Entre las muchas películas que existen sobre padres primerizos e ineptos, quizá sólo Eraserhead (1976), de David Lynch, sea comparable a Animal vertical (Rester vertical, 2016), la nueva cinta del francés Alain Guiraudie. Ambos directores comparten un inquietante sentido de la realidad —inédito en buena parte de la comedia de la paternidad no deseada—, pero más importante: coinciden en un sentido del humor retorcido, impopular y quizás hasta infame para muchos, pero definitivamente chusco para otros tantos. Después de todo, poca gente puede reírse de un bebé usado como carnada para los lobos o de una muerte por sodomía. Animal vertical es una película desafiante porque no nos dice mucho más que las películas convencionales: ante los lobos hay que permanecer bien erguido, como lo indica el título original en francés, pero la forma en que lo dice es desconcertante, incluso en la manera en que su director edita las escenas. Todo indica una ruptura con lo usual pero nunca se distancia sustancialmente de ello. Entonces a todos nos debería gustar Animal vertical tanto como Papá por siempre (Mrs. Doubtfire, 1993) o Un gran chico (About a Boy, 2002).

Por supuesto, dudo que esto suceda, no debido a las brillantes cualidades de la película sino a su naturaleza agresiva. Animal vertical comienza con Léo (Damien Bonnard), un director de cine que, durante un viaje a la campiña francesa, se detiene cuando ve a un joven para intentar seducirlo invitándolo a ser actor. El artificio falla y el remedio a la excitación lo provee Marie (India Hair), una joven campesina que desprecia a los lobos que se comen a sus ovejas. Desde el comienzo de su relación Guiraudie nos presenta a sus personajes como incompatibles. Al director bisexual de la ciudad le gustan los lobos que la muchacha campirana espera armada con un rifle. Durante el resto del metraje, estos animales serán un símbolo del peligro que acecha constantemente a Léo en lo que lentamente se revela como una pesadilla humorística sobre el terror de encontrarse solo con un bebé.

A diferencia de Xavier Dolan o Alejandro González Iñárritu, Guiraudie no se toma la persecución de Léo muy en serio. Su imaginería, que ocasionalmente migra hacia lo imposible, esclarece el tono onírico de la película y nos la presenta no como una realidad terrible sino como un mal sueño del que tarde o temprano se despertará. Conforme Léo y Marie comienzan a acostumbrarse el uno al otro, deciden vivir juntos y tener un bebé. Su nacimiento es filmado con una naturalidad tan fría que resulta inquietante. Sin música alegre ni filtros que le den una coloración sinónima con la felicidad o la ternura, Guiraudie filma el parto con un close-up que muestra el “milagro de la vida” —así se le llama en el idioma del cliché— como un instante grotesco lleno de sangre y fluidos babeando desde todas las cavidades inferiores del cuerpo. Es una sensualidad tan brutal como la que el director nos mostró en El extraño del lago (L’inconnu du lac, 2013), donde la pasión homosexual es un placer natural, material, sin exageraciones románticas.

Para Léo, la vida en pareja monógama heterosexual pronto resulta tan desgraciada como el parto. En otro close-up típico de Guiraudie descubrimos que la vieja herramienta ya no es lo que era y que la sexualidad, el único remedio contra el tedio, es interrumpida por un llanto imparable y  tiránico. Marie se cansa y un día se va de casa junto con los hijos que ya tenía. Solos, Léo y su bebé no son una pareja dispareja esperando la comunión. Más bien son, como el protagonista de Eraserhead y su hijo, un monstruo y su víctima. Atrapado entre el deseo y el confort, Léo se pregunta si es mejor vivir con una mujer que no ama o vivir sus aventuras homosexuales mientras cuida de un bebé que se traga su tiempo.

Guiraudie no es un cínico ni culpa al bebé de los infortunios de Léo. Al contrario, la naturaleza cómica de la película se encuentra en las malas decisiones de su protagonista, que terminan haciéndolo huir de todos. Su suegro está enamorado de él, su productor le exige un guión estúpido que no le dará fama pero sí dinero, el bebé necesita de cuidados incesantes que Marie no piensa darle, y en algún momento la prensa y el Estado perseguirán a Léo por un crimen que, leído en el cabezal de un tabloide, da risa. Léo es incapaz de darle orden a su existencia y su ineptitud lo obliga a mirar a los lobos de frente, manteniéndose vertical para mostrar que, al menos, no les teme. Esta es quizá la única cualidad de un personaje que normalmente sólo parece equivocarse.

Claramente, la película trasciende la comedia e ingresa al terreno de la farsa. Los personajes son caricaturas y las situaciones suben en intensidad gradualmente hasta llegar a lo imposible. Sospecho la influencia de Fellini al elegir un elenco por sus inusuales rostros más que por sus talentos interpretativos. Incluso sus roles les exigen poco más que repetir el mismo tipo de reacción una y otra vez, como los insultos homofóbicos de Marcel (Christian Bouillette) y las muecas temerosas de Léo. Guiraudie aprovecha esta excentricidad para burlarse de los rescates imprevisibles y los romances inesperados de Hollywood con imágenes de un humor tan negro como la de Léo indefenso después de un ataque de vagabundos ingratos y desalmados. Todo esto también le permite a Guiraudie una serie de decisiones inusuales, incluso surrealistas en su edición.

En camino a una visita al médico, Léo y su bebé se encuentran en su auto, en la noche. Guiraudie corta y lo siguiente que vemos es al bebé y a Léo en una canoa en el día. Se dirigen a una choza donde una mujer conecta raíces de un árbol al cuerpo de su paciente. La realidad de repente se esfuma y sabemos que estamos en un mundo inventado por Léo. Guiraudie demuestra así una madurez temática y formal que le permite anular todo sentido de seriedad a la película y nos afirma su humor. Esto, sin embargo, no cancela el temor muy real a ser padre pero lo transforma en una experiencia que en la burla y el sueño se aligera y se exagera por igual: es el viaje de un héroe ridículo.

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