¿Qué sentido tiene filmar una copia calca de una cinta emblemática? Cuando en 2007 Michael Haneke filmó la copia cuadro a cuadro de su clásico Funny Games (1997), el director mencionó que la razón para hacerlo fue que esta versión tendría la exposición mundial que no tuvo la película original además que, agrega Haneke, así no la echaría a perder nadie más.

En 1998, Gus Van Sant cometió el sacrilegio de copiar Psycho (1960), el clásico de Alfred Hitchcock , y se justificó diciendo que era una forma de acercar el cine clásico a una mayor audiencia.

Ignoro la circunstancia por la cual el director chileno Sebastián Lelio decidió hacer un remake cuadro a cuadro de una de sus mejores cintas, Gloria (2013). El rumor es que, cuando vio la cinta original, la actriz Julianne Moore quedó enamorada de la película y al enterarse de que Lelio ya estaba trabajando en Hollywood se acercó para plantearle el remake con ella como protagonista (y como productora).

En papel, la idea no parecía buena, principalmente porque la versión original era básicamente un tour de force de Paulina García en el papel protagónico, quien dota a su personaje de una fuerza sorprendente, una dignidad incólume a la vez de una fragilidad que la hace aún más humana y entrañable.

¿Qué de nuevo podría ofrecer esta nueva versión que no existiera ya en la original?

La respuesta, la diferencia, está en las actuaciones. Julianne Moore está sorprendente como Gloria Bell, una mujer cincuentona, divorciada y con dos hijos ya mayores que están construyendo sus propias vidas.

Solitaria pero con un ánimo irremediable e irredimible por la vida, Gloria no quiere volverse el clásico cliché de la solterona encerrada con sus gatos que ve el tiempo pasar entre estambre y televisión. Gloria no es de esas, lo mismo se busca actividades en las cuales distraer la mente y cuerpo (yoga, terapias), que se da su manita de gato, se peina en el salón y se va con un vestido escotado a clubes nocturnos donde cincuentones varios van a bailar... y a ligar.

Todo lo que en su momento dijimos sobre la cinta original, aplica de nuevo para el remake. Lelio desprovee de cualquier rastro de condescendencia hacia su personaje, se alejada de toda nota tremendista y hace de este relato una película gozosa, femenina (¿feminista?), con un tono que la hace tanto agradable como plausible, y una soberbia y valiente actuación de Julianne Moore quien se apropia del personaje para hacerlo completamente suyo con tintes que la hacen diferente (nunca mejor) que la versión de Paulina García.

Sebastián Lelio aborda de nuevo esta historia sin falso pudor. Consciente de que esto es una

historia adulta, dirige para un público igualmente adulto, que no tema en ver a Gloria en todos los ángulos: los felices, los patéticos, los sexuales. Lelio no niega la sexualidad de sus personajes, no oculta sus cuerpos imperfectos, no se ruboriza ante el hecho de que a los cincuenta aún no se está muerto y se puede disfrutar y gozar del sexo. En un mundo donde el cine pareciera hacer del sexo una mercancía exclusiva para cuerpos jóvenes y perfectos, resulta una bocanada de aire fresco un cineasta que reclame lo sexual como algo universal del ser vivo.

Así, aunque acudamos a ver el mismo cuento otra vez, la perspectiva cambia con la actuación de Moore. La Gloria de Moore y la de García son de sensibilidades diferentes, aunque compartan aquello que las define: su pulsión de vida, a su necesidad de compañía e incluso -por contradictorio que suene- su derecho a estar solas.

El Peluquero Romántico - Dir: Iván Ávila Dueñas

Presentada originalmente en el Festival de Cine de Morelia en 2016, el cuarto largometraje de ficción del mexicano Iván Ávila Dueñas miente desde el título: más que un peluquero romántico, lo que nos muestra Dueñas es un peluquero añorante, melancólico y atrapado en el pasado, que ve el tiempo pasar a sus cuarenta y tantos sentado en el interior de su vieja peluquería que la mayor de las veces está completamente vacía.

El sopor de ver pasar el tiempo sin hacer nada es la sensación que mejor retrata el director. Fiel a su estilo, hace de esto una slow movie en la que el espectador urge porque suceda ya, de favorcito, algo interesante en este remedo de Regino Burrón.

Luego del fallecimiento de su señora madre,Victor (un atinado Antonio Salinas) se queda con la gran casona en la que ambos vivían y se entrega más que nunca a su rutina diaria: el aburrido trabajo de peluquero, la poca clientela, la ocasional visita de una chica joven y algo coqueta que le lleva la comida diaria y el jueguito de dominó con los amigos.

Alma vieja irrefrenable, los momentos en los que sale a relucir la verdadera personalidad de este peluquero es cuando, en la soledad de su casa, escucha música antigua o películas mexicanas de los 50’s y 60’s.

La fotografía de Diego Dussuel es efectiva en el manejo de los espacios aunque aquellos momentos de ensoñación del personaje (cuando la cámara se va a negros o pareciera temblar) no dejan de ser un exceso estilístico inútil que poco ayuda.

Se trata de un ejercicio sobre la nostalgia como motor de vida. El cliché del hombre que la pérdida lo mantiene anclado al piso sin posibilidad de hacer mucho. Claro, esto al final será diferente, pero en el inter, el ritmo lento, la reiteración de escenarios, los pocos diálogos, y la parquedad de todo el armado nos hace pensar que aquí había una buena película, pero que nunca termina de concretar.

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