Una buena tarde me salí a caminar por las calles del Valle México y descubrí algo que no conocía. Un amigo de la infancia me acompañó en mi travesía. Aquél día la tarde estaba soleada y el arrebol estaba cerca de aparecer en el cielo. A poca distancia de mis ojos, entre las construcciones y los árboles, observé lo que parecía un vecindario de apariencia sucia y pobre que no había distinguido antes.
Seguí caminando con mi acompañante hasta cruzar las vías del tren, es increíble cuánto cambia el panorama a unos pasos de distancia: ahí frente a mis ojos se encontraba el lugar al que llaman la colonia perdida del Estado de México, las malas lenguas le dicen Cartolandia.
-¿Qué pasó, nunca habías estado aquí? –Se burló él al mirar mi cara. No, nunca en mi vida me había acercado a esa parte de la delegación Iztapalapa. Para mí, -por increíble que parezca-, todo era nuevo. Había visto en las noticias un par de reportajes, algunas imágenes y descripciones, pero nunca lo había contemplado con mis propios ojos.
A veces uno sabe las cosas, porque se las enseñan o porque las infiere, pero es muy distinto cuando nos enfrentamos a la realidad. Guatemala, Venezuela y México figuran ser los tres países latinoamericanos en los que la pobreza ha tenido mayor incremento, según la Comisión para América Latina y el Caribe (Cepal).
En América Latina hay cerca de 175 millones de personas viviendo en condiciones precarias. Frente a mis ojos, esa tarde, tenía las casas construidas con cartón, láminas y fierros que sólo había podido apreciar en la televisión; niños lanzando piedras a los charcos mugrosos del suelo, jóvenes señoras con los pies descalzos caminando sobre la tierra caliente y adultos mayores comiendo migajas de pan; todos ellos, son los que constituyen a las 600 personas que habitan bajo esos techos casi destruidos por las condiciones climáticas y el paso del tiempo.
Sólo en el Valle de México hay más de 250 puntos de reunión para las personas en situación de calle, la delegación que concentra la mayoría de estos espacios es Cuauhtémoc, pues cuenta con 109. Reflexioné. Caminar por la zona metropolitana de la Ciudad de México es toda una odisea. Hay muchos lugares que disfrutar, restaurantes, museos, zonas culturales y de esparcimiento, pero hay también gente que no puede de disfrutar esas cosas que ofrece la ciudad porque están incapacitadas para hacerlo.
Uno de cada dos niños y jóvenes en México es pobre, son más de 20 millones de niños afectados por estas circunstancias.
-¡Bienvenido a Cartolandia! –enunció mi acompañante mientras yo veía las casitas. Me quedé anonadado mirando a un joven comer un trozo de lo que alguna vez fue una fruta, usaba sus manos para sostener el alimento y llevárselo a la boca, tenía las uñas negras por la falta de aseo, consecuencia del desabastecimiento de recursos para la zona.
-No te rías. –Le dije. –Que yo no le hayo el chiste, amigo.
-Ni yo. Me codeó. -Pero no es como si nunca hubiera visto algo semejante en el país. –Tiene razón. El sector de la población que carece de recursos está en todas partes. No queremos pasar bajo un puente en la noche por miedo a que despierte el individuo que yace dormido en su interior; a diario miramos los rostros de quienes imploran una limosna en las escaleras del metro; cuando atravesamos Reforma esquivamos cuerpos de mujeres y niños sentados en las aceras esperando unas monedas. Están ahí, en los alrededores del Monumento a la Revolución, en la alameda, frente a nuestra casa…. Las vemos todos los días, las personas en situación de calle se encuentran frente a nosotros casi todo el tiempo, pero no “las vemos” o nos hacemos los ciegos.
Mi amigo y yo salimos de la zona, atravesamos las vías del tren y seguimos nuestro camino de vuelta. Se estaba haciendo de noche.
-Me gusta mucho caminar por estas calles. –Me dijo mi acompañante, -¿te acuerdas cuando jugábamos canicas frente a la pollería? –preguntó con entusiasmo señalando un local cerrado, con manchas de grafiti en las cortinas. A pesar de todo, caminar por esos rumbos siempre me trae buenos recuerdos, yo pasé mi infancia en esos lugares. Calles largas con topes en cada entrada y un montón de cubetas llenas de cemento seco tapando las cocheras de las casas.
La colonia de mi infancia no difiere con el resto de algunas colonias en la capital.

Frida Sánchez, Comunicación y Periodismo FES Aragón UNAM
@frida_san24

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