Every nigger is a star. Cada negro es una estrella. La traducción “negro” no describe suficientemente la carne cuarteada, los borbotones de sangre, en la palabra “nigger”. Apropiada por los esclavistas estadounidenses para humillar a sus esclavos, “nigger” es la sombra viva de un crimen. Por el contrario, en “negro” no hay tortura, no hay persecución, no hay miedo. Está el color pero no su historia. Entendiendo la palabra “nigger”, nos damos cuenta de que cuando Boris Gardiner canta “Every Nigger is a Star” está arrebatándole un privilegio a la cultura que oprimió a su gente: el de disminuirlos. Entonces la canción, que suena antes de que veamos las primeras imágenes de Luz de luna (Moonlight, 2016), de Barry Jenkins, no es un capricho o una mera herencia de Kendrick Lamar, que la citó en su álbum de 2015 To Pimp a Butterfly. Sus letras incluso describen los temas de la película: “¿Quién negará que tú y yo y cada negro es una estrella?”. En ocasiones, otro negro. Esto no es un argumento racista, hay que aclararlo: es una realidad humana. Aun entre los desprotegidos existen “los otros”, como el protagonista de Luz de luna, un hombre negro y gay que, ante la mirada de Jenkins, es mucho más que un color de piel o una orientación sexual encarnados. Es más incluso que un hombre: es un ser humano. Ante su comunidad, sin embargo, Chiron (Alex Hibbert, Ashton Sanders y Trevante Rhodes) es sólo otra palabra hecha de sangre: un faggot, un marica.

Con Luz de luna, Jenkins no nos trae una película política, a pesar de las posibilidades del guión. Ni manual de tolerancia ni acusación contra la homofobia, Luz de luna es una delicada narración sobre la experiencia de ser distinto. En ese sentido, la cinta de Jenkins es menos intelectual que, digamos, El derecho del más fuerte (Faustrecht der Freiheit, 1975), de Rainer Werner Fassbinder, donde el maestro denuncia el clasismo dentro del ambiente gay alemán. La gran influencia de Jenkins pareciera ser más bien Wong Kar-wai con su sensual Happy Together (1997), donde la relación entre dos hombres vale más por resumir la experiencia de un amor abusivo, que por distinguir a una pareja gay de sus pares heterosexuales. Es una película que, como Luz de luna, busca lo que hace a sus protagonistas similares a sus espectadores, independientemente de quiénes sean éstos. Durante un viaje decisivo en el filme, Jenkins usa la misma versión de “Cucurrucucú Paloma” —la de Caetano Veloso— que el director hongkonés y nos anuncia su intención: continuar el trabajo humanista de Wong. Podemos ver la misma influencia en el uso del color. Jenkins drena las tonalidades y resalta los contrastes entre la piel de su protagonista y, por ejemplo, las paredes azules y blancas de su escuela. Esto logra que Chiron resplandezca, como la estrella negra de la que canta Gardiner.

La definición de la identidad, como podrá inferirse ya, es el gran tema de una película donde vemos al protagonista definirse a lo largo de tres edades: la infancia, la adolescencia y la adultez. A lo largo de ellas vemos cómo las circunstancias son a veces más poderosas que una persona, aunque el amor y la redención son también posibles. Chiron encuentra en un vendedor de drogas, Juan (Mahershala Ali), y su novia, Theresa (Janelle Monáe), una familia que sustituya a su padre ausente y a su madre, Paula (Naomie Harris), una adicta al crack. Lo dramático, es decir, las acciones, el diálogo y las actuaciones, son fundamentales para expresarnos los temas de la película. Mahershala Ali junta todos estos elementos de manera brillante en una escena en que su personaje le explica a Chiron que sólo él puede decidir quién quiere ser y le enseña a nadar sujetando la cabeza del niño como si se tratara de un bautizo. Sin embargo, Jenkins encuentra en las herramientas puramente cinematográficas más elementos todavía para expresar sus temas.

Ya lo mencionaba antes: tal vez Juan le aconseje a Chiron desprenderse de la presión social, de los juicios y la discriminación, pero la cámara de James Laxton nos muestra lo complicado que es para un niño convertirse en sí mismo a pesar de su medio. En varias tomas, sobre todo en los primeros dos episodios de la película, la cámara gira alrededor de los personajes o en el eje en que ellos se paran e ilustra así su relación con el mundo. Envolviendo a una persona hay miradas expectantes que le exigen sumarse a ellas. La soledad se convierte en un deseo, una fuga hacia el paraíso de la libertad. Jenkins comprende a su personaje porque creció en un medio similar. Quizá sólo un niño que padeció lo mismo puede captar con tal compasión y terror a una mujer adicta que le pide dinero a su hijo adolescente para comprar más drogas. De nuevo, Jenkins recurre al lenguaje cinematográfico para comunicar esa experiencia: el sonido y la imagen se desfasan, el tiempo se ralentiza mientras un rostro perdido en el éxtasis simulado del crack le pide a otro, desconfiado, atemorizado, que lo siga a casa. Una vez ahí estallará el demonio que le exige el dinero para comprar más droga.

Es difícil no exaltar el triunfo de Jenkins, que logra mostrarnos personajes como la negligente Paula sin invitarnos a despreciarla o a juzgarla. Todo el elenco podría rendirse ante los estereotipos de la negritud, la homosexualidad, la adicción, el crimen, pero Jenkins descubre en ellos fragmentos de la humanidad entera. La elegancia a veces romántica de su estilo no cae en las idealizaciones y demuestra tal destreza que puede presentarnos una masturbación en la arena o el descubrimiento de un sueño húmedo no como grotescos experimentos de la adolescencia o meras funciones corporales, sino como expresiones de un amor más inocente que sus alrededores. Jenkins hace creíble la timidez de un ser peligroso que le explica con ternura al amor de su vida: “Eres el único hombre que me ha tocado”. Bajo la máscara de la agresión, del estereotipo, se oculta un corazón moribundo que podría encontrar una redención y quizás una nueva vida en un abrazo esperado por años. Es cuando los personajes se desenmascaran de esta forma que Luz de luna se hace una experiencia esencial mientras nos hundimos en la era del enmascarado Donald Trump.

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