“El buen Dios me dio un padre y una madre más dignos del Cielo que de la tierra” (Carta 261). Así se refirió Santa Teresa del Niño Jesús a Luis Martin y a María Celia Guérin, quienes acaban de ser canonizados por el Papa Francisco, en el marco del Sínodo de la Familia. Aunque es posible reconocer, evidentemente, los méritos de santidad en cada uno de ellos, es notable que su proceso se ha presentado en su condición matrimonial.

Durante su beatificación, el 19 de octubre de 2008, el Cardenal José Saraiva Martins hablaba así de ellos: “Luis y Celia comprendieron que podían santificarse no a pesar del matrimonio, sino a través, en y por el matrimonio, y que sus esponsales debían ser considerados como el punto de partida de un camino recorrido por los dos. Hoy la Iglesia no admira solamente la santidad de estos hijos de Normandía, un don para todos, sino que se mira en esta pareja de Beatos que contribuyeron a que el matrimonio dentro de la Iglesia fuese más bello y profundo. La Iglesia no admira sólo la santidad de su vida, sino que reconoce en esta pareja la santidad eminente de la institución del amor conyugal, tal como lo concibió el mismo Creador”.

Y puntualizaba: “Luis y Celia son un don para los esposos de todas las edades por la estima, el respeto y la armonía con la que se amaron durante 19 años. Celia escribía a Luis: ‘No puedo vivir sin ti, querido Luis’. Y él le respondía: ‘Soy tu marido y amigo que te ama para toda la vida’. Vivieron las promesas de su matrimonio: la fidelidad y la indisolubilidad de su unión, la fecundidad de su amor, tanto en la alegría como en las pruebas, en la salud como en la enfermedad. Luis y Celia son un don para los padres. Ministros del amor y de la vida, engendraron numerosos hijos para el Señor. Entre estos hijos admiramos particularmente a Teresita, obra maestra de la gracia de Dios, pero también obra maestra de su amor a la vida y a los hijos. Luis y Celia son un don para todos los que han perdido un cónyuge. La viudedad es siempre una condición difícil de aceptar. Luis vivió la pérdida de su mujer con fe y generosidad, prefiriendo el bien de sus hijas frente a sus gustos e inclinaciones personales. Luis y Celia son un don para los que afrontan la enfermedad y la muerte. Celia murió de cáncer. Luis terminó su existencia probado con una arteriosclerosis cerebral. En este mundo nuestro que busca ocultar la muerte, nos enseñan a mirarla de frente, a abandonarnos en las manos de Dios”.

Su hija más conocida fue nombrada Doctora de la Iglesia en razón de su capacidad de poner en evidencia la fuerza extraordinaria de lo ordinario. Decía Juan Pablo II en la Misa de aquel nombramiento, en la que tuve la gracia de participar: “Teresa de Lisieux no sólo captó y describió la profunda verdad del amor como centro y corazón de la Iglesia, sino que la vivió intensamente en su breve existencia. Precisamente esta convergencia entre la doctrina y la experiencia concreta, entre la verdad y la vida, entre la enseñanza y la práctica, resplandece con particular claridad en esta santa, convirtiéndola en un modelo atractivo especialmente para los jóvenes y para los que buscan el sentido auténtico de su vida. Frente al vacío espiritual de tantas palabras, Teresa presenta otra solución: la única Palabra de salvación que, comprendida y vivida en el silencio, se transforma en manantial de vida racionalista. A una cultura racionalista y muy a menudo impregnada de materialismo práctico, ella contrapone con sencillez desarmante el ‘caminito’ que, remitiendo a lo esencial, lleva al secreto de toda existencia: el amor divino que envuelve y penetra toda la historia humana. En una época, como la nuestra, marcada con gran frecuencia por la cultura de lo efímero y del hedonismo, esta nueva Doctora de la Iglesia se presenta dotada de singular eficacia para iluminar el espíritu y el corazón de quienes tienen sed de verdad y de amor” (Homilía del 19 de octubre de 1997).

Esta fuerza espiritual que impregnaba su personalidad brotaba de la gracia de Dios, pero simultáneamente de la vitalidad humana que recibió y cultivo al interno de su propia familia, que luego pudo desarrollar en el Carmelo de Lisieux. Como bien sintetizó el Papa Francisco: “Los santos esposos Luis Martin y María Celia Guérin vivieron el servicio cristiano en la familia, construyendo cada día un ambiente lleno de fe y de amor; y en este clima brotaron las vocaciones de las hijas, entre ellas santa Teresa del Niño Jesús” (Homilía del 18 de octubre de 2015).

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