Trabajo en la colonia Roma, atrás de la fuente de la Cibeles en un octavo piso (en realidad se trata de un piso 11, ya que tenemos 3 pisos de estacionamiento). Afortunadamente, ese día estaba en otra área en el piso 2.

Aaron MP

Sentí los primeros movimientos y constaté por el movimiento de las persianas mi peor miedo, estaba temblando.

Lo comenté y, para mi sorpresa, el hombre con el que estaba reunido (poco más de 1.80 mts y con un sobre peso extraordinario) no tardó más que dos segundos en salir corriendo.

He de ser sincero, me contagió la histeria y lo seguí: salíamos por las escaleras de emergencia, fabricadas en acero, cuando sentí el primer jalón... impresionante, bajé al primer descanso y un segundo jalón y un tronido, un edificio a menos de una cuadra sobre la calle de Puebla había caído.

Seguí corriendo hasta encontrarme en el estacionamiento, cuando ya era imposible caminar sin riesgo a tropezar y caer. Alcé la vista y para mi horror, el vaivén del edificio era considerable, comencé a buscar lugares hacia donde correr en caso de que se derrumbara, con la esperanza que lo hiciera hacia otro lado, de hacerlo hacia donde estábamos, no había escapatoria.

Las personas que habíamos dejado atrás en nuestra huida, comenzaron a gritar del miedo, hombres y mujeres indistintamente, todos con el miedo de verse atrapados entre paredes y vidrios y a merced de la fuerza descomunal del temblor.

Una vez que el movimiento paró, comencé a correr hacia la salida, tres pisos de un estacionamiento a oscuras, con las alarmas de los autos sonando, motocicletas caídas y polvo, mucho polvo. Conforme bajaba podía ver como algunas grietas se habían formado en las paredes, mi corazón a mil solo hacia que mis piernas recibieran la orden de seguir corriendo. A los gritos ahora se sumaba el llanto y las instrucciones de alguien que quería, en un control aparente, guiar a las personas.

Logré llegar a la calle, solo para constatar que mi temor era una realidad, mas polvo y ahora un olor dulzón inconfundible a gas incrementaron el miedo. Mi primera reacción fue llamar a mi esposa, contestó y mi corazón bajó a la mitad su ritmo cuando me dijo que mis hijas estaban bien.

Esperé a mis compañeros, que poco a poco, minutos acaso, llegaban a la calle, blancos del susto.

Los encargados de protección civil trataban infructuosamente de controlar y guiar al personal hacia nuestro punto de reunión. Nadie hacia caso, como en una broma de mal gusto de lo que había sucedido horas antes en el simulacro donde todos se comportaron de manera ejemplar.

Una amiga que vive muy cerca de mi casa y yo, al ver la desorganización decidimos regresar al edificio por nuestros vehículos para dirigirnos a ver a nuestras familias, sin embargo, no nos dejaron entrar, por lo que emprendimos el camino a casa.

“Vámonos caminando” le dije cuando vi que el tráfico estaba convulsionado, “no son más de 14 kilometros”.

Así, emprendimos el camino por la calle de Monterrey hacia el sur de la Ciudad. No salíamos del asombro al ver mas y mas gente, vidrios y escombro en la calle. No pasó mucho tiempo hasta que vimos el primer edificio totalmente derrumbado y que nos obligó a rodear por las calles de la Colonia Roma en un ingenuo intento de encontrar un poco de calma.

Caminábamos y el desastre iba tomando forma, mas edificios derrumbados pero también el comienzo de la organización ciudadana en la persona de un joven intentando controlar el tráfico. Logramos llegar a viaducto solo para ver sobre la lateral otro edificio derruido. “Dios” pensé “y en 19 de septiembre”.

Cruzamos la Narvarte, la del Valle y mi compañera de aventura recibió una llamada de su hija “se cayó el Rebsamen ma...” no alcanzó a decir más, las líneas saturadas hacían imposible mantener una conversación en el celular. Ella es vecina de Coapa, su casa está en colindancia con el Colegio que después supimos había caído.

Seguimos caminando y contábamos bromas para salir un poco del shock. Muchos nervios y a mi me urgía llegar a abrazar a mis hijas, saber que todo estaba bien con ellas. Cuando por fin entre a mi casa, encontré a mi suegra llorando en el jardín “se cayó mi casa” dijo y me abrazó.

A partir de ahi, fueron días de ir y regresar a San Gregorio, no solo para arreglar los asuntos de mi suegra, sino para llevar lo necesario para que la gente de ahi se mantuviera en pie. Compramos en el supermercado varias despensas y lo que nos pedían: velas, lámparas, comida, toallas húmedas, artículos de limpieza. Poco a poco nos enterábamos de otros lugares donde hacía falta ayuda así que decidí sumarme: de los centros de acopio llevé gente, alimentos, medicinas, ropa y muchas más cosas a Tlayacapan, Tetela del Volcan, San Antonio Apalnocan y Jonacantepec.

En cada lugar una historia parecida, el temblor se ensañó con los que menos tienen, gente buena, la que sostiene a este país en pie. Aquellos a los que solo les importa si llega la siguiente mañana, sus aspiraciones son meramente de supervivencia. Encontré que todos estamos dispuestos a ayudar y no puedo quitarme de la cabeza por qué no lo hacemos siempre? por qué esperamos a que suceda una tragedia para ir a ver a los que viven una todos los días?

Esta semana seguiré llevando ayuda, convencí a un par de amigos para que donaran para la causa, mis hijas y mi sobrina donarán sus juguetes con el objetivo de aliviar un poco el dolor de los afectados mas vulnerables, los niños. Solo espero que la ayuda no deje de llegar, nos necesitan hoy y nos van a seguir necesitando, no por años, sino por generaciones.

Abrazo a todos.

Google News

Noticias según tus intereses