése que —según su cálculo— sería capaz de llevar a buena parte del electorado a su bando. De hecho, Meade está metido en una paradoja de la que cada día es más difícil salir: la viabilidad de su candidatura depende del apoyo de las bases priístas, pero la fuerza potencial de su candidatura está en tomar distancia del PRI, del presidente Peña y de los temas que han marcado este sexenio: corrupción, impunidad y violencia. Sobra decir que esto no ha sucedido.

Meade y su equipo cercano defienden la idea de que no había otra forma de arrancar su precampaña que dejando el deslinde para otro momento. “Está bien, es lo que toca”, se les oye decir. En los próximos meses sabremos si efectivamente eso es lo que tocaba o si había que arriesgar un poco más. Hoy es claro que este camino le ha costado perder el primer round. Abandonar la idea del ciudadano —aunque fuera en su mínima expresión— lo ha dejado sin la posibilidad de establecer un mensaje creíble para un segmento del electorado al que buscaba atraer inicialmente. Meade está, pero no está.

Andrés Manuel, mientras tanto, abre las puertas de su reino literalmente a quien sea —la ultraderecha incluida—, se ríe, bromea, establece los términos y los temas de la conversación pública. Hoy el show de la cargada de Andrés Manuel va ganando, pero éste es sólo el primer round. El otro show, ése que la maquinaria priísta pone en marcha tan hábilmente elección tras elección, ya se asoma a la vuelta de la esquina. ¿Será que, enterrada la idea del “ciudadano Meade”, el priísta Meade crea que con eso le alcance para competir? Ese parece ser su cálculo. ¿Será? Ya veremos.

Twitter: @anafvega

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