Más Información

Dan 14 años de cárcel a "El Patrón", autor intelectual del atentado contra Ciro Gómez Leyva; asegura recibió órdenes del CJNG

México reitera que acepta responsabilidad en el caso de Ernestina Ascencio; analizará razonamientos de la Corte Interamericana

Condenan a 70 años de prisión a exalcaldesa de Amanalco, Edomex, por doble homicidio; ordenó asesinato del síndico municipal

Alex Tonatiuh Márquez Hernández deja el cargo de director de la ANAM, revela Sheinbaum; es una decisión interna, dice

Colectivos recuerdan lucha de Marisela Escobedo a 15 años de su asesinato, en Ciudad Juárez; realizan distintos eventos
En su precioso libro testimonial sobre santa Teresa de Calcuta, Leo Maasburg comenta que “una de las descripciones más acertadas y bellas que la Madre Teresa hizo de sí misma se dio en una respuesta a un grupo de periodistas”, cuando después de recibir un halago sobre su obra, ella contestó: “–¿Sabe?, yo solo soy un pequeño lápiz en la mano de Dios. Un Dios que va a escribir una carta de amor al mundo” (La madre Teresa de Calcuta. Un retrato personal, Madrid 2012, 9-10). De este pequeño lápiz de Dios extraigo ahora algunas pinceladas, que alcanzan profundamente el corazón, no con el tono dulzón de las emociones pasajeras, sino con la intensidad realista de quien ha tocado a Cristo en sus pequeños.
El reflejo de un amor aprendido nos lo muestra su lectura del encuentro de Francisco de Asís con el leproso. “Sentir disgusto algunas veces es algo muy natural. La virtud, que a veces adquiere dimensiones de heroicidad, consiste en ser capaces de sobreponerse al disgusto por amor de Jesús. Éste es el secreto que descubrimos en las vidas de algunos santos: su capacidad de ir más allá de lo meramente natural. Esto es lo que ocurrió a san Francisco de Asís. Una vez, en que tropezó con un leproso totalmente desfigurado, retrocedió de manera instintiva. Al instante se sobrepuso a su disgusto y besó aquel rostro totalmente desfigurado. ¿Cuál fue el resultado? Francisco se sintió inundado de un inmenso gozo. Se sintió dueño por completo de sí mismo. Y el leproso prosiguió su camino dando gloria a Dios” (Madre Teresa de Calcuta, Orar. Su pensamiento espiritual (José Luis González-Balado, ed.), Barcelona 1997, 16-17).
Una enseñanza a quienes con frecuencia se sienten dueños del mundo, sin sopesar las consecuencias de sus responsabilidades: “Tengo la convicción de que los políticos pasan poco tiempo de rodillas. Estoy convencida de que desempeñarían mucho mejor su tarea si lo hiciesen” (ibid., 23). Aunque no sólo ellos… Pues “la raíz de los males que nos aquejan está en la falta de oración. El medio principal y más efectivo para renovar la sociedad es la oración” (ibid., p. 30). Y es doblemente oportuno cuando lo dice una mujer que dedicaba mucho tiempo a la acción. La misma que podía decir: “Sólo os pido una cosa: no os canséis de dar, pero no deis las sobras. Dad hasta sentirlo, hasta que os duela” (ibid., 40).
Un compromiso, por cierto, a medida humana. “Ya lo sé: hay millones y millones de pobres. Yo pienso en uno a la vez. Jesús no es más que uno. Nosotras nos ocupamos de las personas individualmente. A los hombres no se los puede salvar más que de uno en uno” (ibid., 61). Y con una clave: “Jamás me cansaré de repetirlo: lo que más necesitan los pobres no es compasión sino amor. Necesitan ver respetada su dignidad humana, que no es menor ni diferente de la dignidad de todo ser humano” (ibid., 70). Por eso “una vez más, hoy como ayer, Jesús viene a los suyos y los suyos no lo acogen. Viene en los cuerpos rotos de los pobres. Viene igualmente en los ricos que se ahogan en la soledad de sus propias riquezas. Viene en los corazones solitarios, cuando no hay quien les ofrezca un poco de amor” (ibid., 71). Pues “todas las enfermedades son susceptibles de curación. La única que no puede ser curada es la enfermedad de no sentirse amados” (ibid., 72).
En realidad, todo empieza con una sonrisa. “Sonreír a alguien que está triste, visitar, aunque sólo sea por unos minutos, a alguien que está solo; cubrir con nuestro paraguas a alguien que camina bajo la lluvia; leer algo a alguien que es ciego: éstos y otros pueden ser detalles mínimos, pero son suficientes para dar expresión concreta a los pobres de nuestro amor a Dios” (ibid., 143).
Y, ¿por qué no?, cerramos con un testimonio local que nos lleva a la sed de lo esencial. “En 1976, por invitación del entonces presidente de México, inauguramos nuestro primer centro en los arrabales de la Capital Federal. Todas las zonas que las Hermanas visitaban por las afueras eran extremadamente pobres. Las peticiones de la gente produjeron mucha sorpresa en las Hermanas. Lo primero que pedían no era ropa, medicinas o alimentos. Se limitaban a pedir: –Hermanas, háblennos de Dios” (ibid., 78).
Noticias según tus intereses
[Publicidad]
[Publicidad]







