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A principios del siglo XX Mary Mallon consiguió su primer trabajo como cocinera. La migrante irlandesa se colocó en la casa de una familia adinerada en Long Island, donde empezaron a registrarse varios casos de fiebre tifoidea, enfermedad que hasta entonces solo había aparecido en los barrios populares.
Los brotes se siguieron presentando en los lugares donde trabajaba Mary, así que la respuesta al enigma, literalmente, parecía vivir en ella. La mujer fue obligada a hacerse pruebas que la descubrieron como una portadora asintomática de quien se sospecha surgieron más de mil contagios.
El caso de Mary se resguardó en la historia de los brotes epidemiológicos gracias a George Sober, quien se encargó de seguir a la irlandesa y publicó los resultados de su investigación el 15 de junio de 1907, en la Revista de la Asociación Médica Estadounidense (JAMA). La inmunización contra Salmonella typhi no se desarrolló hasta 1911 y el tratamiento con antibióticos no estuvo disponible hasta 1948; por lo tanto, personajes como Mary se convirtieron en peligrosas, pero indispensables piezas para entender el rompecabezas de una epidemia.
La observación de los contactos de una persona infectada se mantiene como una herramienta indispensable para seguirle la pista a un virus a través de sus portadores e intentar cortar la cadena de transmisión.
El proceso denominado “rastreo de los contactos” se divide en tres etapas básicas según la OMS. Una vez confirmado que alguien está infectado por un virus, la primera parte consiste en identificar los contactos rastreando las actividades del paciente y de aquellos que le han rodeado desde el inicio de la enfermedad, e incluso, días previos.
La siguiente parte se basa en la elaboración de una lista de contactos para informar a las personas que la integran que fueron clasificadas para recibir una atención precoz. A los contactos de alto riesgo se les debe informar sobre la necesidad de cuarentena. Finalmente, se debe efectuar un seguimiento regular de todos para detectar sintomatología.
Un mundo de diferencias
La capacidad de los diferentes gobiernos para establecer estrategias de rastreo de contactos es tan variada como la fortaleza de su sistema de salud pública, el plan de estrategias para abordar la pandemia, así como el número de personas con diversas características sociales, culturales y económicas que integran las diferentes poblaciones.
Hace poco más de un mes, la Escuela Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins, considerada la más grande institución educativa de salud pública en el mundo, realizó un anuncio que inmediatamente captó numerosas solicitudes. Presentó un nuevo programa para capacitar a los rastreadores de contactos sobre los principios de la estrategia de salud pública que muchos consideran críticos para frenar la propagación de COVID-19. Antes de que estallara la pandemia, los departamentos de salud estatales y locales de nuestro vecino país del norte tenían alrededor de dos mil trabajadores haciendo seguimiento de contactos. Ahora se estima que se necesita un ejército de entre 100 y 300 mil personas para lograr los objetivos.
La Escuela Bloomberg ofrece un curso gratuito de seis horas. Su aprobación es un requisito para que miles de rastreadores de contactos sean contratados para combatir la pandemia. A las pocas horas de que se anunció su apertura, más de 400 personas ya se habían inscrito. Actualmente hay 28 mil rastreadores de contactos trabajando en Estados Unidos donde se reportan 2.3 millones de infecciones que parecen estar aún lejos de ser controladas. Para la tercera semana de junio se sumaban en este país 20% de los nuevos casos registrados en el mundo.
El reto es mayúsculo
Los especialistas están conscientes de que un virus respiratorio como el SARS-Cov-2 es mucho más difícil de rastrear que, por ejemplo, una infección de transmisión sexual, pues aunque para la gente podría parecer más intimidatorio hablar sobre su vida sexual, finalmente es más sencillo encontrar la fuente de contagio; mientras que en el caso del Covid-19 es mucho más desafiante saber cómo y cuándo sucedió.
“Es una tarea compleja, pero incluso si detiene una o dos infecciones nuevas, se evitan muchos casos nuevos en el futuro”, dijo durante la presentación del curso su instructora principal, Emily Gurley, epidemióloga de enfermedades infecciosas de Johns Hopkins, quien desarrolló el plan de preparación para nuevos rastreadores de contactos con personajes como Tolbert Nyenswah, quien estuvo a cargo de las estrategias de rastreo en el brote de ébola en Liberia.
Rastreo virtual y libertad individual
Además del capital humano, la tecnología puede ser útil en esta labor. Apple y Google rediseñaron en conjunto las funciones bluetooth de los teléfonos inteligentes para generar un software que pueda rastrear de manera anónima a las personas con las que hay contacto cercano para tratar de agilizar las notificaciones en caso de confirmaciones de contagio. La propuesta es que cada gobierno pueda disponer del software, pero realice una aplicación específica según sus lineamientos en salud pública.
Existen países que han sido más abiertos con este tipo de herramientas por las características propias de una cultura más ligada al desarrollo tecnológico, como muchos países asiáticos, donde las personas no sólo tienen más acceso a la tecnología, sino también están más habituadas a una estricta vigilancia por parte de sus gobiernos. Corea del Sur incluso llegó a utilizar sin previo aviso datos de teléfonos celulares y actividad de tarjetas de crédito para rastrear y contener infecciones. En países como China ahora se preguntan si realmente podrán deshacerse algún día del feroz seguimiento llegado con la pandemia. Desde la llegada del SARS-CoV-2 se vieron obligados a utilizar este tipo de aplicaciones que incluso generaban un código personalizado en su celular en el que se mostraba su nivel de riesgo para contagiar a otros, limitando salidas y accesos a lugares públicos.
Sin embargo, a los países que ya enfrentaron la parte más cruda de la pandemia, no les atemoriza utilizar todas las armas disponibles para prever un segundo brote. Gradualmente, Europa ha incorporado las apps de rastreo de contactos para tratar de prevenir una segunda ola de infecciones. Países como Italia, España, Francia y Alemania las han anexado a sus estrategias de prevención con algunas reservas, pero asumiendo que los rastreos personalizados no son suficientes para contener nuevos contagios.
En Noruega se incorporó una aplicación de rastreo llamada Smittestopp, pero fue eliminada después de las críticas de la Autoridad de Protección de Datos de Noruega. Aunque el Instituto Noruego de Salud Pública discrepaba, se estableció que la baja tasa de infecciones del país no justificaba la invasión a la privacidad. El Reino Unido ha tenido sus propias dificultades eligiendo diseñar su propia tecnología, pero se espera que su aplicación de rastreo finalmente se lance en todo el país en julio. Se considera que para ser efectiva tendría que utilizarse por 60% de la población.
En México las tareas de rastreo de contacto aún se muestran tibias y sin el rigor federal. Los últimos datos publicados por la Agencia Digital de Innovación Pública del Gobierno de la CDMX señalaban que hasta el 22 de junio se habían contactado 6 mil 632 personas con un resultado positivo de Covid-19 y a partir de ellas se habían buscado a mil 743 personas con las que tuvieron contacto desde tres días antes de haber presentado síntomas, identificando 103 casos positivos entre esos contactos. Se consigna que el trabajo cuenta con la participación de cinco mil servidores públicos, aunque aún hay muchas personas que se niegan a dar información sobre su red de contactos por temor a la discriminación, por lo que se planean pulir detalles en el diseño de las entrevistas.
En el texto Mary Mallon y la historia de la fiebre tifoidea, publicado por el investigador italiano Filio Marineli en los Anales de Gastroenterología, precisamente se cuestionaba si Mary Mallon, la paciente que se negaba a recluirse y seguía propagando el virus de la tifoidea hasta que fue perseguida y encerrada por la fuerza, fue un símbolo de la amenaza a la libertad individual o un sacrificio necesario para la salud pública. Para Marineli, la enseñanza para abordar los brotes epidémicos contemporáneos tendría que ser una mejor difusión de los beneficios que significa el rastreo de un enfermo para lograr etiquetar al virus y no a la persona.